Mil novecientos treinta y dos by Behla

 

 

 

Mil novecientos treinta y dos by Behla
Summary:

Dos familias, una contra la otra. Una joven pareja, con un pasado por demás escabroso. Un muchacho en busca de venganza. Una hermana traicionada. Una ciudad que esconde más secretos de los que debería. Y un hombre decidido a develar todo esto.

Que empiece la función.


Categories: ORIGINALES Characters: Ninguno
Generos: Accion/Aventura, Drama, Romance
Advertencias: Lenguaje Obsceno
Challenges:
Series: Ninguno
Chapters: 4 Completed: No Word count: 9559 Read: 153 Published: 04/05/2012 Updated: 22/05/2012
Summary:

Dos familias, una contra la otra. Una joven pareja, con un pasado por demás escabroso. Un muchacho en busca de venganza. Una hermana traicionada. Una ciudad que esconde más secretos de los que debería. Y un hombre decidido a develar todo esto.

 

Que empiece la función.


Categories: ORIGINALES Characters: Ninguno
Generos: Accion/Aventura, Drama, Romance
Advertencias: Lenguaje Obsceno
Challenges:
Series: Ninguno
Chapters: 4 Completed: No Word count: 9559 Read: 153 Published: 04/05/2012 Updated: 22/05/2012
Story Notes:

Esta historia, como todas las que son y serán publicadas por mí (Behla) están registradas en Safe Creative, por lo que queda terminantemente prohibido cualquier copia, total o parcial, de la misma, ahora mismo les advierto que mi familia entera está llena de abogados, así que ni se atrevan a copiarme, que los únicos perjudicados serán ustedes.

Story Notes:

Esta historia, como todas las que son y serán publicadas por mí (Behla) están registradas en Safe Creative, por lo que queda terminantemente prohibido cualquier copia, total o parcial, de la misma, ahora mismo les advierto que mi familia entera está llena de abogados, así que ni se atrevan a copiarme, que los únicos perjudicados serán ustedes.

Prólogo by Behla
Author's Notes:

Si, otra vez con una nueva historia. La verdad es que esto lo tenía guardado en mi computadora desde... ufff, ya ni me acuerdo desde hace cuanto, tan solo recuerdo que era en la época en la que estaba obsesionada con Baccano! así que...

Bueno, he aquí el prólogo, que he sacado del primer capitulo porque no concordaba para nada con este. Espero sus más sinceras opiniones :)

Author's Notes:

Si, otra vez con una nueva historia. La verdad es que esto lo tenía guardado en mi computadora desde... ufff, ya ni me acuerdo desde hace cuanto, tan solo recuerdo que era en la época en la que estaba obsesionada con Baccano! así que...

Bueno, he aquí el prólogo, que he sacado del primer capitulo porque no concordaba para nada con este. Espero sus más sinceras opiniones :)

 

– ¿Qué te parece? – le preguntó la mujer de largo y rizado cabello rojo. Una gran sonrisa se formaba en su rostro, logrando que se le marcaran un par de hoyuelos en las mejillas. Sus ojos verdes brillaban con emoción, mientras las pecas esparcidas por sus pómulos y nariz le daban un aspecto aún más impaciente e infantil del que ya tenía su figura. El chico a su lado levantó un poco el sombrero de vaquero que cubría su visión, para lanzar un silbido de aprobación ante la gran carrocería que tenía frente a sus ojos.

– Es… grande – finalmente atinó a decir, después de varios segundos tan solo admirando el lujoso frente de aquel tren. La pelirroja soltó una risita, maravillada por su respuesta, antes de lanzarse a sus brazos, siendo bien recibida por el muchacho.

– Me alegra que te guste – dijo con voz suave, hundiendo la nariz en uno de sus hombros – lo conseguí especialmente para ti. Primera clase – volvió a reír, esta vez con menos emoción que antes – ¿de verdad tienes que irte? – Le preguntó mientras volteaba y entrelazaba sus manos tras su espalda – has estado muy poco tiempo, siempre vas y vienes, ¿no sería mejor quedarte de una vez por todas quieto? – en su voz había un tono juguetón. Le mantuvo la mirada al tiempo en que levantaba los brazos para posarlos sobre su pecho. Pero el chico le sujetó rápidamente las manos y la detuvo antes de cumplir su objetivo. Ella hizo un puchero – nunca dejas que te toque… ¿qué clase de novio eres? – le dijo con reproche. El joven rió.

– No soy tu novio Rosaline, ya es hora de que dejes de fantasear – su puchero tan solo aumentó al escuchar estas palabras, antes de volverse una sonrisa traviesa.

– Está bien, me gustan los retos, de todos modos – le guiñó un ojo, causándole otra risa al muchacho. Este negó con la cabeza, antes de que el silbato del tren anunciara su inminente salida. Rosaline volvió a desanimarse, pero finalmente suspiró, liberando parcialmente al joven – tienes que irte – lo dijo casi como si tuviera rencor contra el gigantesco pedazo de metal, por llevarse a una de las personas que más le importaban, lejos de ella. Y a lo mejor así fuera, aunque la decisión hubiera sido completa y únicamente del muchacho que sujetaba con tanto ahínco. Él asintió, regalándole una sonrisa a modo de despedida, pero antes de que pudiera irse, Rosaline lo tomó de las solapas de su chaqueta, y lo atrajo para posar sus labios por un segundo contra los suyos. Lo liberó, bajo la mirada estupefacta del muchacho. Ella rió – al menos debías darme uno como regalo de despedida – le guiñó un ojo. El chico se mantuvo por un momento más con los ojos abiertos, hasta que finalmente rió y negó con la cabeza.

– Siempre tan impredecible, ¿eh, Rose? – le dijo. La sonrisa de la muchacha se amplió.

– Ya me conoces Adam, no soy de las que puedes hacer esperar – se miraron por unos segundos más a los ojos, los suyos verdes contra los grises de él, antes de finalmente soltarlo y suspirar – ve ya, o no podré evitar el detenerte – le advirtió. Adam asintió, a pesar de que en ese momento Rosaline hubiera bajado la cabeza y no lo pudiera ver, y entró al tren. Ella se mantuvo de espaldas a la maquinaria, hasta que finalmente escuchó como comenzaba a moverse. Se volteó, justo a tiempo para ver como Adam se despedía de ella, su sombrero fuera, mostrando los lindos mechones de color castaño claro que parecían brillar contra el cristal. Sonrió, y continuó observando hasta que el tren se perdió en la distancia. Solo entonces, se dio media vuelta y continuó hasta la salida, pensando en que, conociendo a Adam, de seguro pasaría mucho tiempo antes de que lo volviera a ver.

 

 

End Notes:

Corto, y de seguro no entienden nada de nada, pero el domingo prometo traer el primer capitulo, donde las cosas obviamente se pondrán más interesantes.

Ok, nos leeremos entonces, besos :)

PS: para los que leen "Un principe de mentira" sepan que estoy planeando muy bien como terminar la historia, porque no quiero que tenga un final demasiado... cliché, algo que no iría con la trama para nada :s no sé cuanto lo tendré listo, así que tengan paciencia. Gracias.

End Notes:

Corto, y de seguro no entienden nada de nada, pero el domingo prometo traer el primer capitulo, donde las cosas obviamente se pondrán más interesantes.

Ok, nos leeremos entonces, besos :)

PS: para los que leen "Un principe de mentira" sepan que estoy planeando muy bien como terminar la historia, porque no quiero que tenga un final demasiado... cliché, algo que no iría con la trama para nada :s no sé cuanto lo tendré listo, así que tengan paciencia. Gracias.

Regresar al índiceSombreros by Behla
Author's Notes:

Este capitulo ya lo había publicado antes, pero no me gustó como quedó por lo que lo borré ya ahora lo vuelvo a poner.

El próximo si o si lo pongo el sabado, y el último capitulo de "Un príncipe de mentira" estará listo el domingo, para los que lo siguen.

Lean!

Author's Notes:

Este capitulo ya lo había publicado antes, pero no me gustó como quedó por lo que lo borré ya ahora lo vuelvo a poner.

El próximo si o si lo pongo el sabado, y el último capitulo de "Un príncipe de mentira" estará listo el domingo, para los que lo siguen.

Lean!

Fue un día de mayo. Exactamente el veinticuatro de mayo de mil novecientos treinta y dos, en el centro mismo de la ciudad, que los eventos que desencadenarían esta historia tomaron lugar.

La comuna de Longemer, podría considerarse como una de las ciudades con mayor rendimiento económico del país. Tenía varias tiendas de ropa y alta moda, restaurantes, centros de entretenimiento, parques, teatros y hasta un cine. Poseía dos escuelas: una primaria y otra secundaria. Dos hospitales, una zona residencial, un barrio privado y una zona de apartamentos. Un total de tres hoteles decoraban las orillas de la hermosa playa que formaba el lago que daba nombre a la ciudad, teniendo aguas cristalinas y arena blanca, lo que hacía al poblado una de las zonas para vacacionar más visitadas en la región.

La estación de trenes se ubicaba un poco alejada de la urbe, pero no lo suficiente como para tener que andar en automóvil hasta allí. Las calles de la ciudad estaban hechas de adoquines, y cada tanto se podían ver lotes decorados con flores, lo que le daba un aspecto ciertamente encantador. Nadie perdería oportunidad de vivir en un lugar así, o al menos visitarlo, dado que con esta descripción, acompañado de gente por lo general amable y abierta, parecía un paraíso terrenal. Tan solo tenía un problema.

 

Uno no podría realmente llamarlo mafia, por más que alguna otra palabra lo hiciera sonar más o menos fuerte de lo que en realidad era. Si bien Longemer tenía un alcalde que era elegido por voto general, no era desconocido por nadie el hecho de que este era tan solo una marioneta tras la cual se encontraban los verdaderos dueños del pueblo. Dos familias fundadoras que hacía mucho habían dejado la amistad de lado: los Héderváry y los Sardà.

No, no era una mafia, sin embargo, su funcionamiento era bastante parecido a una. Aquellas dos familias que peleaban por el poder de la ciudad, uno de los puntos más lucrativos de la región. Alternándose a la hora de gobernar, dependiendo de quien ganara las elecciones de enero, que era cuando un nuevo alcalde se elegía. De esta manera habían conseguido estar por años al dominio de la ciudad, disputándose por dinero y posesiones cuando a uno le tocara sobrellevar el cargo del otro, e incluso, se corría el rumor, haciendo cosas “ilegales” para mantenerse en la cima.

Muchos temían y respetaban a estas dos familias. Otros sencillamente los odiaban, pero mantenían silencio al no querer involucrarse en los asuntos escabrosos que ellos conllevaban.

Como dijimos, fue un día cualquiera de mayo, que Derek Héderváry, futuro heredero de la familia del mismo nombre, se hallaba con su dulce prometida Eleonor en el centro de la ciudad, haciendo compras en todas las boutiques que la calle Libertad pudiera ofrecer. El joven vestido con un traje beige a medida, llevaba un sombrero del mismo color cubriendo su cabello castaño claro. Sus ojos marrones mostraban ternura, mientras escuchaba a su prometida conversar alegremente sobre sus lecciones de piano, y lo poco que le faltaba para convertirse en una profesional. La chica poseía rizado cabello chocolate, llegándole un poco por debajo de los hombros. Sus ojos marrones eran tan oscuros que parecían negros, y su sonrisa era risueña y fácil de contagiar.

Tras ellos, y cargando todas las cajas y bolsas con vestidos y accesorios de Eleonor, estaba Marcus. Era un nuevo empleado, con tan solo dos meses sirviendo a la familia Héderváry, había llegado del campo dispuesto a buscar aventuras y algo de acción con la que llenar la que había sido, desde que tenía memoria, su monótona vida. Sin embargo, lo máximo que había conseguido era justamente esto: hacer de mula de cargas mientras soportaba a duras penas el asfixiante calor del mediodía. Su jefe no parecía darse cuenta, o lo más probable fuera que no le importara, de los problemas que tenía el joven en equilibrar tal cantidad de paquetes, bajo su brazo y en una pirámide contra su pecho.

En lugar de eso, se dejó guiar por Eleonor, quien, para desgracia del pobre Marcus, aún debía hacer una compra más: sombreros. Lo peor de todo era que el muchacho debía esperar fuera, bajo el cruel sol y sin ninguna sombra a la vista. Bueno, al menos mientras la señorita continuara buscando el sombrero perfecto, él podría descansar un momento las piernas. Se acomodó en el asfalto, posando cuidadosamente todas las compras cerca de él y dejó que la casi inexistente brisa acariciara su cabello negro azabache.

La calle no estaba llena de gente, pero tampoco por eso se encontraba vacía. Las personas iban y venían, en una danza que a Marcus le pareció hipnótica y somnolienta. Estaba pensando seriamente en tomarse una siestita cuando algo llamó su atención: un hombre vestido de vaquero que caminaba tranquilamente con los demás transeúntes, no pareciendo importarle la atención que su traje llamaba en medio de toda esa gente vestida no solo de manera poco llamativa, sino también, humilde. A pesar de ser un centro económico importante, las secuelas de la guerra, y sobre todo la depresión reciente, podían verse de una manera bastante clara.

 

Continuó con su mirada fija en el sujeto, quien no pareció o no le importó saber si había alguien observándolo. Probablemente fuera la última opción. El hombre se detuvo de la nada en su caminar, y volteó lentamente, hasta quedar de frente a Marcus. Él no se inmutó, y tampoco apartó los ojos, en especial al darse cuenta de que el vaquero no lo miraba a él, sino a la tienda. Perezosamente giró su cabeza para ver lo que le llamaba tanto la atención, y sus ojos se detuvieron frente a la señorita Eleonor. Frunció el ceño. Se levantó de inmediato, interponiéndose en la visión del sujeto, consiguiendo que este centrara su atención en él. Lo observó por unos segundos más, hasta que finalmente sonrió y se dio la vuelta, para continuar con su camino.

Marcus lo siguió con la mirada hasta que desapareció en una esquina. Suspiró. El mundo estaba lleno de gente extraña…

 

 

 

Se encontraba observando atentamente la figura de Eleonor, quien danzaba por la tienda con la ligereza de un hada. La jovencita tomó varios sombreros con formas extrañas, y se los fue probando uno a uno frente al espejo. Reía cada que se encontraba con la divertida imagen que le proporcionaba la prenda, y Derek no podía evitar sonreír, contagiado por su inmensa alegría.

Escuchó un suspiro cansado, y volteó tan solo lo necesario para ver con su visión periférica al dueño de la tienda suspirar. No le prestó atención, después de todo, aquel era su trabajo. En lugar de eso, sonrió una vez más cuando Eleonor se puso un sombrero que asemejaba al de un detective.

– ¿Qué te parece? – le preguntó mientras posaba sus dedos pulgar e índice sobre el mentón, simulando estar pensando profundamente. Derek rió.

– Es fantástico – le dijo. Un reloj en alguna parte de la habitación comenzó a sonar. Los dos voltearon hacia dónde se encontraba – vaya, no creí que fuera tan tarde – comentó el muchacho quitando un reloj de bolsillo de su chaqueta, como si quisiera verificar que el otro aparato no estuviera descompuesto. Frunció el ceño.

– Me llevaré este – anunció con voz segura Eleonor. Derek levantó de inmediato la vista, deseando que no escogiera la gorra de detective. Para su suerte, la muchacha sujetaba entre sus manos un sombrero de verano blanco. Alrededor de la copa un listón rosa viejo estaba atado, formando un moño junto al cual había un par de claveles rojos de tela cocidos.

– ¿Ya te lo probaste? – preguntó él mientras se acercaba a ella. La chica pareció recordar de pronto que debía verificar primero que el sombrero le quedara bien, y casi por instinto lo llevó a su cabeza. Le quedaba estupendo. Eso fue lo que los dos pensaron apenas vieron el reflejo en el espejo – de acuerdo, te lo compro – quitó su billetera del pantalón y la abrió, revelando gran cantidad de billetes dentro de ella. Sacó dos y los tiró de manera desinteresada contra el mostrador, bajo la mirada atónita del vendedor – con eso ha de ser suficiente – dijo al tiempo que tomaba a Eleonor de los hombros y la guiaba fuera – buenas tardes – se despidió. La chica se volteó un segundo para sonreírle al hombre que aún no podía cerrar la boca del asombro, divertida por la situación.

 

Ya fuera, Marcus tomó todas las bolsas que había dejado en el piso de inmediato y siguió a su jefe, quien continuaba de largo sin importarle en lo más mínimo que el joven tras ellos estuviera peleando por conseguir equilibrio y seguir sus pasos. Según la cuenta, esta era la última tienda, por lo que, después de estar todo el día recorriendo la ciudad, yendo de un lado a otro, al fin volverían a casa. O en el caso de Marcus, a descansar.

La gran mansión podía verse desde mucho antes que se acercaran a los terrenos de la familia. Era una construcción de ladrillo gris al mejor estilo gótico. Los techos estaban decorados con pequeñas crestas asemejándose a un castillo, y las ventanas de marco blanco daban la impresión de ser sobrias y elegantes.

Pronto el automóvil llegó a la entrada principal y Francis, uno de los hombres de la familia quien ya se hallaba esperando, se apresuró a abrir la puerta, dejando salir a Derek quien rápidamente ayudó a Eleonor a bajarse.

– Lleven todo esto a mi habitación – ordenó a dos mucamas quienes se reverenciaron levemente antes de acatar la orden. Marcus salió, ayudando por un momento a las mujeres con las bolsas, cuando volvió a ser llamado – ven conmigo – dijo Derek. Susurró algo al oído de Eleonor quien hizo un leve puchero, pero rápidamente cambió esa expresión por una sonrisa, antes de ponerse en puntillas y besarlo en la mejilla. Se alejó por el verde camino que guiaba al jardín.

Derek entró a la casa, siendo seguido por sus hombres: Marcus, Francis y Bill. Estos tres se dejaron guiar a través del comedor, hasta un estudio privado oculto tras una gran chimenea de piedra blanca. El cuarto era pequeño, y tenía ese aire de desorden ordenado que solían tener todas las oficinas de grandes ejecutivos. La pared a la derecha estaba cubierta por dos estantes llenos de libros. A la izquierda se hallaba una pequeña chimenea, aunque no podía competir con la del comedor, bastante elegante y cálida. Frente a este había dos sillones de aspecto confortable. Y al frente, delante de un ventanal que daba al patio trasero, se hallaba un escritorio de caoba cubierto por papeles y folletos.

Derek se sentó en el escritorio, y juntó ambas manos sobre este antes de lanzar un largo y cansado suspiro. Los tres hombres se posicionaron rápidamente frente a él, en fila, esperando a que su jefe dijera algo. Después de unos segundos más en silencio, en los que el joven no hizo más que mirar pensativamente a la chimenea apagada, finalmente se volteó, sus ojos posándose por un segundo en la figura de cada uno de ellos.

– Primero lo primero – anunció, mirando a Francis – ¿cómo se haya mi padre? – preguntó. El hombre, de aspecto juvenil, tenía el cabello rubio, largo hasta los hombros y un poco ondulado. Sus ojos eran del color de la esmeralda bruta, y en su rostro se podía observar una incipiente barba de pocos días. Llevaba trabajando desde hacía tres años en la familia, cumpliendo siempre a la perfección con sus órdenes, por lo que era el segundo hombre de más confianza de la “empresa” Ese día había ido al hospital a visitar a Franz Héderváry, padre adoptivo de Derek y biológico de Eleonor, quien desde hacía unos meses, había sufrido un ataque, producto del cáncer que consumía de a poco su vida. Francis suspiró, agobiado.

 

– Temo decirle que parece no haber mejoría. La condición del señor Héderváry ha empeorado, y si quiere mi opinión, creo que no le queda mucho tiempo antes de que…

– Gracias Francis, no necesito que me lo digas – interrumpió de inmediato Derek, moviendo una de sus manos instándolo a parar. El hombre asintió, cerrando la boca, y el joven sentado en el escritorio logró evitar apenas el soltar una maldición entre dientes. Hubo un momento más de silencio, antes de que Derek se levantara. Caminó en dirección a la ventana, llevando ambas manos tras su espalda – entonces, pasemos al siguiente punto. Bill – llamó. El hombre de mayor edad entre todos los que se encontraban en la habitación, con el cabello oscuro siendo circundado por unas cuantas canas y la barba rasposa y abundante, avanzó un paso quitando un sobre de su bolsillo. Lo dejó caer sobre el escritorio.

– Esto es lo que nos ha llegado el día de hoy, según Verónica – anunció. Bill era quien más años llevaba trabajando al servicio de la familia Héderváry, habiendo estado aún antes de que Derek llegara. Era quien más apegado estaba a Franz, y probablemente, el que más sufriera su enfermedad después de sus hijos. Derek volteó, y tomó el sobre, abriéndolo rápidamente. Una de las comisuras de sus labios se levantó por una fracción de segundo, denotando que se trataba de otra de esas cartas. Volvió a ponerla sobre el escritorio, quizás con más fuerza de la necesaria.

– Ya veo – dijo, sin querer arrugando el papel que aún sujetaba con sus dedos – supongo que tendremos que encargarnos de esto lo más pronto posible. No queremos que los Sardà hagan de las suyas – comentó como si estuviera hablando del clima. Volvió a mirar por la ventana – Francis, Bill, prepárense, quiero que esta tarde salgan en misión de reconocimiento. Intenten ser lo más sutiles posible – recomendó. Ambos hombres asintieron, apresurándose a la salida. Marcus se quedó allí, esperando alguna orden que nunca llegó. Un tanto avergonzado, carraspeó para hacerse notar. Derek lo observó, sorprendido, como si recién notara su presencia en aquel salón – ¿sí, Marcus? – preguntó con tono cauteloso. El joven bajó la mirada al suelo, sintiéndose apenado.

– Ehm, sí… me preguntaba… ¿qué haré yo? – dijo, de a poco recuperando la confianza lo suficiente como para levantar sus ojos del suelo y mirar una de las puntas del escritorio. Silencio, fue lo único que recibió como respuesta – ¿señor…? – comenzó a preguntar.

– Cuida a Eleonor – dijo de inmediato, volviendo a sentarse – encárgate de que nada le suceda, ¿entendido? – preguntó con voz dura. Marcus asintió de inmediato – bien, puedes irte – finalizó, volviendo su atención a los papeles frente a él. Marcus dio vuelta a sus talones, dirigiéndose a la salida – ¿Marcus? – lo llamó una vez más su jefe. El joven se detuvo, regresando su atención al hombre – si algo le sucede, puedes darte por muerto – amenazó. Le hizo un gesto con la mano para que se fuera, lo que el joven acató de inmediato, después de tragar pesadamente saliva.

 

 

 

 

El edificio tenía un aspecto viejo y abandonado. Se encontraba en una zona poco transitada de Longemer, justamente lo que Adam necesitaba. Había llegado hacía tan solo unas horas a la comuna, y ya había corrido con la suerte de encontrarse con los Héderváry. Bueno, no exactamente encontrado, pero sí los había visto. Algo era algo.

Las paredes amarillo chillón de la recepción estaban descascaradas y todo desprendía un fuerte olor a humedad. Adam se quitó el sombrero, consciente de que no era muy educado entrar así a un lugar, y se dirigió directamente a la mesa tras la cual un hombre de unos cincuenta años escribía ociosamente en un cuaderno. Carraspeó para llamar su atención. El hombre lo miró enseguida.

– Disculpe, ¿desea alojamiento, joven? – preguntó, cerrando el cuaderno y quitando de la nada otro. Adam sonrió, antes de asentir.

– Sí, me gustaría una habitación. Tengo planeado quedarme unas cuantas noches, así que…

– Sí, sí, comprendo – el hombre lo interrumpió, escribiendo – ¿podría firmar aquí? – le preguntó extendiéndole una pluma. Adam la tomó y firmó con su nombre, mientras el recepcionista abría uno de los cajones y sacaba una llave – ¿Cuántas noches? – preguntó. Adam se lo pensó.

– Una semana. Si necesito más, puedo pedirlo, ¿no? – cuestionó levemente. El hombre asintió.

– Por supuesto. Serán, entonces, unos doscientos sesenta francos – dijo. Adam levantó una ceja, pero no dijo nada, mientras sacaba algunos billetes de la bolsa que Rosaline le había dado. De verdad, un viaje en primera clase y una bolsa con cien mil francos. Le debía bastante a la muchacha. Entregó el dinero y se llevó la llave, viendo que la habitación que le había tocado era la 302 – está en el tercer piso. La encontrarás de inmediato si sigues la numeración – le indicó el hombre. Adam asintió, sonriéndole en agradecimiento, y subió las escaleras.

El cuarto resultó ser prácticamente un apartamento: la sala principal en la que se encontraba estaba alfombrada, teniendo un sofá en el medio y una mesita de café justo frente a él. La ventana que mostraba la ciudad podía verse tras este. Habían dos puertas a los extremos de la habitación: una a la izquierda, por la que se observaba la mesada de una cocina, y otras dos a la derecha, que permanecían cerradas. Pensó que podrían tratarse del baño y el cuarto respectivamente. Y no se equivocó, al abrirlas y comprobarlo.

A pesar de que el apartamento mostraba los mismos signos de deterioro que el resto del edificio, Adam no podía encontrarse más contento. Pensó en todos los tontos turistas que gastaban una fortuna por hospedarse en los hoteles de la costa, cuando allí, en medio de la ciudad, había un lugar más que suficiente para disfrutar.

Acomodó sus cosas, buscando los mejores lugares para esconder sus pocas posesiones de valor. No creía que aquel hombre pudiera irrumpir en su apartamento e intentar robarle algo, pero la experiencia le había enseñado a no confiar en nada ni en nadie, por lo que fue muy cuidadoso a la hora de guardarlos. Una vez listo, suspiró. Se acercó a la ventana, observando ociosamente las calles de Longemer. Estas no habían cambiado absolutamente en nada, a pesar de que hacía más de tres años que se había ido.

 

A lo lejos, casi en las afueras de la comuna, la destruida Iglesia de St. Anne podía verse. El único edificio que, sorprendentemente, había sido devastado en la Gran Guerra. Era extraño como Longemer, aún estando tan cerca con la frontera a lo que solía ser el Imperio Alemán, hubiera sobrevivido a todas las catástrofes sufridas durante esos cuatro años. Casi todos los pobladores solían preguntarse el porqué de ello, nunca obteniendo una respuesta concreta. Él era uno de los pocos que sabía el motivo, aunque aquello hubiera dejado de importarle hacía mucho.

Sacudió la cabeza, intentando librarse de esos pensamientos que tarde o temprano lo llevarían por terrenos que no deseaba recorrer, y casi por instinto sacó un papel de dentro de su bolsillo. Lo desdobló, revelando una carta completamente arrugada de tantas veces que había sido leída. Se dirigió al sofá de la sala, y sentándose, frunció el ceño como lo hacía todas las veces que decidía releer el papel. Era por esa carta que ahora él se encontraba allí, a pesar de que se había prometido a sí mismo nunca más volver. Una vez terminada, volvió a doblarla y se la guardó en el bolsillo. Recostó la cabeza contra la suave superficie del asiento y cerró los ojos. Antes de hacer nada, tendría que ir al hospital.

 

End Notes:

Me he creado un blog:

behlas-awesomeness.blogspot.com

Pasen! Allí hice varias aclaraciones históricas respecto a este capítulo (y probablemente los que siguen) para los que les interesa. Y no se olviden de comentar!!! :)

End Notes:

Me he creado un blog:

behlas-awesomeness.blogspot.com

Pasen! Allí hice varias aclaraciones históricas respecto a este capítulo (y probablemente los que siguen) para los que les interesa. Y no se olviden de comentar!!! :)

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Author's Notes:

Sé que es muy tarde en la noche, pero hoy no tuve tiempo de publicar, y como mañana tampoco lo tendré, aquí les dejo el segundo capítulo de esta historia.

Para los que leen "Un príncipe de mentira" sepan que aún no podré publicar el último capi, esta semana los profesores me han dado infinidad de tareas y no sé si me alcance el tiempo para hacerlas todas T.T

De acuerdo, entonces lean, y no se olviden de ver mi blog:

behlas-awesomeness.blogspot.com

Author's Notes:

Sé que es muy tarde en la noche, pero hoy no tuve tiempo de publicar, y como mañana tampoco lo tendré, aquí les dejo el segundo capítulo de esta historia.

Para los que leen "Un príncipe de mentira" sepan que aún no podré publicar el último capi, esta semana los profesores me han dado infinidad de tareas y no sé si me alcance el tiempo para hacerlas todas T.T

De acuerdo, entonces lean, y no se olviden de ver mi blog:

behlas-awesomeness.blogspot.com

Eleonor había sacado todos los vestidos de sus respectivas cajas y bolsas, y los había puesto encima de la cama doble que había dentro de la habitación. Se quitó la ropa, comenzando a probarse uno a uno los vestidos, combinándolos con otros accesorios para ver qué iba mejor con qué. Sonreía mientras se miraba en el largo espejo de cuerpo entero que había hecho poner en el cuarto. Normalmente no era tan vanidosa, pero no podía evitar pensar que todo lo que se probaba le quedaba estupendo. Tendría que agradecer una vez más a Derek por al fin haberla llevado de compras.

 

La puerta se abrió entonces, justo cuando estaba a medio camino de quitarse un vestido de verano color crema con flores, y entró Derek, quien la observó por un segundo con los ojos abiertos, antes de voltear educadamente el rostro.

– Perdón, yo… – dijo haciendo acopio de retirarse, pero la chica lo detuvo riendo melodiosamente.

– No importa, de todos modos eres mi prometido, así que no debería ser tan malo, ¿cierto? – comentó mientras continuaba quitándose la prenda. Derek suspiró, cerrando la puerta pero no volteando a verla en ningún momento. En lugar de eso, se concentró en toda la ropa sobre la cama, y frunció el ceño.

– Quizás para ti no importe, pero yo quiero mantenerme respetuoso hacia tú padre hasta que estemos oficialmente casados – respondió, levantando uno de los vestidos, color celeste – y por cierto, me imagino que ordenarás todo esto después, ¿cierto? – le dijo. Eleonor terminó de cambiarse y se acercó a él. Derek volteó a verla.

– Sí, sí, ya lo haré – suspiró, antes de hacerse un lugar entre el desastre de la cama, y recostarse en ella – pero es que pediste que trajeran mis cosas a tu habitación, cuando sabes perfectamente que aún no dormimos juntos. Será sumamente tedioso llevar todo esto después – se quejó. Derek se encogió de hombros, sentándose junto a ella. Aparatos de masajes

– Lo siento, realmente no pensé sobre eso en el momento – se disculpó. Eleonor sonrió.

– Como sea, ¿qué tenías que discutir con Bill y los demás? Tengo curiosidad… – dijo de forma inocente, aunque eso no evitó que Derek frunciera el ceño.

– Cosas de adultos – respondió a modo de que entendiera que no le diría nada. Ella bufó.

– Sí claro. Tan solo dímelo Derek… – insistió volteándose hacia él. Este suspiró.

– No puedo decírtelo. En serio. Y aunque pudiera, no creo que una chica debiera meterse en esta clase de cosas – le dijo casi con tono paternal. Eleonor frunció los labios. Iba a seguir insistiendo, cuando un par de golpes en la puerta llamaron la atención de ambos. Derek se levantó enseguida, agradecido por la interrupción, y abrió. Del otro lado estaba Francis, con rostro bastante agitado.

– Señor, tenemos que ir al hospital de inmediato. Su padre… – no necesitó decir más. Apenas escuchó esas palabras, Derek volteó hacia Eleonor, quien se había ido acercando de a poco, aún sin saber el motivo de la interrupción.

– Por favor, mantente aquí. Vuelvo enseguida – le pidió, confundiendo aún más a la chica, y desapareciendo tras la puerta. Siguió a Francis mientras ambos corrían hacia la planta inferior – ¿qué sucedió con mi padre? – preguntó preocupado, sin detenerse en su carrera.

– Parece que recibió una visita no muy grata – fue todo lo que dijo. Derek frunció el ceño, antes de llegar a la entrada principal y apresurarse al interior del automóvil. Mientras el vehículo salía de la propiedad y se internaba en la comuna, dirigiéndose al hospital, Derek hizo que Francis le contara todo lo que sabía, sin poder contener la ansiedad que lo llenaba con cada minuto que tardaban en llegar.

 

 

 

 

– ¿Y usaba ropa de vaquero? – preguntó una vez más Derek, para asegurarse. Una llorosa enfermera asintió.

– No sé lo que le habrá hecho, pero… poco después, él… – sollozó, completamente asustada. Francis suspiró, y se acercó para consolarla.

– Tranquila, no había nada que pudieras hacer, de todos modos – le dijo sonriendo ligeramente. La mujer asintió, antes de que Derek hiciera un gesto con la mano y su subordinado se apresurara a llevarla fuera de la habitación. Se giró a la cama de Franz, quien yacía inconsciente, observándolo en silencio por unos cuantos segundos. Francis volvió de inmediato, completamente solo – ya se ha ido. ¿Está bien, Señor? – preguntó, un tanto preocupado. Derek negó.

– ¿Habrán sido los Sardà? – pensó en voz alta Bill, apretando ligeramente las manos al pronunciar aquel apellido. Derek se encogió de hombros.

– Probablemente. Ahora tendremos que ser aun más cuidadosos con ellos – dijo, acercándose a su padre. Le tomó una mano – por suerte sigue con vida – dijo, apretándosela ligeramente. Marcus levantó ligeramente la cabeza. El Señor Héderváry había tenido una recaída producto de la visita de un hombre vestido de vaquero. Él había visto uno así ese mismo día. Se estaba preguntando si debería o no informar sobre ello cuando  Bill volvió a hablar.

– ¡Esos malditos! ¿Cómo se atreven a intentar dañar a Franz? ¡Señor, tan solo dígamelo, y yo iré personalmente a matar a cada uno de esos…!

– ¡Por favor, Bill! – Lo interrumpió de inmediato Francis, con gesto de horror – sé lo que significa esto, pero no por eso…

– Cállense – ordenó Derek, con voz firme. Ambos obedecieron de inmediato su orden – es más que obvio que han intentado asesinar a mi padre. Después de todo, el sigue siendo cabeza de la familia, y su muerte traería varios beneficios a los Sardà. Lo que no comprendo, es el por qué lo han hecho a esta hora del día, cuando hay tantas enfermeras y doctores rondando. Esto es extraño… – comentó de manera pensativa. Aunque no le era raro que hubieran intentado esto, si se lo era el hecho de que hubieran cometido un error como ese.

– Pero eso no importaría en el caso de que lo consiguieran – dijo de pronto Marcus, llamando la atención de los otros tres. Se encogió ligeramente ante la atención obtenida – d-digo… – tartamudeó. Francis achicó los ojos.

– Tan solo explícate, no tienes por qué estar tan nervioso – le dijo, sonriendo para que dejara de lado la preocupación. Marcus asintió, sintiéndose un poco mejor ante este gesto.

– Pues, en primer lugar, el hombre ha podido entrar sin haber sido descubierto, aún con su llamativo traje, lo que quiere decir que sin importar que haya sido de día, podría haber… eso – dijo, mirando a un costado – y en segundo, si no fuera por la enfermera que entró súbitamente, probablemente habría cumplido su objetivo, si es que no lo hizo ya – al finalizar levantó la mirada, pero la bajó de nuevo al ver los fríos ojos de Derek. Se armó de valor una vez más al escucharlo suspirar.

– Supongo que tienes razón – dijo al fin – Francis, pide que aumenten la seguridad en la habitación. No quiero que nadie extraño se acerque a mi padre – ordenó. El hombre se apresuró a salir para acatar la orden – Bill, prepara una carta. Esta noche visitaremos a los Sardà – le dijo, mientras el anteriormente mencionado asentía. Volteó hacia Marcus – y tú – se acercó a él. El joven resistió la tentación de retroceder – ya sabes qué hacer. Asegúrate de que no le pase nada a Eleonor – Marcus asintió, intentando no sentirse temeroso, aunque en el fondo estuviera bastante irritado. ¿Lo único que le tocaba era hacer de niñera a una chica rica? Bueno, no podía quejarse, de todos modos. Aún era nuevo e inexperto. Con el tiempo de seguro todo mejoraría. Eso fue lo que se repitió, al menos, cuando Derek lo mandó a volver a casa, a pie, para cuidar de Eleonor, mientras él, Bill y Francis se quedaban en el hospital.

 

 

 

 

Ya era de noche cuando los tres llegaron a la casa de los Sardà, al otro lado de Longemer. La carta escrita por Bill había sido entregada hacía unas horas, por lo que Antoine Sardà, cabeza de la familia, los esperaba, sentado cómodamente tras un escritorio en una oficina bastante parecida a la de los Héderváry, pero mucho más espaciosa y llena de colores más suaves. El hombre sonrió con suficiencia al ver al joven entrar, siendo seguido por sus dos subordinados.

Era un niño, sin suficiente habilidad o experiencia para manejar la ciudad. Una vez que Franz pereciera, sería fácil hacerse con el poder. Derek se acercó lo suficiente al escritorio hasta posar ambas manos sobre él. Se inclinó ligeramente, mirando al hombre a los ojos.

– Quiero saber exactamente qué es lo que planeas con todo esto – le dijo suavemente, aunque en su voz podían transparentarse la amenaza implícita de sus palabras. Antoine levantó una ceja.

– ¿Planear? Me temo que no comprendo – respondió con la misma suavidad. Derek bufó.

– Sabes de lo que hablo. Enviar a alguien por mí padre, vaya truco sucio, pero debo advertirte que no funcionará. Aún tras su… muerte, ningún miembro de esta familia tendría la mínima oportunidad contra mí o alguno de los míos – casi escupió estas palabras. Antoine no hizo más que sonreír, divertido.

– Así que vienes a amenazarme. Se nota que eres inexperto, Derek, haciendo gala de “lo que harás” en lugar de quedarte callado y planear bien las cosas como un verdadero líder haría – rió ligeramente – ¿y qué quieres decir con enviar a alguien por tu padre? No recuerdo haber hecho algo como eso. De todos modos, tampoco haría falta, a ese vejete no le queda mucho tiempo de… – se calló al escuchar un golpe tras ellos. Ambos hombres voltearon para ver a Bill, quien había sacado un arma y le apuntaba directamente. Su rostro reflejaba furia.

– ¡Dilo una vez más, si te atreves, infeliz! – le dijo. Sin embargo, antes de que pudiera siquiera dar un paso, alguien lo tomó del brazo por detrás, torciéndoselo hasta que terminó lanzando una exclamación de dolor, y soltó la pistola. Francis se apresuró a quitar su propia arma, para apuntarla al hombre que tenía sujeto a Bill, pero antes de hacer nada, otro hombre apareció, posando un arma contra su cabeza. Derek se irguió lentamente, mirando con aparente desinterés la escena que se había formado frente a él. Antoine lanzó una carcajada.

– Pero miren nada más. No esperaba menos de ti, Bill, siempre tan impulsivo – se levantó, demostrando los quince centímetros con los que pasaba a Derek. El joven odió tener que levantar la cabeza para seguir observándolo a los ojos – y pensar que los dejé entrar porque creí que sería una charla “amigable” Veo que no debo confiar más en los Héderváry, entonces – sonrió maliciosamente. Derek gruñó.

 

– Dile a tus guardaespaldas que suelten a mis hombres – ordenó. Antoine levantó una ceja.

– ¿Con qué derecho? Ellos han atacado primero, lo justo es eliminarlos – dijo con voz calmada. Asintió entonces, dando permiso a sus subordinados para terminar el trabajo. Pero antes de que alguno moviera un músculo, Francis habló, deteniéndolos a todos.

– ¡El que ha atacado a Franz ha sido un hombre! – gritó. Derek, Bill y Antoine lo miraron con sorpresa. El hombre que estaba apuntando a Francis retiró el seguro de su arma, dispuesto a matarlo, pero Antoine lo detuvo de inmediato, dejando que siguiera con lo que estaba diciendo – un hombre vestido como un vaquero americano. Aparentemente de estatura media. ¿Lo conoces? – preguntó. Tanto Derek como Bill continuaban sin saber qué estaba ocurriendo, hasta que Antoine suspiró. Entonces dijo, con la voz tan baja que podría haber sido confundida con un murmullo:

– Adam.

 

 

 

– Ya puedes irte – dijo Eleonor con molestia. Marcus suspiró. Realmente esperaba que las cosas mejoraran pronto, porque no se creía capaz de soportar por mucho tiempo más a la pequeña malcriada.

– Lo lamento Señorita, pero el Señor Héderváry me ha dado estrictas órdenes de cuidarla, así que no puedo…

– ¡Qué se pudra Derek! – gritó entonces ella. Se volteó, sentándose en el sofá con los brazos cruzados y las mejillas infladas, hasta que una idea iluminó su rostro – hey, Marcus – lo llamó. El joven la miró desconfiado, aún de pie cerca a la puerta de la sala – ¿por qué Derek te ha mandado para que me cuides? ¿Sucede algo de lo que deba enterarme? – preguntó moviendo ligeramente sus pestañas. Marcus rodó los ojos.

– Si quiere saber algo, debería preguntárselo usted misma al Señor Héderváry. Yo no estoy en posición para revelar tal información – le dijo. Eleonor hizo un puchero.

– Entonces sí ocurre algo – comentó mirando al piso. Marcus se maldijo a sí mismo por ese desliz – ¿a dónde fueron hoy? – volvió nuevamente con las preguntas. El joven volteó el rostro, dispuesto a no revelar nada. Eleonor suspiró – vamos Marcus, prometo no decirle a Derek que fuiste tú quien me lo contó.

– ¿Y quién más podría haberlo hecho, entonces, el viento? – replicó con ironía el muchacho. Esta vez fue el turno de la joven de rodar los ojos. Se levantó.

– De acuerdo, Derek no tiene por qué enterarse de que yo lo sé, ¿feliz? – insistió, parándose junto a él. Marcus negó.

– Ni un poco. Vuelva a sentarse señorita, de seguro su prometido llegará en cualquier momento – le dijo, haciendo un gesto con la mano para que volviera a su lugar. Ella bufó.

– ¿Acaso cree que está en posición para darme órdenes? No se olvide que, aunque no sea yo quien herede esta casa, sigo siendo su superior, así que ni se le ocurra volver a faltarme el respeto de esa manera – lo retó. Marcus ya no sabía qué hacer. Si tirarse por la ventana o sencillamente llamar a Verónica para que se encargara de ella. Eligió la opción más viable: asintió, como un buen perrito entrenado, logrando que Eleonor sonriera satisfecha – ahora sí, dime ¿a dónde fueron? – aunque la opción de tirarse por la ventana sonaba bastante tentadora…

 

– Al hospital, a ver a su padre – no supo por qué lo dijo. Sí por al fin callarla o porque en el fondo, sentía que ella también debía saberlo, pero se arrepintió casi de inmediato al ver como su rostro cambiaba de una mueca burlona a estar sumamente preocupada.

– ¿Le sucedió algo malo a mi padre? – preguntó. Bueno, no había vuelta atrás. Ya había metido la pata, así que no le quedaba de otra más que responder.

– Tuvo una recaída, pero no se preocupe, los doctores dijeron que se pondría estable – informó. Eleonor abrió los ojos con horror.

– ¿Una recaída? Oh, Dios, ¿por qué Derek no me lo dijo? – le preguntó, como si él tuviera una respuesta a eso. Sin esperar a que contestara, miró al piso, mientras caminaba nuevamente hacia el sofá – oh, Derek, eres un idiota. ¿Cómo es posible que no me diga eso sobre mi propio padre? ¡Cuando vuelva, juro que…! – comenzó a despotricar. Marcus se inquietó de inmediato.

– ¡Señorita! ¡No puede…! – pidió. Eleonor lo ignoró.

– ¡Está bien si no quiere que me acerque a su escritorio, o lo ayude con los negocios, o me entere sobre nuestros problemas con los Sardà, pero esto…!

– ¡Por favor, Eleonor, no puede decirle al señor que yo se lo dije! ¡Usted me lo prometió! – pidió una vez más, esta vez al fin obteniendo la atención de la muchacha.

– ¿Me llamaste por mi nombre? – preguntó achicando los ojos. Marcus le ofreció una mirada de disculpa. Ella sacudió la cabeza, antes de llevarse una mano a la frente y suspirar – sé que dije eso, pero tienes que comprender, ¡es mi padre! ¡No puedo permitir que Derek  me oculte algo como eso! – le dijo observándolo directamente a los ojos. Marcus se preguntó por un momento si aquello era un rasgo de familia, ya que su mirada le causaron los mismos escalofríos que cuando Derek posaba sus ojos en él, pero rápidamente negó con la cabeza.

– Es que… si el Señor Héderváry se entera de que yo… – quiso insistir. Una vez más Eleonor lo interrumpió.

– Tranquilo, no dejaré que Derek te haga nada, después de todo, aparentemente eres el único en el que puedo confiar – le sonrió. Marcus no se sintió muy a gusto con ello, pero no pudo decir nada más, antes de que la joven volviera a sentarse, para esperar el regreso de su prometido.

 

End Notes:

Dejen comentarios! Me interesa mucho saber que opinan de esta historia y si hay algo que deba mejorar. En serio :)

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Dejen comentarios! Me interesa mucho saber que opinan de esta historia y si hay algo que deba mejorar. En serio :)

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Author's Notes:

Bueno, hacía un tiempo que no publicaba. Nadie me ha comentado aún, eso me hace preguntar si la historia está mal o es aburrida. Pero cómo me gusta mucho, la seguiré publicando, así que seguiré esperando el día en que me llegue algún comentario :)

Author's Notes:

Bueno, hacía un tiempo que no publicaba. Nadie me ha comentado aún, eso me hace preguntar si la historia está mal o es aburrida. Pero cómo me gusta mucho, la seguiré publicando, así que seguiré esperando el día en que me llegue algún comentario :)

 

– ¿Adam? – preguntó Derek con una ceja levantada. Antoine tomó aire, obligando a sus hombres a dejar sus posiciones, quienes lo obedecieron un tanto reticentes. Se volteó hacia el joven.

– Habrá escuchado hablar de él, me imagino – le dijo con voz suave. Derek, aunque molesto por hacerlo, negó, causando una risa en el hombre – vaya, esto tan solo reafirma lo que he dicho antes: eres tan inexperto… – movió la cabeza a ambos lados, como si se encontrara ante un niño quien intentaba comprender el retorcido mundo de los adultos con su inocente lógica. Aquello no le gustó para nada al joven.

– Como sea, ¿va a decirme quien es Adam, si o no? – exigió. Antoine gruñó, molesto por su tono de voz.

– Un fugitivo. Un ladrón. Y aparentemente también, un asesino. Ciertamente, alguien en quien uno no debería confiar – respondió, volviendo a sentarse. Posó ambos codos encima del escritorio, antes de inclinar el mentón sobre sus manos unidas – es bastante famoso, en realidad. En la capital se lo busca por una recompensa de tres mil francos – dijo, alarmando a los tres hombres delante de él – me sorprende que la gran familia Héderváry desconozca sobre este hecho, aunque en realidad, es ya bastante raro de por sí que esta clase de noticias lleguen a puntos tan lejanos del país como lo es Longemer – comentó, como quien hablara del clima – si Adam ha intentado matar a tu padre, pues… no podemos saber qué clase de maquinaciones tenga contra esta ciudad, o hasta con nosotros. Solo podemos saber que ya no podremos descuidarnos. Este… muchacho, he oído que además de peligroso, es bastante listo. Encontrará una manera de querer burlarnos, pero en mí caso, no estoy dispuesto a dejarle las cosas fáciles. ¿Y tú? – le preguntó al joven delante de él con una sonrisa de suficiencia. Derek resopló.

– Yo tampoco – contestó.

 

 

 

– Por supuesto que no nos fiaremos de él – comentó el joven Héderváry una vez se hallaban camino a casa – nunca he oído hablar de este tal ladrón “Adam” y por lo que sabemos podría ser tan solo uno más de los subordinados de los Sardà, tratando de engañarnos. Francis – lo llamó. El aludido levantó la cabeza, volteando en su dirección.

– ¿Quiere que busque información sobre él? – preguntó, aunque ya supiera perfectamente la respuesta.

– Sí. Tenemos que asegurarnos de que existe, en primer lugar. Tengo la ligera impresión de que este Antoine – pronunció con sumo desprecio su nombre – piensa que somos tarados. No, mejor borra eso. Él piensa que somos tarados. Pero se llevará una gran sorpresa al descubrir lo que estos tarados pueden hacer – miró hacia la ventana, mientras cruzaba los brazos. En algún punto de su discurso, tanto Bill como Francis no pudieron evitar pensar que Sardà tenía un poco de razón: Derek aún era muy joven e inexperto. Sus recientes palabras de indignación no hacían más que demostrarlo. Pero, por suerte, el hombre había fallado en ver una cosa, y eso era su perspicaz inteligencia. Sabían que podían confiar en él en ese sentido. Por lo demás, bueno, solo el tiempo lograría educar correctamente a Derek en lo que a dirigir la ciudad se refería.

 

Divisaron las luces de la casa metros antes de entrar a los terrenos. Apenas Bill estacionó el automóvil frente a la entrada para que Derek pudiera bajar, la puerta se abrió de par en par, revelando la figura de Eleonor, quien corrió y, antes de que Francis pudiera siquiera salir del vehículo, estiró a Derek al interior, sin que nadie supiera cómo había logrado ser tan rápida. Francis soltó una ligera risa.

– Creo que alguien extrañaba a su prometido – bromeó. Bill rió con él, dando la vuelta al automóvil para dirigirse a una entrada lateral, dónde apagó el motor y salió junto con su compañero. Se sorprendieron al ver a Marcus esperándolos en la puerta, luciendo una expresión bastante ensombrecida.

– ¿Te divertiste cuidando de la señorita? – preguntó con ironía Bill apenas notó su estado de ánimo. Rió ante su propio “chiste” pero Marcus no cambió en lo absoluto su expresión, por lo que se detuvo casi de inmediato – bueno, tampoco es para que te pongas así – dijo rodando los ojos. Francis lo observó con el ceño fruncido, sin comprender lo que le estaba sucediendo, hasta que la luz pareció esclarecer su mente. Abrió los ojos con horror, mientras su mandíbula caía debido a la incredulidad.

– Por favor, Marcus, dime que no lo hiciste – pidió. Bill lo miró extrañado.

– ¿Hacer qué? – Cuestionó con curiosidad, mirando de un rostro a otro, hasta que al fin pareció comprenderlo también – oh… estás frito niño – fue todo lo que dijo, de manera muy fría. Francis lo observó con reproche cuando sus palabras consiguieron que Marcus palideciera aún más. Suspiró.

– ¿Te engañó para que lo dijeras? – preguntó, aunque era más que obvio. Eleonor podía ser bastante astuta cuando se lo proponía – tan solo espero que no hayas revelado nada importante – le dijo, pasándolo de largo mientras se dirigía a un pasillo muy alejado del primer piso, siendo seguido por Bill. Marcus sintió la necesidad de golpearse la cabeza en ese instante, aunque lo resistió bien y continuó junto a ellos, mientras contestaba:

– Tan solo le dije que hoy el jefe había ido a visitar a su padre, porque había tenido una recaída. No dije nada más, aunque se molestó bastante… – en ese momento entraron a una habitación con una gran mesa redonda en el medio y un estante lleno de distintos licores a la derecha. No tenía ventanas y era iluminada por una única lámpara al lado contrario del estante. Bill rió.

– Por supuesto que se habrá molestado. Lo que más odia esa chica es que se la trate de idiota, y te aseguro, con el jefe ocultándole esa clase información, se habrá sentido insultada y a montones – dijo tomando un vaso y sirviéndose un poco de whisky. Ofreció a Francis y a Marcus, el primero negando pero el segundo aceptándolo quizás con demasiada rapidez. Se sentaron a la mesa – ten por seguro que dentro de… – miró un simpe reloj de péndulo colgando en la pared – una hora, o quizás menos, el jefe te llamará, y solo Dios sabe que sucederá contigo – dicho esto, se lanzó a reír como si acabara de escuchar el mejor chiste de la historia. Francis lo miró de mala manera, y Marcus tan solo pudo dejar caer la cabeza sobre la mesa, sintiéndose totalmente miserable.

 

 

 

 

Adam estaba sentado sobre una de las altas rocas que se hallaban cerca del lago, mirando sin mucho interés las ondas brillantes del agua gracias a las luces de la ciudad. Estaba preocupado. No creía que las cosas terminarían así en el hospital pero no había nada que pudiera hacer al respecto en ese momento, por más que quisiera. Maldijo en su mente a la enfermera. Si no hubiera entrado de la nada, las cosas no habrían tenido ese desenlace, y ahora él no se encontraría pensando en cómo había terminado todo para Franz Héderváry. Tomó una roca cercana y la lanzó con fuerza contra el agua, viendo casi hipnotizado como esta daba grandes saltos hasta perderse en la oscuridad. Suspiró.

Aún no quería volver al edificio dónde se hospedaba. Había pasado tanto desde la última vez que había estado allí. Miró con un poco de molestia al amplio sombrero que usaba siempre. Quizás ya no sería tan conveniente llevarlo ahora…

Bufó. Genial, por un estúpido descuido, debería dejar su marca personal de lado. Se consoló pensando que sería únicamente temporal. Una vez terminara lo que venía a hacer allí, podría utilizarlo nuevamente, tanto como se le antojase. Mientras continuaba mirando al estrellado cielo  de mayo, pensó en cómo llevar a cabo su plan. Por primera vez desde que había comenzado con lo suyo, no tenía ni idea de qué hacer exactamente, pero de alguna manera eso lo entusiasmó más. Después de todo, a veces las mejores cosas salen sin planearse, ¿cierto?

 

 

 

Tocó con los nudillos apretados, para no temblar, la puerta. La voz del jefe sonó desde el interior, permitiéndole entrar. Marcus tomó aire, diciéndose a sí mismo que no había nada qué temer. No había hecho nada garrafalmente fuera de las normas como para condenarse al más allá, tampoco había cometido traición, o siquiera dicho algo sobre el vaquero que había intentado asesinar al Señor Héderváry. Tan solo había comentado superficialmente a Eleonor que su padre había tenido una recaída. No debía temer… por si acaso, esperaba que la muchacha mantuviera su promesa y lo protegiera. Qué cosa más patética, ser protegido por una mujer… él era patético, aunque ya lo sabía, de todos modos.

Abrió la puerta, y se encaminó al centro del lugar, deteniéndose justo frente al escritorio, en el cual Derek estaba sentado, revisando algunos documentos sin prestarle la más mínima atención. Marcus tragó saliva, de seguro lo hacía solo para ponerlo aún más nervioso. Después de lo que al muchacho le pareció una eternidad, Derek dejó los papeles en la mesa, y suspiró, posando sus ojos marrones en los avellanas de él, los cuales intentaban mostrar firmeza. Mientras la tensión seguía construyéndose en Marcus, quien pronto comenzó a desear golpearse la cabeza contra el escritorio solo para romper aunque fuera superficialmente aquel silencio de ultratumba, Derek rió, confundiendo al joven.

– No voy a matarte, así que puedes relajarte, sólo quería tener unas cuantas palabras contigo – le dijo, su expresión divertida cambiando rápidamente a una seria, lo que tan solo consiguió confundir aún más a Marcus – tengo entendido que has informado a Eleonor sobre el estado en el que se encuentra su padre – comentó casualmente, mirándolo de soslayo. Marcus asintió.

 

– Sí, pero no le he dicho nada más. Tan solo eso – contestó enseguida. Derek asintió.

– ¿Podría saber por qué lo has hecho? – preguntó, inclinándose hacia atrás en su asiento, mostrándose totalmente relajado. El joven frente a él se quedó callado, llamando su atención – ¿o no? – dijo de broma, sonriendo de lado, divertido ante lo nervioso que podía poner al chico.

– Pues… – comenzó este, pensando – fue porque… creí que merecía saberlo. Además de que ella no paraba de preguntarme. Debía decirle algo para que estuviera conforme y dejara de m… – se calló abruptamente, al darse cuenta de que probablemente estuviera a punto de ofender a su jefe. Derek levantó una ceja.

– ¿Molestarte? – completó a lo que el joven quería decir. Rió ligeramente – sí, he de admitir que Eleonor puede ser un poco molesta a veces, en especial cuando desea averiguar algo, y supongo que esto sí serviría para calmarla, pero debes saber que, si vas a cuidar de Eleonor a partir de ahora, debes empezar a construir tu paciencia, de otro modo, quizás deberías buscarte otro trabajo – sonrió dulcemente al finalizar. Marcus se preguntó cómo alguien podía verse tan amenazante haciendo eso – y otro punto. Dijiste porque merecía saberlo… tengo curiosidad, ¿qué quieres decir con eso? – preguntó, fijando su mirada en él. Marcus se removió incomodo.

– Ehm… e-eso. Es su padre, y no me parece correcto que no sepa en qué situación está – contestó, esperando que fuera suficiente. Derek se reacomodó en su silla.

– Ya veo, lo que quieres decir con eso es que yo no tenía planeado comentarle nada a Eleonor, y ocultárselo como un vil tramposo, ¿no es así? – Marcus quiso protestar de inmediato, al ver hacia dónde se dirigía la conversación, pero Derek continuó sin dejarlo hablar – y al final, supongo que así fue como terminaron las cosas… – suspiró – de acuerdo, creo que ya he alterado suficiente tu presión sanguínea. Pero, antes de que te retires, tan solo quiero recordarte una cosa – achicó los ojos, logrando lucir aún más amenazador para Marcus – la próxima vez que abras tu boca, puedes considerarte fuera. No solo de este trabajo, sino también de Longemer, Vosgos, y en cualquier caso, Lorena, ¿entendido? – preguntó. Marcus asintió de inmediato, enérgicamente – bien, vete – le dijo, volviendo a sus papeles. El joven no perdió ni un segundo, y dio media vuelta en sus talones, para desaparecer por la puerta.

No había sido tan malo… aunque su corazón no paraba de latir fuertemente contra su pecho. De seguro Bill estaría decepcionado cuando les contara a él y Francis que había logrado irse con solo una amenaza. Aunque lamentablemente muy bien hecha, al menos para él.

 

 

 

Suaves golpes contra la madera lo detuvieron en medio de su trabajo. Derek levantó la vista, preguntándose quién sería, pues ya había hablado con Marcus. Continuó con lo suyo mientras soltaba un ligero “pase” y antes de que pudiera hacer más, Eleonor entró. Enseguida Derek dejó los papeles a un lado, para mirarla con curiosidad.

– No le has hecho nada, ¿verdad? – le preguntó la muchacha, tras haber cerrado la puerta y acercado lo suficiente. Su prometido suspiró.

– No planeaba hacerle algo muy malo, de todos modos – fue su simple contestación. La chica arrugó la nariz.

– Sabes que no hizo mal, no puedes esperar ocultarme las cosas siempre – dijo ella, cruzándose de brazos. Derek frunció el ceño, pero terminó por sonreír condescendientemente. Se levantó, y lentamente caminó hasta dónde estaba ella, quien no se inmutó en lo más mínimo por su comportamiento. Ella nunca le tendría miedo, porque sabía que le era imposible tocarle un pelo. Al llegar a su lado, la observó desde toda su altura, que la sobrepasaba por al menos una cabeza y media. Eleonor no apartó los ojos, demostrándole así que estaba dispuesta a desafiarlo si la situación lo ameritaba, y él sonrió.

– Esta es una de las cosas que más me gustan de ti – comentó de manera casual, como si hablara del clima. Levantó una de sus manos para acariciar lentamente su mejilla – Marcus se ha ido con tan solo una amenaza, aunque es bastante cobarde el muchacho. En ningún momento durante nuestra conversación intenté herirlo, sin embargo – llevó la mano a su cabello, acercándose un poco más para poder abrazarla sutilmente – seguía temblando como si se encontrara ante un verdugo. La verdad, si continúa así, dudo mucho que nos sirva. No necesitamos a alguien que en caso de peligro, lo único que haga sea observar todo con temor – le explicó. Su prometida se quedó callada, consciente de qué tenía razón, y tan solo cuando el reloj de péndulo del comedor retumbó contra las paredes del lugar, anunciando las nueve de la noche, ella se soltó. Caminó lentamente hacia la puerta, mientras escuchaba a Derek volver a su lugar. Se detuvo.

– Esta noche quiero que durmamos juntos – pidió, sin voltearse. No recibió respuesta de su prometido, por lo que después de unos segundos de espera, se volteó, encontrándolo con la mano en el respaldo de su asiento, parado y con el ceño fruncido.

– ¿Por qué? – preguntó, con curiosidad. Eleonor se encogió de hombros.

– ¿Necesito una razón? Tan solo quiero estar contigo – dijo. Derek se lo pensó un momento, antes de finalmente negar.

– Aún no estamos casados, lo siento… – iba a responder, pero la chica se le adelantó.

– ¡Solo dormir! No necesito que hagamos otras cosas, pero me encantaría poder estar contigo esta noche. Yo… – tomó aire antes de continuar, esta vez observándole con los ojos ligeramente cristalinos – tengo miedo por nuestro padre, y dudo mucho que esta noche pueda descansar tranquila estando sola – le dijo. El muchacho se quedó callado, tan solo observándola con una expresión indescifrable en el rostro. Eleonor se mostraba ansiosa, a pesar de que estaba casi segura de que él no podría rechazarla ahora. Finalmente, tras unos largos minutos de silencio, Derek suspiró, asintiendo. Volvió a sentarse al tiempo que la chica sonreía y le agradecía efusivamente.

– Pero recuerda – le dijo antes de que ella saliera, a prepararse para dormir – aún no estamos casados, así que nada de lanzárseme, ¿oui? – preguntó. Ella hizo un ligero puchero pero

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