Desafiando al futuro by Aira
Dicen que Terry está vivo, pero el se siento muerto desde que Candy se apartó de su lado y él no tuvo otra opción que dejarla ir ¿Pero en verdad no la tuvo?
Dicen que Albert es para Candy un amigo,un padre, un hermano y un protector. Y mientras todos siguen diciéndolo, Candy se acurruca en el regazo de Albert ante una chimenea. La misma escena de ayer en Escocia, pero el interlocutor es otro.
Todos la han elegido a ella...pero ella solo puede elegir a uno
¿Quién de ellos es la opción que Candy tomará?
DESAFIANDO AL FUTURO. Una historia que demuestra que las líneas torcidas sí pueden enderezarse...pero también pueden torcerse más.
Categories: CANDY CANDY Characters: No
Generos: Drama
Advertencias: No
Challenges: No
Series: No
Chapters: 6 Completed: No Word count: 38857 Read: 2205 Published: 14/10/2007 Updated: 05/02/2008
Dicen que Terry está vivo, pero el se siento muerto desde que Candy se apartó de su lado y él no tuvo otra opción que dejarla ir ¿Pero en verdad no la tuvo?
Dicen que Albert es para Candy un amigo,un padre, un hermano y un protector. Y mientras todos siguen diciéndolo, Candy se acurruca en el regazo de Albert ante una chimenea. La misma escena de ayer en Escocia, pero el interlocutor es otro.
Todos la han elegido a ella...pero ella solo puede elegir a uno
¿Quién de ellos es la opción que Candy tomará?
DESAFIANDO AL FUTURO. Una historia que demuestra que las líneas torcidas sí pueden enderezarse...pero también pueden torcerse más.
Categories: CANDY CANDY Characters: No
Generos: Drama
Advertencias: No
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Series: No
Chapters: 6 Completed: No Word count: 38857 Read: 2205 Published: 14/10/2007 Updated: 05/02/2008
Desafiando al futuro
CAPÃTULO 1
Heridas que renacen.
       Un travieso rayo de sol jugaba a despertar a una dulce damita de cabellos rubios; no obstante, parecía que aquella porción del astro rey estaba perdiendo terreno ante los poderes de Morfeo. Finalmente, Candice White no pudo resistirse más ante la ineludible invitación para desprenderse del mundo de los sueños.
       -Candy… -murmuró el pequeño Joseph de pie junto a la camita de la rubia. -¿Estás despierta?
       -Uhmmm…No. –respondió Candy aún sin abrir los ojos.
       -Tramposa –sentenció divertido el pequeño- ¡Sí que estás despierta, puesto que me has contestado!
        -¡Oh Joseph! – replicó Candy estirándose un poco en la cama- Es verdad que estoy despierta, pero desearía permanecer en cama un poco más. Creo que tengo pereza – sonrió guiñándole un ojo.
       -Entonces quédate aquí, aún es temprano – dijo el niño con la voz comprensiva de quien ha sentido muchas veces la misma tentación. Después, como si recién se le ocurriera, añadió: -¿Por qué no sueñas despierta un rato, Candy? Tú nos has enseñado muchas veces a hacerlo. Estoy seguro de que eso es lo que necesitas ahora.
       Obediente, Candy se acurrucó de nuevo en su pequeña pero acogedora cama, cerrando los ojos e intentando que pensamientos agradables la invadieran. Pero ni Morfeo ni los instantes gratos pudieron hacerle compañía…estaba demasiado inquieta y sabía por qué.
       Su mente se remontó a un par de meses antes, cuando la carta acababa de llegar. La carta…Por más que trataba de olvidarse de ella, todos los intentos eran en vano. Recordarla era un tormento constante.
       -Susana- se dijo a sí misma con tristeza- ¿Por qué me hiciste esto? ¿Por qué te haces esto tú misma? ¿Era necesario abrir heridas que todavía no cicatrizan?
       Las lágrimas humedecieron su rostro mientras su mente recordaba una a una aquellas palabras que habían llegado a lo más hondo de su corazón. A fuerza de tanto leerla, era capaz de repetirse de memoria cada línea:
      Â
“Querida Candy:
Espero que te encuentres bien. Lamento mucho la forma en la que tuviste que dejar Nueva York. Ahora yo sé bien en dónde está el corazón de Terry. Lo único que me queda es esperar que algún día él se enamore de mí. Ya no puedo caminar en lo absoluto y ahora me doy cuenta que Terry es mi vida y mi alma. Yo esperaré a su lado para siempre si eso es lo que debo hacer…¡Lo amo tanto! Siempre estaré a su lado para cuidarlo.
Susana.
       -“Ahora yo sé bien en dónde está el corazón de Terry…”susurró Candy a sí misma. –En realidad sabes mucho, Susana. Yo no sé en dónde está el corazón de Terry. Ni siquiera sé en dónde está el mío.
       Lágrimas largamente reprimidas comenzaron a fluir incontenibles. Ni siquiera se dio cuenta en qué momento la figura regordeta de Joseph abandonó la habitación y fue sustituida por la figura aún más regordeta de la Señorita Pony.
       Candy…-murmuró la anciana dulcemente.
       Iba a continuar hablando, pero la prudencia que solo los años son capaces de conferir la hizo callar. Sabía que la mejor manera de que Candy hablara era justo permaneciendo a su lado en silencio. Finalmente, una figura delicada vestida con un camisón de dormir suave y gastado se abrazó de ella esparciendo sus rebeldes rizos rubios sobre el pecho de la anciana.
       -¡Señorita Pony!- lloró convulsivamente –ya no puedo con esto. Créame que trato de sobrellevarlo, pero ya no puedo.
       -Candy–replicó dulcemente su interlocutora mientras acariciaba sus revueltos cabellos- Aún sin saber exactamente cómo están las cosas, sé que estos últimos meses han sido muy amargos para ti. ¿Quieres confiar un poquito en esta anciana? Tal vez ya sea muy vieja para comprenderte, pero no para brindarte consuelo.
       -Señorita Pony- murmuró Candy con tristeza- no sé ni siquiera por dónde empezar.
       -Podríamos comenzar por el principio- sonrió la vieja dama comprensivamente- Pero existen tantos principios que tal vez el más reciente sea la carta de la señorita Marlowe ¿Me equivoco?
       Candy no respondió. Se limitó a hurgar en el interior del corpiño, hasta extraer un minúsculo papel tan maltratado que evidenciaba toda una historia en cada arruga. Bastaba verlo para saber que había sido leído decenas de veces, que había sido estrujado con desesperación otras tantas, y que se había convertido en receptáculo de muchas lágrimas involuntarias. Con mano temblorosa, la joven extendió el doblado papelillo hacia la señorita Pony.
       La anciana desdobló cuidadosamente aquel objeto que tantas veces había deseado tener en sus manos, pero que la discreción le había impuesto no solicitar jamás. Se caló los lentes pero aún así le costó trabajo distinguir la menuda letra sobre el dañado papel. No obstante, era tal su ansiedad que pese a las dificultades técnicas iniciales devoró ávidamente el contenido.
       -Mi pequeña…dijo solícitamente- ¿No crees que esta ha sido una carga muy grande para llevarla tú sola?
       Viendo que la chica no respondía, la señorita Pony tomó las llorosas mejillas entre sus manos, obligando a Candy a mirarla. Y por primera vez en la vida estuvo plenamente consciente de que esa mirada, por lo común alegre y juvenil, podía también ser capaz de reflejar una pesadumbre intensa que dolía más por el hecho de tener que disimularse constantemente.
       -Candy, - pronunció al fin, con acento dulce pero firme- te he mirado sufrir muchas veces, pero creo que en esta ocasión las cosas son más difíciles que antes. He sentido como nadie tu ruptura con el joven Terrence…pero creo que las cosas deben empezar a cambiar.
       -¿Cambiar?– balbuceó Candy- Nada desearía yo más que eso, señorita Pony. Pero me cuesta mucho trabajo. Cuando creo que estoy a punto de lograrlo…algo ocurre que revive la herida.
       -Y siempre seguirá ocurriendo algo, Candy. Mientras solo huyas de la situación, el dolor se despertará de nuevo por cualquier motivo. Una vez más tienes que ser fuerte Candy. Tan fuerte como cuando perdiste a Anthony.
       -No fui fuerte entonces señorita Pony- dijo Candy dejándose invadir por los recuerdos- Separarme de Terry ha sido un dolor muy grande, pero ni siquiera este dolor puede compararse al que sentí cuando Anthony murió.
       La mirada de Candy se nubló, y la señorita Pony, retirando las manos de las mejillas de la chica, dejó que ésta se abrazase de nuevo a ella, en un llanto que, a pesar de la infinita tristeza que reflejaba, proyectaba un poco más de tranquilidad.
       ¡Qué diferencia entre ambos amores!-se dijo a sí misma la rolliza y dulce dama- Cada llanto de Candy se parece un poco a la personalidad de quien lo inspira. Por Anthony llora con un dulce dolor ante lo irreversible, y por Terry con una convulsiva desesperación. Y ha perdido para siempre a ambos ¡Dios mío, permite que mi niña pueda ser feliz de nuevo, te lo ruego!
       -Candy…sí que fuiste fuerte entonces. Te tomó tiempo y te costó trabajo, pero lo lograste superar. Y tienes qué hacerlo de nuevo.
       -Lo logré superar porque el Hogar de Pony me dio las fuerzas necesarias para eso…y en busca de esas fuerzas es que me quedé aquí de nuevo este tiempo. Es solo que …
       -No Candy.-interrumpió la dama con resuelta dulzura- El Hogar de Pony te dio paz, y eso es muy bueno. Pero quien realmente te ayudó a afrontar la muerte de Anthony y a tener el valor para seguir adelante…no fue el hogar ¿No es cierto?
       Sí, era cierto. No había sido solo el hogar. Pero entonces todo era tan distinto…incluso el amor y el dolor que ahora experimentaba por Terry no podía compararse al que Anthony había generado involuntariamente en ella.
       Anthony…tan solo evocar su nombre la llenaba de paz. Y sin embargo, hubo una época en que cualquier mínimo detalle relacionado con él la hacía llorar de modo incontenible. Poco a poco había aprendido a superar eso y finalmente ahora comprendía que la señorita Pony tenía razón. No podía seguir eludiendo el momento de hacer frente a la vida. Tenía que sobreponerse y, por lo visto, en esta ocasión debía hacerlo sola.
       -Señorita Pony… ¿Por qué no me ha visitado Albert ?
       -¡Vamos, Candy! –sonrió la buena anciana. –Si la memoria no me engaña, en el último encuentro de ustedes fue él quien te visitó.
       -¡Oh sí! –asintió Candy- ¡Pero de eso hace ya casi un año! –protestó con ademán mohíno.
       -Y en el encuentro anterior, fue también él quien vino aquí. ¿Lo recuerdas?
       -¡Cómo olvidarlo, Señorita Pony! Fue cuando me sorprendió con la presencia de Annie, Patty y Archie… y cuando supe que él era mi príncipe de la Colina…¡Qué temporada tan hermosa! –exclamó con entusiasmo; y luego un poco melancólica añadió: -¡Y tan breve!
       La señorita Pony sonrió, contenta de que la joven comenzara a pensar en otra cosa, y decidió hacerle eco al nuevo tema.
       -¿Sabes? A veces creo que me faltó educarte un poco más en ciertas cosas elementales –murmuró un tanto contrita.
       -¿Por qué dice eso, Señorita Pony?
       -Porque si lo hubiese hecho correctamente, entenderías que a una visita debe corresponderse con otra. Desde que retornaste al hogar, Albert ha estado dos veces aquí, pero tú no has ido ninguna a Chicago con él y tu familia.
       -Es que mi familia son usted y la Hermana María. Y Albert también, desde luego, pero…
       -¿Pero...? –la animó a continuar la anciana.
       -No sé…-vaciló Candy- No me siento preparada para enfrentar a la Señora Elroy. No después de lo ocurrido con Neil.
       -Comprendo- asintió la señorita Pony- ¿No has pensado pasar allí una parte del invierno? Tú me has comentado que ella últimamente ha preferido trasladarse a Florida para esas épocas, en busca de un clima más benigno.
       -Es cierto- corroboró Candy.- Ella parte justo después de navidad, y entonces yo podría ir. Señorita Pony…-añadió indecisa- ¿Estaría bien que me hospedara allí aunque Albert se encuentre sólo? Quiero decir… ¿Sería correcto?
       -Candy- increpó la anciana con dulzura.- Viviste a solas con Albert varios meses cuando él perdió la memoria y era prácticamente un desconocido para ti. Y no recuerdo que hayas solicitado consejo a nadie al tomar semejante decisión. Así que haré de cuenta que no escuché tu pregunta –añadió con una sonrisa pícara.
       -Es que entonces él era simplemente Albert, no la cabeza de la familia Andrew.
       -Es cierto que él ya no es tan solo Albert, pero tú tampoco eres ya solo Candy White. Ahora existe, por las leyes y el cariño, un vínculo mucho más cercano, que autoriza esa estancia desde el punto de vista de cualquier persona con criterio.
       -El único punto de vista que me interesa es el suyo, Señorita Pony. Bueno, el de la Hermana María también -rectificó mientras guiñaba un ojo divertida.
       La señorita Pony guiñó también un ojo con complicidad, antes de añadir:
       -Es un hecho entonces tu partida para esas fechas ¿Verdad?
       -Faltan dos detalles aún.
       -¡Oh Candy! –protestó la anciana poniendo cara de: “¿Y ahora qué pretexto sigue?”- Dime pues en qué consisten esos detalles.
       -Bueno, uno de ellos es un comentario sobre las visitas que Albert ha hecho al hogar. En la primera de ellas, cuando vino con los chicos y me confesó ser el Príncipe de la Colina, él proyectaba mucha alegría y se marchó casi a pesar suyo.
       -Es cierto,- interrumpió la anciana- sin duda no pudo escapar ya más tiempo de sus deberes como responsable financiero de la familia Andrew.
       -Sí ,–continuó Candy- lo entiendo. Pero la segunda vez fue todo lo contrario Señorita Pony. Llegó tan alegre… y sin embargo su visita fue muy breve y se marchó muy serio…casi taciturno. ¿Notó usted eso, Señorita Pony?
Vaya que lo había notado. Se había preguntado a sí misma muchas veces sobre ese cambio de actitud, tan marcado que hasta la misma Candy lo había percibido. Para la viejecita, dotada de la agudeza que solo la edad confiere para notar esos detalles, había sido evidente el esfuerzo del joven para que todo pareciese normal. Y a fuerza de reflexionar sobre ese asunto, creía haber encontrado la respuesta. No obstante, distaba aún de estar segura, así que contestó con sencillez:
-Candy querida, por muy buenos ánimos que el joven William traiga, su carga es muy pesada para sus años. Es comprensible que a veces el peso lo gane. Cuando la Señora Elroy o Archie o tú o cualquier miembro de la familia está en problemas, cuentan con él para resolverlos o, por lo menos, para apoyarlos. ¿Pero a él quién lo anima y lo escucha, hija?
-¡Oh Señorita Pony! –exclamó Candy contrita- He sido muy egoísta Con Albert. Lo hemos sido todos, pero yo particularmente, y si no es por usted ni siquiera me percataría de ello. ¡Pensar que casi le guardé rencor la última vez por irse tan pronto y estar tan sombrío!
-¿Le pediste tú que se quedara?
-No- convino Candy
-¿E hiciste algo por levantarle los ánimos?
-Tampoco -balbuceó la joven- Tengo la pena de admitir que yo esperaba que él me los levantara a mí. ¡Que inconsciente he sido!
-Admitir los errores es un buen primer paso- sonrió la dama.- El segundo es remediarlos.
-¡Tiene usted toda la razón! Pero recuerde que todavía nos quedó un detalle pendiente.
-Cierto-dijo la señorita Pony sin perder la sonrisa- ¿Cuál es el pendiente tan grande que aún nos queda?
-Que para visitar a alguien en su casa, -enfatizó Candy con seriedad- hace falta ser invitado a ella previamente.
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       Por enésima vez, Archibald Cornwell trató de cuadrar las cifras, sin tener éxito de nuevo. Eso significaba tener que sumar de nuevo cada fila y cada columna de números, hasta lograr que los totales de ambas dieran el mismo resultado. Y si esto no ocurría, una pila de documentos deberían verificarse hasta encontrar el error. Se sintió agotado ante semejante perspectiva.
       -¡Me rindo!- exclamó mientras cruzaba los brazos sobre el enorme escritorio de roble y  sepultaba el rostro entre ellos. –Esto es mucho más difícil de lo que pensé.
       -En realidad el problema no estriba en la dificultad, sino en la paciencia. Las primeras veces siempre es tedioso hacer esto.- le consoló un joven de rostro dulce y mirada vivaz.
       Era Harold Bingley, la “última adquisición” que Albert había realizado para las empresas Andrew. Era muy joven todavía, tal vez dos o tres años menos  que Archie, pero proyectaba un gran sentido de responsabilidad y una inagotable paciencia.
       -Demasiada paciencia- se dijo Archie a sí mismo, compungido- de lo contrario no me explico cómo ha podido soportarme tanto tiempo sin perder la amabilidad.
       De hecho, tenían poco tiempo de conocerse en persona, aunque ambos sabían desde bastante tiempo antes su mutua existencia. Archibald recordaba que Harold había sido contratado como auxiliar en la teneduría de libros hacía ya varios meses y cuando Albert se lo comentó, se mostró extrañado de que hubiese optado por alguien tan joven.
       -Hay cosas más importantes que la edad, Archie. Este joven conjuga la necesidad del empleo con una fiebre extraordinaria por absorber y poner en práctica sus conocimientos; está lleno de promesas, y yo haré cuanto esté de mi parte para que las cumpla.
       Aquel comentario no hizo sino producir una punzada de celos en el joven Cornwell. Las punzadas se fueron haciendo cada vez más grandes e intensas en la misma medida en que Harold Bingley iba ascendiendo en escalafones y responsabilidades.  Una cosa era ser ayudante del tenedor de libros, y otra muy diferente era ser el responsable absoluto de ellos e incluso tener un lugar (mínimo, pero lugar al fin), en el Consejo de recursos financieros de la empresa bancaria de los Andrew. Archie estaba molesto de que semejante puesto no le hubiera sido ofrecido a él, que tenía el derecho de la sangre para ocupar ese asiento.
       Llegó a pensar en manifestárselo a Albert, pero lo detenía un incidente ocurrido con su primo Neal. Este había acudido, bajo presiones de su madre, a solicitar ni más ni menos que un puesto en la Junta de Inversiones. Albert se había echado a reír de buena gana y le ofreció el de auxiliar en la teneduría que en ese momento estaba nuevamente vacante. Neal rehusó sintiéndose humillado, pero William Albert Andrew fue tajante:
       -Quienquiera que desee un puesto importante aquí, tendrá que ganárselo.
       De modo que Archie concluyó que lo más prudente en ese momento era no mencionar el asunto. Ya se encargaría él de darle una sorpresa al hermano de su madre, y entonces éste aquilataría cuan grande era el valor de su sobrino como hombre con visión de negocios.
       -Después de todo, Albert –pensó malicioso- Tú no te ganaste tu puesto con más esfuerzo que el que tus derechos de herencia te impusieron.
       De manera que, para el último viaje de negocios de su tío, Archie se había dirigido a las oficinas y se había apersonado ante el anciano Gregory Stewart, que se encargaba de la dirección general cuando Albert se ausentaba. Gregory escuchó pacientemente al joven Archibald exponer su deseo de colaborar con la empresa y de “darle la sorpresa” a su tío cuando volviera.
       El anciano Gregory se rascó la barba, meditabundo. Guardaba sus reservas sobre qué tan grata podría resultar semejante sorpresa para el heredero Andrew. Realmente Archie le colocaba en un serio aprieto con su petición, a la que no podía negarse sin ser grosero, ni aceptarla sin correr un riesgo importante si las cosas no salían bien.
       Al fin, la mente de Stewart se iluminó con una decisión salomónica por su simplicidad. ¿Qué tal ponerlo de ayudante del joven Bingley, ya que Neal Leagan había desdeñado tal sitio? No era probable que la colocación fuese muy del agrado de Archie, y en efecto, no quedó contento cuando se la expuso. Pero Gregory ofreció un argumento inapelable:
       -Si lo que desea es adquirir práctica, ese puesto es excelente. Su tío quedará tan gratamente sorprendido a su regreso que usted dispondrá de sólidas bases para solicitarle una mejor plaza. No tiene sino qué mirar cómo ha progresado el joven Bingley, que empezó en esa colocación.
       Descontento, pero viendo que con Stewart no lograría nada mejor, Archie aceptó prometiéndose que no se mantendría allí por mucho tiempo. Aunque ahora, enredado en la maraña de números, ya no podía asegurarlo. De no ser por la ayuda de Bingley, daba por descontado que Gregory ya le hubiera puesto de patitas en la calle con todo y ser un Andrew. Después de todo, Bingley no había resultado ser el antipático muchachito que él se había imaginado, sino un joven alegre, concienzudo en el trabajo y nada egoísta en compartir sus conocimientos. Ambos jóvenes congeniaron de inmediato.
       -¡Caramba!-Se decía Archie sorprendido a sí mismo- este joven Bingley ha resultado ser de lo más simpático; es como si le conociera de toda la vida.
       Y cuando pensaba en ello, se lo quedaba mirando detenidamente, tratando de dilucidar si en alguna ocasión pasada le había conocido. Sin embargo, por más que se concentraba en ello sus esfuerzos eran infructuosos. No lograba recordar en donde pudiera haberle visto antes. Aunque quizá siendo aquel de Sheridan (una localidad no muy lejana de Lakewood), pudiera haberle visto en alguna de las temporadas que pasó allí en verano, pese a que él nunca pisó Sheridan y Bingley confesaba no conocer Lakewood más que de nombre.
       En todo caso, Archie se prometió a sí mismo que no solicitaría una mejor plaza hasta que no dominara el arte de la teneduría a la perfección. No pensaba en despojar de su puesto a Bingley, sino en ganarse un aumento en la jerarquía por sí mismo. Sus miras eran altas y legítimas, todo su empeño estaba cifrado en conquistar sus sueños profesionales.
       Porque en su vida personal, Archibald Cornwell tenía mucho tiempo sin experimentar sueños de ninguna especie.
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-¡Qué vestido tan lindo!- exclamó la esbelta joven de ojos azules, observando un exquisito modelo en color malva salpicado estratégicamente con volantes blancos diminutos, suficientes para darle vista sin menoscabo de la elegancia y el buen gusto.
-¿Desea probárselo para que lo ajustemos a su medida?- preguntó una diligente encargada.
-Pues yo…-comenzó a responder la joven
-¡Ella no se llevará el vestido!-interrumpió una muchacha de cabello rojo y gesto impertinente.-No trae dinero para comprarlo ¿No es cierto Annie?
-¡Eliza!
-Querida, debías darme las gracias por ahorrarte una vergüenza. He visto el reloj que le regalaste a Archie la semana pasada. Estoy segura de que te gastaste en él hasta el último céntimo de tu asignación mensual. ¿Con qué podrías pagar un vestido como éste? Blog sobre salud
Annie se turbó profundamente. Eliza tenía razón. No solo había se había gastado todo el dinero, sino que había quedado todavía adeudando al relojero una fuerte suma a cuenta de su próxima mesada. No podía comprometerse con ese vestido, a menos que hablara con sus padres y les explicase lo sucedido. Pero no estaba segura de que comprendieran una inversión tan costosa en un joven que, formalmente hablando, ni siquiera era su novio todavía. Por otra parte, se había arrepentido de hacer ese regalo casi enseguida de habérselo entregado a Archie. El joven apenas si había mirado la lujosa pieza y parecía usarla más por compromiso que por otra cosa. Mientras tanto, ella pasaría dos meses de privaciones y, si su madre notaba lo ocurrido, como era muy probable que sucediese, seguro se lo diría a su padre y ambos le llamarían la atención. Casi odió a Archie en ese momento, sobre todo porque realmente deseaba mucho el vestido.
Eliza sonrió maliciosa. Desde que su madre, la señora Leagan, había rehusado a acompañarla a adquirir su vestuario por diferencias en el carácter de ambas, la pelirroja joven había notado que la calidad de su guardarropa había mermado notablemente. Así que de un tiempo a la fecha, había renunciado a elegir figurines para que realizase su modista, y prefería adquirir modelos ya confeccionados en las casas de moda. Comúnmente se dedicaba a vagabundear en ellas, y cuando veía a jovencitas con reputación de elegantes sonreír ante un vestido bello, se las ingeniaba para agenciárselo sin tener en cuenta que lo que sentaba a aquellas no necesariamente se llevaría con un color de tez y cabello tan difíciles de combinar como los suyos.
A punto estaba de ordenar que envolvieran el modelo para ella, cuando observó que la joven que acompañaba a Annie se le había adelantado durante sus divagaciones y estaba pidiendo a la dependienta que lo empacara. ¡Maldita Patty! Era tan anodina que ni siquiera había reparado en su presencia. Pero lo cierto es que, al menos en aquel momento, sus ojos color castaño irradiaban determinación mientras pagaba a la encargada.
-Eso es lo que llamo un regalo demasiado costoso para alguien que apenas repara en tu presencia excepto cuando te necesita- murmuró Eliza cargada de veneno.
-¿Quién ha hablado de regalos?-inquirió Patty.-A mí también me ha gustado el vestido.
Y, sin dar tiempo de que la sorprendida Eliza replicase, Patty tomó su paquete y jaló del brazo a Annie para salir de la tienda.
-Patty- murmuró la joven Britter enternecida- te prometo que te pagaré hasta el último centavo.
-En realidad no será necesario, Annie. –respondió Patty un poco apenada, pero con una firmeza desconocida en ella.- Le he dicho la verdad a Eliza. El vestido es para mí.
Y continuó andando a paso firme, mientras Annie apenas podía seguirla, retratando el asombro y la decepción en su mirada.
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 Albert dejó caer su abrigadora gabardina sobre un canapé ubicado en la salita de estar de sus habitaciones en la mansión Andrew. El viaje había sido de lo más cansado, pero había dejado buenos frutos. Ahora solo faltaba revisar las novedades que Gregory y George seguramente tendrían preparadas para él. Verdaderamente, la vida le había cambiado mucho en los últimos tiempos; jamás había anhelado convertirse en un hombre de negocios de tiempo completo, pero la vida solitaria e itinerante que experimentó tantos años cada vez le dejaba menos satisfacciones.
-Algo malo hay en mí,-se dijo el joven-puesto que haga lo que haga y esté donde esté, no me siento feliz.
Se dirigió hacia la alcoba y tumbóse en su cama con todo y zapatos, sumiéndose en ensoñaciones que últimamente tenían el poder de excitarle los nervios hasta el punto de jamás estar tranquilo. Sus cavilaciones fueron interrumpidas por George, que desde fuera pedía permiso para entrar a la habitación.
-Pasa- murmuró el joven con desgano.
George traspuso el umbral, alcanzando a observar la expresiva mirada de descontento de Albert. La misma que tenía cuando  partió al último viaje, para ser exactos. Había tenido fe en que aquella travesía iba a devolverle la alegría, pero lo cierto es que el mal parecía brotarle de adentro y, según las apreciaciones del mayordomo, no tenía gran cosa que ver con las obligaciones mercantiles de Albert. Por otro lado, seguramente que la presencia de la señora Elroy no iba a contribuir a facilitarle la vida y todavía faltaba un largo mes para que ella marchara a Florida. Un mes a solas con la dama no era precisamente un presagio de mejora de ánimo. De hecho, George no había esperado que Albert volviese tan pronto; estaba seguro de que el muchacho se presentaría unos días antes de la navidad, que era cuando su presencia en los negocios se volvería imperiosa, sin contar con que la tía abuela no le perdonaría pasar las navidades fuera de casa. El hecho de que su regreso se hubiera adelantado solo significaba que ya ni siquiera alejado de negocios y familia, era el joven Andrew capaz de encontrar paz espiritual. Y George lamentaba terriblemente esta situación, porque le era absolutamente leal y deseaba de todo corazón ver al muchacho feliz.
-¿Cuáles son las novedades, George?
-La primera de ellas, el pronto e inesperado regreso del señor a casa -respondió George en lo más parecido a una broma que cabía esperar de él.
Albert se hechó a reír ante la sorpresiva salida de George. De verdad que apreciaba a aquel hombre prudente y discreto que tan sabiamente se había hecho cargo de sus asuntos desde la muerte de sus padres y su hermana Paula. George era lo más parecido a un padre que había conocido.
-Y exceptuando a mi adorada Paula, la tía abuela es…  ¡lo más semejante a una madre!-se dijo a sí mismo, dejándose ganar de nuevo por la risa.
George observó aquellos inesperados accesos de alegría sin saber qué hacer ni qué pensar de ellos. De modo que procedió a abrir su cartapacio y poner a Albert al tanto de las noticias recientes.
Durante un rato, George procedió a inundarle de reportes de movimientos financieros que Gregory le había entregado. Casi todo era rutinario, sin acontecimientos relevantes que pudieran excitar demasiado la curiosidad del joven. …ste andaba mucho más interesado en otro tipo de novedades, de las cuales George no parecía tener prisa alguna por enterarle.
-Bueno George, creo que de los negocios ya tengo suficiente. Ahora ponme al tanto de las noticias de la familia.
-Uhmmm, bueno, la señora Elroy continúa todavía en Chicago; ha girado instrucciones para partir el 26 de Diciembre a la Florida.
-Ahhh ¿Ni siquiera aguardará el año nuevo en Chicago?
-No señor; el clima cada día le es menos tolerable por sus reumas.
-Es una verdadera pena –replicó Albert en un tono que no sonaba apenado en lo absoluto.- De cualquier modo, esta será para ella una navidad inolvidable. –sonrió malicioso.
-Me alegra que así sea. La señora espera ansiosamente su presencia para estas fechas.
-Y aquí estaré George. ¿Qué novedades hay con los Leagan?
-La señora Sarah y la señorita Eliza se disgustaron al poco tiempo de que usted partió de viaje.
-Esa sí que es novedoso ¿Sabes tú a qué se debe semejante sorpresa?
-No Señor, solo sé informarle que la señora Leagan ya no acompaña a la señorita casi a ningún lado, excepto a los compromisos sociales a los que no le queda más remedio que hacerlo para evitar habladurías. Al parecer hay algo en el comportamiento de la joven que le causó grandes molestias a su madre y que la señorita Leagan rehúsa corregir.
Albert clavó la mirada en George, dándose cuenta de que aquel sabía más de lo que estaba diciendo, y dispuesto a sustraerle confesión completa. No le importaba mayor cosa un disgusto familiar entre su hermana y su sobrina, pero por lo general Sarah Leagan tenía la manga muy ancha en lo referente al comportamiento de su hija, y el hecho de que las cosas llegasen a un punto de distanciamiento entre ambas no prometía nada positivo para la familia.
¿Qué tanto sabes tú sobre ese mal comportamiento que Eliza se niega a cambiar?
-A ciencia cierta nada- vaciló George- pero…
-¿Pero…?- le apremió Albert
-He escuchado que la señorita tiene una relación amistosa con Camilo Gozzoly
-¿Ese no es el dueño de algunos centros nocturnos de reputación cuestionable?
-En efecto, Señor
-¿Qué tan amistosa es esa relación?-Inquirió Albert preocupado
-De eso sí no tengo certeza alguna-respondió George.- Y de lo otro tampoco, pero la persona que me lo informó merece toda mi confianza.
-¿Neal Leagan también está involucrado con Gozzoly?
-Entiendo que fue él quien lo puso en contacto con Eliza. Al parecer es asiduo cliente de un casino clandestino suyo.
Albert suspiró preocupado. Los hermanos Leagan no eran precisamente una fuente de lustre para la familia, pero lo que más preocupaba al joven es que rodeados de aquel ambiente se sintieran envalentonados para hacerle algo a Candy. Neal, herido en su amor propio, guardaba profundo rencor a la joven, y de Eliza todo cabía esperarse. Además, Gozzoly era terrible; él se lo había topado un par de veces cuando el apuesto y siniestro individuo salía de supervisar los antros fuente de su dudosa fortuna. Eran las épocas en que Albert vagabundeaba de incógnito por las calles de Chicago, antes de partir a Londres. En una de esas ocasiones, Gozzoly salía acompañado de dos guardaespaldas y un jovencito muy bien vestido y de cara aterrada, que le había quedado a adeudar una suma impagable. La mirada del italiano era terrible, Albert no había podido, desde las sombras en que presenciaba la escena, escuchar nada de lo que decían, pero las actitudes y los gestos dejaban entrever que todo aquello necesariamente tendría un mal fin cuando el joven fue arrojado dentro de un carruaje de apariencia sospechosa. De pronto, Albert volvió al momento presente y  sintió un escalofrío recorriéndole la espina dorsal, imaginando a Candy totalmente confiada y desprotegida en el Hogar de Pony.
-George,-inquirió ansioso- ¿Qué sabes de Candy?
-Sigue con la señorita Pony y la hermana María.
-El joven garabateó presuroso unas líneas y entregó una hoja a George.
-Deposita esto enseguida en el correo; y empieza los preparativos para que Candy venga a Chicago y posteriormente viajemos ambos.
-¿A dónde?
-Me parece que Nueva York es una buena opción para empezar.
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Odiaba esa música…no podía evitarlo. Sus nervios, a flor de piel desde el accidente, alcanzaban su máximo grado de crispación cuando la armónica desgranaba las notas de aquella melodía; era la indiscutible señal de que el intérprete dejaba volar su corazón a un punto medio entre Nueva York y el hogar de Pony. Un punto en el que sin duda se encontraban el alma del intérprete y la de la destinataria de la melodía para sublimar por un rato su profunda infelicidad; solo sacando a flote sus mejores cualidades de actuación lograba Susana Marlowe disimular un poco su molestia. La única ventaja es que no había que poner demasiado empeño en ello, porque Terry apenas si se daba cuenta de nada. Era cortés con ella, incluso dulce…pero absolutamente ausente.
-Señorita Marlowe, está amenazando lluvia y el viento ha arreciado. No es conveniente que continúe en el balcón o se resfriará. ¿Desea que la acerque al hogar?
-Sí Betsy, está bien. Creo que el señor Grandchester no demora en llegar; estoy segura de que anda muy cerca de aquí.
Si es la música de la armónica lo que le hace pensar eso, lamento decepcionarla- informó la regordeta asistente, llena de piedad por su patrona, -quien interpreta la melodía es un chicuelo menesteroso que se ha sentado en la escarpa que está a un costado de la entrada.
-¿En verdad?- preguntó Susana desilusionada- qué extraño, hubiera jurado que…¡Betsy!-añadió de pronto- ¿Quieres hacer algo por mí?
-Cualquier cosa que la haga sentir mejor, señorita- respondió enseguida la fiel empleada mientras acomodaba la silla de ruedas de la joven frente al calor de la chimenea.
-Llama a ese chico y dile que suba un rato a charlar conmigo.
-¿Está usted segura? No creo que sea prudente- balbuceó la doméstica arrepentida de su generoso ofrecimiento.
-Ya lo creo que lo estoy; Â haga lo que le pido. Se lo ruego Betsy –añadió con un tono tan suplicante que ningún corazón hubiese podido resistir.
-Sí señorita- respondió la mujer con resignación, enfilando hacia la puerta del acogedor apartamento.
Susana la observó marcharse, y sintió que una parte de sí misma, intrínsecamente bondadosa, moría sin remedio en aquel momento. No entendía muy bien de dónde se había generado aquella idea peregrina que le surgió cuando Betsy le habló del menesteroso músico, pero su cerebro comenzaba a darle forma a un retorcido plan a una velocidad impresionante.
-De verdad lo siento Terry- se dijo tratando de justificarse.- Dios sabe que lo que más anhelo en la vida es tu amor, y cada vez encuentro más remota la posibilidad de tenerlo; no quiero seguir enviando cartas de autocompasión. En nombre de mi dignidad, si no obtuve tu amor, no quiero tu lástima en compensación. Decididamente, prefiero ganar tu odio.
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El añejo y grueso tronco de un árbol que evidenciaba los efectos del otoño en su follaje servía de refugio a una joven pareja para darse un furtivo beso a salvo de miradas indiscretas. El abrigo protegía la espigada figura de una joven que evidenciaba una profunda lucha entre una conciencia que la enviaba a salir corriendo de regreso a casa, y un corazón deseoso de permanecer en aquel deleite cada segundo que aquello fuera posible.
Ninguno de los jóvenes, ávidos de su mutua compañía, se había percatado de otro muchacho que los miraba con un dejo de envidiosa tristeza, tendido en el techo de la casa más próxima, y semioculto por una ornamentada cornisa.
Finalmente, la pareja concluyó su prolongado ósculo, intercambió unas palabras inaudibles para el espía, y el joven se separó de la chica a paso veloz, envuelto en una capa que denotaba su procedencia distinguida. La joven bajó la cabeza, giró sobre sí misma y, muy lentamente, inició el camino de regreso con un dejo de tristeza.
Ahora el muchacho de la cornisa podía ver con claridad su bello rostro, que contrastaba fuertes emociones encontradas. Y no pudo reprimir un comentario mordaz:
-¡Eah, guapa, no tienes por qué entristecerte! Si quieres puedes continuar conmigo.
La chica miró hacia arriba con susto y coraje. Pero este último se suavizó bastante al mirar lo atractivo de su interlocutor.
-Es usted un mirón entrometido. ¿Qué diantre le importa lo que ha visto? Si fuese un hombre decente hubiese volteado hacia otro lado.
-Y si usted fuese una chica decente no contestaría con palabrotas ni estaría besándose a escondidas en la calle con el novio de otra.
-¿Qué está usted diciendo? ¡Insolente! - exclamó la pobre chica, roja como la grana y herida en lo más hondo.
-Tal vez, pero con seguridad que no me puede contradecir ¿No es cierto?
La joven inclinó la cabeza avergonzada; no podía, en efecto, llevarle la contraria. Era tan doloroso aceptar su realidad, que dos lagrimones escurrieron muy a su pesar.
-Lo siento- murmuró el joven suavizando la voz mientras salvaba ágilmente la distancia que los separaba. No quise lastimarla de esa manera.
-¿Cómo ha sabido?- preguntó la joven mirándolo escrutadora.
-No es difícil para alguien que ha vivido muchas cosas, algunas mucho más tristes y vergonzosas que las suyas. Es usted una linda damita, ese patán no la merece.
-Antes me ha insinuado que no soy una persona decente. Y yo…si me permitiera explicarle…
-No, no se moleste. Créame que entiendo. Usted es una joven educada y humilde, y ese mequetrefe no ha podido pasar por alto su belleza y encanto para enamorarla. Pero se ve que no está dispuesto a desafiar a la familia o a romper relaciones con la novia. O quizás a ambas cosas ¿Acierto?
-Se aproxima bastante ¿Sabe? Yo no debía estar aquí, lo sé. Mi madrina tendría un gran disgusto si supiera de esto; pero no he podido evitarlo. Es la primera vez que un chico de familia ilustre me trata como a una princesa; y siempre se ha portado como un perfecto caballero…hasta hoy que…
-Que le robó el primer beso, ¿No es así?- completó el joven con ternura.
-Sí, y aunque sé que ha sido indigno corresponderle, me tomó por sorpresa. Me ha explicado que no pudo resistirse y yo…yo le he creído porque tampoco me fue posible impedirlo.
-¿La ha vuelto a citar?
-Sí -murmuró ella con voz casi inaudible.
-¿Y vendrá?
-Tengo qué hacerlo…al menos para saber.
-¿Para saber qué?-inquirió el joven mientras miraba los bellísimos ojos verdes de su interlocutora, que parecían hipnotizarle. Solo una vez había visto unos ojos así en su vida, cuando era todavía un estudiante, y había quedado atado a ellos para siempre. Era curioso encontrar a estas alturas de su vida unos ojos tan parecidos a aquellos…a los dulces ojos de Candy.
-¿Cómo ha dicho?-escuchó preguntar a la jovencita
-¿Eh? No he hablado- respondió confuso.
-Sí que lo hizo. Dijo Candy o algo que se escuchó muy parecido.
-Ah, es posible –murmuró vagamente.- Creo que me recordó usted a alguien. ¿Puedo tener la dicha de conocer su nombre?
-Melanie –respondió ella con sencillez.
-¿Tan solo Melanie?-preguntó el muchacho
-¡Oh sí! No quiero poner en evidencia mi apellido dadas las penosas circunstancias en que nos hemos conocido.
-Bien. Como prefiera- mumuró él con una sonrisa. –Y ahora, puede ilustrarme explicándome qué es lo que quiere sacar en claro de su próximo encuentro con ese joven.
-Creo que tengo derecho a saber si lo que siente por mí tiene suficiente peso; tanto como para que se resuelva a dar la cara ante mi familia y la suya y nos podamos ver sin que yo tenga que pasar por la vergonzosa experiencia de un espía en la azotea.
-Bien pensado, espero que lo que saque en claro sea lo mejor para usted…aun si eso le implica dolor.
-Dios dirá- contestó la joven. –Y mientras Dios habla, usted podría hacerlo también.
-¿Cómo?-inquirió el muchacho sin comprender.
-Aún no se ha presentado- le aclaró la chica.
-¡Oh claro!- respondió el joven con una carcajada- Romeo Montesco, a las órdenes de usted.
-Se burla de mí- ironizó ella, aunque sin estar realmente enojada.-En tal caso, soy Lady Macbeth, aunque mis amigos me llaman Melanie.
-Muy bien preciosa, yo soy Romeo pero mis amigos, entre los que espero tenerte, me llaman Terrence Grandchester.
juego. Candy es toda nobleza y desprendimiento. Por eso la amamos.
Pero si alguna vez, una sola, se rebelase contra el destino y
decidiera luchar por lo que ama…¿La censurarías?
juego. Candy es toda nobleza y desprendimiento. Por eso la amamos.
Pero si alguna vez, una sola, se rebelase contra el destino y
decidiera luchar por lo que ama…¿La censurarías?
Desafiando al futuro
CAPÍTULO 2
Cartas boca arriba.
Agnes Elroy despertó sobresaltada en su mullido sillón donde cabeceaba una siesta después de una opípara cena que cada vez su estómago toleraba con menos agrado. Envejecía a ojos vistas y todavía quedaban muchas cosas qué arreglar en la familia. Su cuerpo cada día estaba más deteriorado, su mente más cansada y, sin embargo, no quería morir aún. No hasta que toda su familia estuviera debidamente encauzada. Y faltaba demasiado para ello.
Tenía qué presionar a Archie para que se comprometiera con la chica Britter; aunque adoptiva, no estaba ante una rebelde y desparpajada Candice, sino ante una jovencita dulce, discreta y refinada que no menguaría lustre a la familia y aportaría unas talegas bien llenas. No entendía porqué el muchacho estaba tardando tanto en dar el paso esperado, considerando que no podía pedir mucho más de lo que Annie ofrecía. Pero al menos él ya estaba encaminado. El resto estaban peor.
-¿En qué piensas, tía Elroy?
-En ti, William.
-Eso sí que es un honor -sonrió el joven.- ¿Puedo ofrecer un centavo por tus pensamientos?
-Ni te molestes en ello. Te los diré gratuitamente. Es hora de que sientes cabeza.
-Pensé que ya lo había hecho. En honor a ti me he dedicado a los negocios de la familia más tiempo que nunca. Creo que en toda mi vida jamás me interesé ni me vinculé tanto con la refinería y con el banco.
-Haces muchas más cosas ahora, es cierto, pero solo porque antes no hacías nada que no fuera vagabundear.
-Ah, qué tiempos. Era mucho más entretenido viajar así, mochila al hombro, que con toda la parafernalia que implica ser William Albert Andrew.
-¡Lo que quiero es que viajes menos y trabajes más! Eso es lo que yo quiero.
-Lo comprendo, tía Elroy. Pero eso NO es lo que yo quiero.
La anciana le lanzó una furibunda mirada por encima de los anteojos, ligeramente caídos en su enorme nariz, y se dio cuenta que la mirada de Albert era tan dura como una roca, totalmente llena de decisión. Suavizó un poco el tono.
-¿Qué es lo que tú quieres, William?
-Vivir una vida normal. No reniego de administrar las propiedades Andrew porque tengo un deber con la familia y, me guste o no, estoy dispuesto a cumplirlo. Pero no a costa de mi felicidad.
-¿Y en dónde está tu felicidad?- inquirió la anciana, ligeramente conmovida.
-No lo sé todavía, tía Elroy. Pero estoy en vías de averiguarlo.
-Tal vez yo pueda darte algo de luz en eso; creo que lo que necesitas es una pareja que haga que el hogar se convierta en algo grato para ti, y no en un sitio del que hay que salir huyendo. Algo como lo que esta casa era cuando Paula vivía.
-Ella no volverá, tía. Y yo no sé si una compañera es realmente lo que me hace falta ahora.
-Eso siempre hace falta. No hay nada peor que llegar a mi edad y darte cuenta de que, en realidad, te encuentras absolutamente sola.
Albert miró a la anciana, y se sintió invadido de piedad. Estaba tan acostumbrado a ver en la tía una roca inconmovible, que esta leve apertura de su intimidad, tan inusual en ella, le conmovió profundamente.
-Aún me falta algo de tiempo para alcanzar tus años, que tampoco son tantos-sonrió el joven un poco zalamero.-Y sabes bien que no estás sola. Toda la familia está contigo.
-Eres el menos indicado para decir eso. Cada vez te veo menos.
Albert iba a enunciar una protesta, pero un discreto toquido a la puerta lo silenció. Era James, el inseparable mayordomo de la señora Elroy, que a ella se dirigió con solemnidad entregándole una pequeña charola de plata con un sobre encima de ella. La mirada de James era muy expresiva y Albert notó que la anciana pareció interpretar el sentido que ella conllevaba, porque se apresuró a rasgar el sobre, del que sacó el formato típico de un telegrama. Lo desdobló velozmente y leyó con avidez lo que seguro era un texto muy breve. La cara de piedra se humanizó hasta un grado tal, que Albert se sintió sacudido al contemplarla; jamás la había visto tan conmovida. Se apresuró a preguntar:
-Tía Elroy ¿Sucede algo malo?
-Al contrario, William; respondió mientras recomponía el gesto y se dulcificaba su semblante. –Sucede algo muy bueno.
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Archie miró impaciente la hora, en el hermoso reloj que días antes Annie le obsequiara. En verdad que era una pieza única ¿Cómo no había reparado antes en la fina joya? Honradamente había actuado como un malagradecido con la joven y sentía un buen grado de culpa por ello. De hecho, ese no era el único motivo que lo hacía sentir culpable para con la joven. Sabía que se estaba portando de una manera verdaderamente inadecuada. Annie Britter llevaba mucho tiempo saliendo con él en exclusiva. Mucho más que el que es habitual para un simple cortejo. Era hora de imponer formalidad a las cosas y lo cierto es que no tenía malditas las ganas de empezar a hacerlo.
Tenía que reconocer que los padres de Annie se habían portado muy bien con él, sin hacer presiones de ninguna clase, y recibiéndole en su hogar con toda la apertura que el decoro permitía otorgarle a un joven de excelente familia en vías de convertirse en un novio formal. Era evidente que tanto los Britter como los Andrew (leáse la tía abuela en primer plano), esperaban ansiosamente el momento en que Archie pusiera los puntos sobre las íes. Pero esos puntos no salían. Archibald Cornwell los tenía atragantados en el fondo de su alma.
No estaba enamorado de Annie, eso lo tuvo claro desde el principio. Pero conforme el tiempo había pasado, la idea de una relación seria con ella había recorrido por lo menos tres calificativos: empezó siendo soportable, evolucionó rápidamente a aceptable y al final había aterrizado en algo muy agradable. Tras el revuelo inicial que a la tía abuela le causó conocer la procedencia de Annie, las aguas habían vuelto prontamente a su cauce, gracias a la privilegiada posición de los Britter. La chica era un partido codiciado y Archie lo sabía. No todos podían presumir de tener una novia en ciernes que era al mismo tiempo bella, dulce, elegante y rica. Y encima de todo, lo miraba como a un Dios, cosa que Candy jamás había hecho y, evidentemente, jamás haría. Para el vanidoso Archie este punto tenía gran importancia. El único aspecto negativo de Annie era que no cabía esperar una vida con grandes emociones a su lado. Pero a cambio de un futuro algo monótono tendría una dedicada esposa y una excelente madre para sus hijos. No sonaba tan mal el trato.
Volvió a mirar el reloj: ahora sí ya era la hora convenida. No
Desafiando al futuro by Aira Capítulo 1 Heridas que renacen by Aira Capítulo 2. Cartas boca arriba by Aira Capítulo 3.-Lo que calla la voz by Aira Capítulo 4. Descorriendo el velo by Aira Capítulo 5. Revelaciones by Aira Capítulo 6. Conflictos de concienc
Desafiando al futuro by AiraSummary: Dicen que Anthony está muerto, pero el quisiera vivir para pelear por su amada. Sin embargo, no basta con la voluntad.
fanfic
es
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2024-11-25
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