Navidades Blancas by Paz

 

 

 

Navidades Blancas by Paz
Summary:

Un accidente deja a Milton y Dionne huerfanos, ¿serán capaces de soportar la pena? Aún más ¿serán capaces de soportarse entre si? ¿Que ha sido esa nueva desgracia que se abate sobre ellos?


Categories: ORIGINALES Characters: Ninguno
Generos: Angustia, Drama, Romance
Advertencias: Incesto
Challenges:
Series: Ninguno
Chapters: 3 Completed: No Word count: 9739 Read: 281 Published: 16/02/2008 Updated: 22/09/2010
Summary:

Un accidente deja a Milton y Dionne huerfanos, ¿serán capaces de soportar la pena? Aún más ¿serán capaces de soportarse entre si? ¿Que ha sido esa nueva desgracia que se abate sobre ellos?

 


Categories: ORIGINALES Characters: Ninguno
Generos: Angustia, Drama, Romance
Advertencias: Incesto
Challenges:
Series: Ninguno
Chapters: 3 Completed: No Word count: 9739 Read: 281 Published: 16/02/2008 Updated: 22/09/2010
Story Notes:

No puedo decir que sea mi primer fic hetero que escribo, pero si el primero que publico en esta página. Ya esta terminado y solo espero poder subirlo con total normalidad. Un saludo para los lectores.

Story Notes:

No puedo decir que sea mi primer fic hetero que escribo, pero si el primero que publico en esta página. Ya esta terminado y solo espero poder subirlo con total normalidad. Un saludo para los lectores.

Capítulo 1 by Paz 

Navidades Blancas

Por Paz

 

I

 

Iban rumbo a las montañas cuando se desato la tormenta de nieve. Un fuerte ventisca que les impedía ver el camino. Habían decido tomarse una semana de vacaciones, aprovechando los últimos días del año, iban a esquiar los cuatro en las laderas próximas a su cabaña.

Cuando alcanzaron el camino de montaña, esperaban que el cambio atmosférico se mantuviera a su favor y les diera tiempo a llegar a la cabaña, sin embargo, sus deseos no se cumplieron.

El jeep iba cargado con todos los pertrechos para la nieve, esquíes y raquetas, sus bolsos con sus equipos, todo lo necesario para aprovechar la primera nevada de aquel invierno que se anunciaba crudísimo.

Viajaban el matrimonio Gearthart, James y Lucinda, con sus hijos Milton de veintiún años y Dionne de catorce.

-¡Milton, ya esta bien por hoy, deja en paz a tu hermana! -le llamó al orden su padre, que intentaba concentrarse en el casi invisible camino por el que rodaban, iba despacio porque la nieve y el viento le impedían ver más allá de un metro de distancia, los copos de nieve eran tan gruesos que impedían la visibilidad.

-¡Sólo era una broma! -se defendió a su vez.

-Comportaros bien por un rato -dijo Lucinda volviéndose para mirar a sus hijos que en el asiento de atrás se entretenían pegándose entre sí para ver quien era el primero en quejarse.

 

-Si, mamá -dijo Dionne, dándole un último puñetazo en el brazo de su hermano, que quedo amortiguado por la zamarra de piel vuelta que llegaba puesta.

-¡Ya arreglaremos cuentas tu y yo! -le amenazo riendo Milton.

-Cuando quieras -le hizo burla como si repitiera sus palabras, lo hizo de forma tal que aparentemente solo su hermano pudo verla.

Sin embargo, su madre le observó a través del espejo retrovisor, sus hijos eran algo maravilloso, se querían muchísimo y demostraban ese cariño de un modo increíble, a golpes, claro que nunca llegaba la sangre al río.

Milton jugaba en el equipo de rugby, desde muy pequeño tenía una fuerte constitución, ahora pesaba noventa kilos repartidos en una altura de un metro ochenta, era ancho de hombros y estrecho de cintura, todas las mañanas hacia sus entrenamientos, permitiéndole mantenerse en buena forma física. Era conocido por efectuar entradas fuertes, y en su último partido, lesionó a un jugador del equipo contrario, lo que le ocasionó una sanción disciplinaria, una multa en metálico y como protesto le prohibieron jugar los siguientes tres partidos de su equipo, por ese motivo aprovechó para ir con sus padres a la cabaña. Su entrenador, para no ir sus quejas le autorizó a marcharse por una semana.

Si bien era corpulento, nunca usaba toda su fuerza cuando jugaba con su hermana, podía lastimarla porque Dionne era todo lo contrario que él. Menuda, un metro sesenta y cinco y cincuenta y cinco kilos de peso, en los ratos que tenía libre, iba a verle al campo de entrenamiento.

Milton era completamente diferente a su hermana, nadie al verlos podía creer que lo fueran, excepto todos aquellos que les conocían de toda la vida. Él era moreno en todos los aspectos, cabellos negrísimos, ojos verdes que brillaban risueños, de pómulos pronunciados y mentón fuerte, sus labios mostraban una franca sonrisa enseñando una blanquísima y perfecta dentadura, normalmente era serio de carácter, poco hablador, pero cuando hacía alguna broma a su hermana, estas marcaban época, por lo cual no eran bien recibidas por la afectada. Su costumbre de hacer ejercicio sin camisa, había tomado su piel un tono oscuro que favorecía ante sus admiradoras que las tenía a montones.

Dionne en cambio, era rubia, ojos azules, tan claros que parecían traslúcidos, dando una extraña mirada a sus ojos. Si miraba fijamente a alguien este tenía la impresión que estaba taladrando sus pensamientos más íntimos, por lo que apartaban la mirada de ella, para quitarse de encima aquella sensación. Una naricilla levemente respingona, unos labios rojos, el inferior un poco más pronunciado, una barbilla redonda, sus facciones eran correctas, no eran perfectas, pero sabía que tampoco era fea, su piel tenía un tono sonrosado ya que evitaba tomar excesivamente el sol. Su estación preferida era el invierno, porque podía salir a la calle sin preocuparse sobre que ropa llevar. Aunque el sol brillaba en el cielo, no era un calor sofocante, solo la temperatura necesaria para mantener el ambiente moderadamente cálido.

James atento a la conducción, echaba hacia delante la cara, para acercarse lo más al parabrisas, porque el limpiaparabrisas no daba abasto, era tal la cantidad de nieve que caía que formaba una capa en el cristal enseguida de ser limpiado, la visibilidad era cada vez peor, avanzaban por debajo de diez, todo el paisaje quedaba desdibujado por la ventisca.

 

-Debemos estar llegando -dijo Milton, intentando ver a través de la ventanilla.

-No se distingue nada. Afortunadamente ya habíamos tomado el camino forestal que nos llevaba a la cabaña, en caso contrario hubiéramos pasado de largo sin verlo. -dijo James- Avisarme si veis algo.

Dionne asomó su rostro al frío cristal, dentro del jeep la temperatura era la adecuada, pero afuera debía haber bajado vertiginosamente. Esperaba que la tormenta hubiera terminado cuando llegará el nuevo día, no fuera que tuvieran que pasar esos días encerrados en la cabaña.

Esa perspectiva no le hizo ninguna gracia. Ya les había pasado una vez y permanecieron dos semanas aislados, desde entonces, su padre tenía bien aprovisionada la cabaña, de todo lo necesario e imprescindible por si se producía otra ocasión semejante.

-Por aquí no se ve nada -murmuró Dionne, su frente había quedado helada porque la tenía apoyada contra el cristal- Apenas si se distinguen los pinos.

-¿Has traído tu brújula? -preguntó James sin dejar de estar atento a la conducción.

-Si, -siempre la llevaba consigo cuando salían a la montaña. Observó el rumbo- Estamos al sudeste de la cabaña.

-Nos hemos desviado. ¿Cómo es posible? -murmuró contrariado James.

-Papá..., el señor Walters te contó que estaban haciendo un contrafuegos.

-Si, pero lo hubiéramos notado enseguida, no estamos siguiendo una línea recta hacia arriba, sino que seguimos un camino bordeando la montaña.

-Han podido trazar un camino para la maquinaria. -dijo Milton siguiendo el pensamiento de su hermana.

-No podemos dar la vuelta, sigamos hasta ver donde conduce, avísame si nos desviamos demasiado.

-De acuerdo. -Milton continuo atento a su brújula.

Lucinda miraba también con atención, el camino por el que iban, intentando ver que existía por delante de ellos. Fue ella la que vio el peligro, un grueso tronco atravesado en su dirección. Dio la voz de alarma, James frenó, las ruedas no respondieron ante la cantidad de nieve que había y sin que nada pudiera hacer, perdió el control del vehículo que se precipito hacia su izquierda, empezaron a caer dando bandazos, sus sacudidas cada vez eran peores, ninguno de los ocupantes penso en gritar, estaban demasiados atemorizados para pensar en ello. Cuando su madre dio el aviso, Milton se apresuró a colocarse el cinturón de seguridad, fue un acto instintivo, su mano se cerró con fuerza alrededor de la brújula, durante una de las sacudidas, Dionne fue a dar contra él, la cogió protegiendo su rostro contra su pecho y manteniéndola con firmeza, ella le rodeo con sus brazos.

Seguían cayendo, el crujir de cristales, que saltaban con fuerza sobre ellos, inclinó la cabeza, para evitar ser herido, sentía astillarse pequeños arboles a su paso, finalmente, el jeep chocó contra un árbol, quedando empotrado contra él.

Tras el estruendo del fortísimo impacto, el silencio volvió a la montaña, sólo el rugir del viento y la nieve que empezó a caer sobre los cuerpos desmadejados en el interior del jeep a traves de las ventanillas destrozadas.

Durante largo rato permanecieron quietos. Nada se movía. Finalmente, el frío de la nieve sobre su rostro, le hizo volver en si. Abrió los ojos, vio la nieve arrastrada por el viento, formando remolinos sobre su cara. El respaldo estaba roto y estaba acostado, sentía una opresión sobre su pecho, quiso levantarse, pero el cinturón le impidió moverse, manoteo en busca de la trabilla para soltarlo. Apartó el cuerpo de Dionne que estaba encima suyo. Le dolía todo el cuerpo, pudo incorporarse, comprobó que Dionne respiraba y que aparentemente no tenía ninguna herida.

 

Sus padres estaban echados hacia adelante, solo veía sus espaldas. La puerta había sido arrancada de cuajo, al bajar calculo mal la distancia del suelo y cayo pesadamente al suelo, la nieve cubría más de medio metro y quedo prácticamente cubierto por ella.

Se arrastro hasta la puerta delantera y la abrió, lo consiguió sin ningún esfuerzo, echó hacia atrás el cuerpo de su madre, tenía el rostro destrozado por los cortes producidos por cristal, en el cuello tenía aún incrustado un trozo de vidrio, la sangre manchaba la nieve que había caído alrededor de ella.

Milton no pudo evitar un sollozo, supo que estaba muerta, pero se obligó a comprobarlo, le tomó el pulso y acercó la mano a su corazón para ver si latía, ni uno ni otro mostraba la menor señal de vida.

Tambaleándose consiguió bordear el jeep y llegar al lado de su padre, vio que tenía el volante incrustado contra su pecho, un hilillo de sangre salía por su oido izquierdo, acercó la mano a su cuello, busco el latido de su yugular, pero no la sintió. Aún así tomó su mano entre las suyas y buscó su pulsación, tampoco la encontró.

Aturdido por el dolor, se dejo caer sentado sobre la nieve, fue consciente que su puño estaba cerrado con fuerza, se obligo a abrirlo y vio que tenía señalado en contorno de la brújula en su palma.

Al principio, no reaccionó, a pesar de ver que seguía funcionando, su mirada estaba fija en los restos inanimados dentro del jeep que aparecía totalmente destrozado, no quedaba ningún cristal sano, penso que todos estaban en su cara, porque sentía un escozor en su rostro y sentía aún la sangre resbalando por su mejilla derecha, había levantado el brazo para protegerse, pero aun así le alcanzaron algunos cristales, sintió los picotazos cuando se incrustaron en su cara. El techo había desaparecido y también las tres portezuelas, excepto la del lado de su madre, al pensar en ella, sintió una enorme congoja. No podía creer que estuvieran los dos muertos. Aunque la caída les pareció corta, debió ser porque iban a una velocidad excesiva, caían en picado a pesar que el motor estaba parado.

Un quejido le hizo reaccionar, Dionne estaba volviendo en si, no debía dejar que los viera, se apresuró a levantarse e inclinándose al lado de su hermana, le paso el brazo por debajo del cuerpo y la atrajo hacia afuera. Camino con cierta dificultad entre la alta nieve y la llevó unos seis metros lejos de la vista del jeep.

La brújula marcaba donde estaba y hacia donde debían dirigirse, necesitaba las raquetas para la nieve, busco entre los restos del equipaje que no había salido despedido del jeep, finalmente se decidió a sacar todo, lo iban a necesitar, rescato el bolso de deportes de Dionne, recogió su cartera, sus mochilas, continuaban en el suelo del jeep. Del bolsillo interior de la chaqueta de su padre, recogió su documentación, con sus tarjetas de crédito, no podía dejarlas para que las cogiera cualquiera, también encontró el bolso de su madre, afortunadamente, no parecía manchado de sangre. Lo llevó todo junto a su hermana, tuvo que hacer un par de viajes para tenerlo todo allí. Dionne estaba con los ojos abiertos cuando regreso por última vez.

 

-¡Dionne! -se arrodillo a su lado- ¿Cómo te sientes?

-Me duele la cabeza.

-Déjame ver... -palpó cuidadosamente y encontró un chichón en la parte posterior de su cabeza- Efectivamente te has dado un buen golpe, cuando lleguemos a la cabaña te tomas un par de aspirinas para calmar el dolor. Cuando se pase el shock te sentirás mejor.

-¿Dónde esta?

-Tenemos que subir, en línea recta. ¿Podrás con tu mochila? -le preguntó, al ver su gesto asintiendo. Le ayudó a colocársela- Tranquila, te pondré las raquetas- Ve subiendo, hazlo despacio, yo iré detrás de ti, no mires atrás. Mientras ella obedecía su petición, él se puso sus raquetas y cargo a la espalda su mochila, había guardado en ella toda la documentación y las carteras de su madre y de Dionne.

Miró hacia su hermana, avanzaba despacio y a pesar de la tormenta aún la veía, su cazadora de un rojo intenso era como una baliza. Recogió la bolsa de deportes y comenzó a seguir sus pasos, enseguida se percato que ella estaba siguiendo la pista dejada por la caída del jeep, mientras se precipitaba ladera abajo, fue dejando un rastro de arbolillos desgajados, ramas troncadas y los restos del jeep, alcanzó a ver la maleta de sus padres y su macuto con toda su ropa, se desvió para recogerlo. Iba a necesitarlo. Vio también los esquíes, pero estaban rotos, eran inservibles, solo tomó un par de bastones, para ayudarse en la subida, le dio uno a Dionne que lo recogió como si fuera una autómata.

Comprendió que aún estaba bajo los efectos del shock. Era un milagro que hubieran sobrevivido a ese accidente y que pudiera avanzar con su carga a luchando contra el viento, la nieve y el desigual terreno, vio un pino enorme habían pasado a su lado sin tocarlo, porque aún se veía en la nieve las señales de las ruedas del jeep.

-Dionne... detente.... -el viento se llevó sus palabras. Se apresuró a alcanzarla- Pararemos aquí un rato. -Calculó el tiempo que había transcurrido desde que abandonaron los restos del jeep, poco mas de media hora y apenas si habían ascendido cien metros. Penso que no podía dejarlos allí abandonados, a pesar que estaban muertos, podían comérselos las alimañas. Allí había osos y lobos, iba a volver. Recordó que había visto los sacos de dormir, le iba llevar un buen rato, pero debía protegerlos de algún modo- Dionne, voy a bajar. No te muevas de aquí, me oyes -la sentó junto al tronco del árbol, protegida bajo la copa del pino. Las ramas bajas eran una excelente protección contra la nieve y el viento. Para encontrar el lugar donde la iba a dejar, ató un pañuelo negro a una de sus ramas, el viento al agitarlo, le permitía distinguirlo perfectamente- ¡Quédate aquí! -repitió para hacerse comprender.

-No me iré. Te esperare aquí.

-Buena, chica ... -le palmeo cariñoso la mejilla.

Ayudado por el viento, que lo tenía a su espalda, Milton tardo quince minutos en llegar nuevamente junto a los restos del jeep. Se quitó los guantes para poder trabajar, despejo la parte trasera del jeep, terminando de arrancar los asientos, extendió primero uno de los sacos de dormir y esfuerzo consiguió arrastrar hacia él el cuerpo de su madre, la acomodo dentro le dio un beso en la frente y lo cerró por completo. Lo llevo hacia el extremo para poder acomodar el otro saco, que abrió y preparó para poner encima de él, el cuerpo de su padre, este era más fornido y le costó más esfuerzo llevarlo hasta allí, finalmente pudo meterlo dentro, empezó a cerrar la cremallera, sólo quedaba la cabeza a la vista, le dio un beso de despedida y la cerró definitivamente. Acercó el cuerpo de su padre junto a su madre. Puso una barrera de protección sobre sus restos mortales, los mismos asientos le hicieron ese servicio.

 

-Adiós papá, adiós mamá. Os echaremos de menos. Intentare rescataros lo más pronto que pueda. -dijo descendiendo del jeep, se colocó las raquetas, su mirada se posó en el saco que quedaba. Era el de sus padres, ya que había utilizado el suyo y el de Dionne. Penso que era preferible así. Se puso en bandolera  la bolsa y emprendió nuevamente el ascenso hasta donde esperaba Dionne.

Se detuvo un par de veces para comprobar su rumbo, la nieve que seguía cayendo con intensidad, empezaba a borrar las huellas y señales que le servían de guía.

Finalmente vio el paño que el viento balanceaba por entre las ramas. Se arrastro bajo la copa del pino, Dionne se había tumbado y estaba encogida, sacó el sacó y lo extendió. Era una temeridad pretender llegar con aquella tormenta, allí estaban a salvo de momento. A su indicación se metió dentro y él también, acomodaron sus ropas para que no les molestará y ajustaron sus gorros para proteger sus orejas, luego cuando vio que ella ya estaba lista, se inclino para recoger la cremallera que fue cerrándola, se tumbó apoyando la cabeza, siguió cerrándola, dejando unos cinco centímetros abiertos para poder respirar. A pesar de sus abrigados chaquetones, les sobraba espacio para moverse, pero para evitar enredarse en su propia ropa, se quedó dándole la espalda.

-Intenta dormir. Seguramente que mañana habrá terminado la tormenta. -le dijo. Al no obtener contestación se obligó a darse vuelta, lo hizo con cuidado para no tropezarse con ella- Dionne

-¿Dónde están? -le preguntó.

-Se han quedado abajo... -no sabía como explicarle la verdad.

-¿Están.... muertos?

La rodeo con sus brazos.

-Si... -susurró junto a su oído.

Su llanto quedaba sofocado contra su pecho, sus manos se apoyaban por debajo de la chaqueta en sus hombros, para consolarla, él la abrazo por debajo de su zamarra, estrechándola contra su ancho pecho, sintiendo como se estremecía, durante algunos minutos no supo que hacer, su dolor era tan grande como el que él sentía, incapaz de hablar se limitó a abrazarla, dejando que las lágrimas rodaran también por sus mejillas, enseguida comenzó a susurrarle entrecortadas palabras de aliento.  Le hablo durante largo rato hasta que sintió que su cuerpo dejaba de estremecerse y que su respiración se había normalizado.

Creyó que dormía, pero entonces movió apenas la cabeza y murmuró:

-Tengo calor.

-El saco tiene una buena calefacción. Es mejor que te desvistas, yo también lo haré. Sólo lo que consideres imprescindible -agregó. Alzo la mano para encontrar el extremo de la cremallera y comenzó a abrirla, se quito las botas y el chaquetón, también el jersey, quedando solamente con el pantalón y una camiseta, lo dobló todo y lo puso junto a una rama, allí quedaba recogido. Puso también la ropa que Dionne le alcanzó y sus botas. Las zamarras las colgó de una rama desgajada que estaba más alta, luego se metió rápidamente dentro del saco y lo cerro.

 

Seguían estando calientes, pero no agobiados. Tumbados boca arriba intentaron dormir. Sus pensamientos estaban en sus padres y ninguno de los dos podía conseguirlo.

-¿No duermes? -preguntó al sentir que no había cambiado su ritmo de respirar.

-Tú tampoco lo haces.

-¿Te sigue doliendo la cabeza?

-Si, olvide el botiquín del jeep, a lo mejor había algo que podía aliviarte.

-No importa, -se volvió para mirar hacia él.

-Ven... -le paso el brazo por debajo y acercó su cabeza contra su hombro- procura dormir ahora.

-¿Qué haremos luego?

-No lo se.

-En la cabaña no hay teléfono.

-Lo se. Ya pensaré en algo.  -con esa promesa Dionne se durmió. El lo consiguió algunos momentos después.

Continúa en el próximo capítulo

Regresar al índiceCapítulo II by Paz 

Navidades Blancas

Por Paz

II

Despertó y durante unos instantes se sintió desorientado, sin comprender donde estaba. Sentía el peso de un cuerpo junto al suyo, permaneció con los ojos cerrados, intentando recordar, de pronto le vino a la memoria todo lo ocurrido el día anterior, el accidente, la muerte de sus padres, solo habían sobrevivido Dionne y él,  y se encontraban dentro del saco de acampada. Con cuidado para no despertarla, estiró la mano hacia el cierre, despacio fue abriéndolo, apartó la tela de sus caras, estaban rodeados de oscuridad, a través de las ramas tupidas, le parecía que llegaba cierta claridad difusa.

No podía ver el exterior, por tanto, no sabía si seguía la tormenta o había cesado, lo único que tenía claro era que la nieve caída les había dejando prácticamente enterrados. Alrededor del árbol, bajo las ramas estaban todos sus bultos, suponía que no se habría perdido ninguno, lastima que no tenían una linterna, hubiera podido encenderla para ver a través de las ramas.

La sintió moverse y gemir entre sueños.

-No hables alto, ni hagas movimientos bruscos -le susurró junto al oído- Nos puede caer encima toda la nieve acumulada en las ramas.

Dionne sacudió la cabeza comprendiendo, se movió despacio, apartándose de él. Milton tanteo en busca de sus botas, se calzo y sin levantarse excesivamente se arrastro hasta quedar fuera del saco, despacio fue excavando en la nieve, apartándola hacia los costados, hasta abrir un sendero de medio metro, luego comenzó a excavar hacia arriba, la nieve tenía una altura de cincuenta centímetros, se puso de pie y observó el lugar, todo estaba liso y blanco, una claridad invernal, señalaba que en la montaña había llegado el invierno. Volvió al lado de Dionne.

-Abrígate Dionne, hace mucho frío. Gracias. -cogió su zamarra- Ve dándome todas las cosas, las sacaremos despacio. Las ramas se alargan durante poco más de medio metro, -le explico.

Media hora después comprobaron que tenían todos sus bultos y emprendieron la penosa subida, porque tenían que abrirse camino por medio metro de altura de la nieve, por un camino desigual y agotador bajo el peso de sus bultos.

 

Pasaba de media mañana cuando llegaron al camino que habían seguido cuando se produjo el accidente, aunque estaba cubierto por la nieve que había caído, Milton pudo ver que era el tronco de un árbol derribado. Vio el extremo aserrado, lo habían dejado allí abandonado, mentalmente maldijo al malnacido que había provocado la muerte de sus padres con su imprudencia.

Consultó su brújula, miró hacia el cielo que estaba cubierto con nubes oscuras, anunciando nuevas tormentas. No quiso asustarla y le señalo el camino por el que habían circulado con el jeep.

-Hay que seguirlo para bajar. Ahora de día encontraremos el camino original.

Dionne asintió.

Se movían despacio, por la cantidad de nieve que había caído. Las raquetas se hundían en la nieve blanda. A las tres de la tarde estaban en el cruce que su padre tomó equivocadamente por la ventisca. Aquella parte de la montaña le era bien conocida, guardó la brújula, no iba a necesitarla y esperó a Dionne que iba un par de metros por detrás de él.

-Estamos a quinientos metros de la cabaña. -señaló hacia lo alto.

-No hubiera sido mejor que camináramos en línea recta, en lugar de bajar.

-No existe tal camino, es inaccesible escalar esa zona. Se que estas agotada, pero no podemos detenernos. Dame el bolso. -había querido llevarlo ella. Esta vez se lo dejo sin protestar- Ve delante.

-De acuerdo.

La nieve continuaba impidiéndoles avanzar con mayor rapidez, la ansiedad por llegar cuanto antes, se notaba en los apresurados pasos que Dionne intentaba dar, pero que se veían imposibilitados, si bien allí el camino era liso, la pendiente llegaba a alcanzar los sesenta grados lo que hacia imposible ir más de prisa.

Milton llego a su lado una vez más y la ayudó a levantarse, había caído de bruces un par de veces, afortunadamente la nieve amortiguaba todas sus caídas.

-Tranquilízate, no llegarás antes porque vayas más de prisa. -vio que sus mejillas estaban húmedas, estaba llorando. Se quito uno de los guantes y secó sus lágrimas- Tienes que ser fuerte, a ellos no les gustaría verte llorar.

-¡No pueden verme! ¡Nunca más! -inclinó la cabeza contra su chaqueta.

-Te equivocas, están aquí, con nosotros, vienen a nuestro lado, dándonos ánimos para continuar. -procuró confortarla- Sigamos. Apóyate en mí, iremos juntos.

-No es necesario. Vas cargado con todo. No vas a llevarme a mi también.

-Lo haré, si es preciso -afirmó rotundo.

Dionne le dirigió una sonrisa, intentando que fuera alegre, solo consiguió que él comprendiera cual era su estado de ánimo.

-Arriba nos espera una taza de chocolate caliente. -sabía que era su dulce preferido. Sobre todo los bombones de licor.

-No me tientes -replicó, su sonrisa fue más amplia.

-Me gusta tentarte... -se interrumpió, en ese instante, fue él que cayó hacia delante, el peso que llevaba le impidió poder evitarlo, se hundió en la nieve- Ayúdame, por favor. -La mochila le impedía darse vuelta.

Con su ayuda consiguió quedar sentado rodeado de todos los bultos que llevaba. Las raquetas le impedían levantarse, tuvo que hacer verdaderos malabarismos para conseguir recuperar la vertical, además como era tan corpulento y Dionne tan menuda, no podía con él, corría el riesgo de caerse también. Tras unos intentos fallidos, le pidió que lo dejara, sin su ayuda tardó menos en conseguirlo.

 

Dionne caminaba hundiéndose en la nieve, miraba hacia abajo para ver donde ponía los pies, por eso no vio que estaba llegando al final del camino.

-Mira, Dionne, estamos llegando, ya falta menos -dijo alegremente Milton.

La  jovencita levantó la mirada y la fijo en el cartel que habían colocado en el límite de la propiedad. Estaba clavado entre dos pinos y aunque estaba cubierto por la nieve, no necesitaba verlo para saber que estaba escrito en la madera: Residencia Gearthart, por detrás de la tabla, una noche, Milton había tenido la ocurrencia de escribir "los alegres robinsón Gearthart" A la mañana siguiente, cuando su padre lo vio recibió un buen disgusto, pero después le hizo gracia y desde entonces cuando estaban en la montaña se llamaban los robinsones.

Aquello había pasado hacia mucho tiempo, era entonces una cría de seis o siete años. Sonrió.

-¿Qué te hace gracia?

-Recordaba cuando pintaste el cartel por tu cuenta.

-Papá se disgusto.

-No me extraña. Nuevo, pulido y barnizado, con una bonita leyenda y vas tú y le estropeas su obra. -le pincho como solía hacer.

-Pues no digamos nada de ti, que te crees que pensó mamá cuando le cogiste sus pinturas y las utilizaste para colorear tus cuadernos -le recordó él.

-Sólo tenía cuatro años -se defendió, aun recordaba que durante una semana no pudo sentarse. Su madre no solía pegarla, aquella fue una excepción.

-Te dejo el culito bien caliente ¿verdad? -rió al recordarlo.

-¡Eres un grosero! -se ofendió y reanudó la subida, fue la primera en alcanzar y traspasar el limite.

Unas escaleras de piedra con una barandilla de madera de pino sin desbastar, conducía a la explanada donde estaba situada la cabaña. Eran treinta escalones, prefirió subirlos a tener que seguir el camino que llevaba al garaje.

Al llegar arriba, al ver la cabaña, le pareció estar contemplando una postal navideña. No pudo evitar que las lágrimas volvieran nuevamente a sus ojos, iban a ser aquellas las primeras navidades sin sus padres. Subió los tres escalones del porche, se sentó en el último y se quitó la mochila y luego las raquetas.

Milton tardaba en llegar, supuso que entraría por el garaje y le abriría la puerta desde dentro. Se levantó y se acercó a la ventana. Todas las ventanas estaban protegidas, la cabaña tenía una sola planta, con una buhardilla a la vista. Allí dormía Milton, al ser el mayor, cuando ella nació, él ya tenía la posesión de aquel lugar. No pudo disputárselo.

La puerta de entrada comunicaba directamente con el salón-comedor. Una enorme chimenea presidía el centro, los distintos espacios estaban delimitados por los propios muebles. Junto al hogar un cómodo canapé, que si la ocasión se presentaba hacia las veces de cama. A los costados, dos sillones haciendo juego. En las largas noches de invierno, al calor del fuego asaban queso y comían palomitas de maíz.

Detrás del canapé, una mesilla-bar, contenía tres botellas de distinta marca,  pero con igual contenido, todas eran de whisky, media docena de vasos y una hielera con su correspondiente pinza.

No necesitaba verlo, para recordar cada detalle, a la derecha de la puerta principal,  una puerta comunicaba con una diminuta habitación, en ella se guardaba toda la ropa de abrigo, las botas y el equipo de esquiar.

 

La siguiente habitación era el dormitorio de sus padres, la ventana tenía una preciosa vista de las montañas y sus picos nevados. Las laderas cubiertas de pinos cargados de nieve. Tenían una cama doble, dos mesillas de noche y un armario enorme. Disponían de baño privado. Dioses del mundo - Dioses griegos, romanos, aztecas...

La cocina estaba a continuación. No le faltaba ningún detalle. Disponía de todo lo necesario para hacer cómoda la estancia allí, la nevera que ocupaba un pequeño cuarto, en ella se conservaba todos los alimentos, su padre la tenía en funcionamiento todo el año, allí había provisiones para varios meses. Su funcionamiento era revisado con frecuencia para evitar problemas con la comida. No tenía la cocina puerta que le separará del resto de la estancia principal.

Hacia la izquierda, una puerta, las escaleras conducían al sótano, donde también se guardaba el coche. Allí su padre tenía la bodega, en previsión de cualquier imprevisto, una despensa a rebosar de alimentos enlatados o envasados al vacío.

La bodega y la despensa fueron excavadas en la misma roca, manteniendo la temperatura ideal para conservar todo guardado. Allí el frío era natural.

Después estaba su dormitorio, una cama pequeña, una mesilla, bajo la ventana, su mesa de trabajo, a rebosar de libros, lápices, bolígrafos y cuadernos, un armario para su ropa y una cómoda de cajones. Encima colgado de la pared un espejo.

El baño estaba a continuación y lo compartía con Milton, disponía de una ducha individual, una bañera jacuzzi, una sauna, su madre insistió mucho en tenerla, fue necesario cortar la madera de una de las paredes del aseo para encajar la sauna. Desde que la tenían la utilizaban a menudo sus padres, Milton sólo algunas veces. Ella no la necesitaba. El servicio se completaba con el resto de los sanitarios, no le faltaba el mínimo detalle. Disponía también de armarios donde guardaban todo lo relacionado con el aseo. Cremas y geles, pastillas de jabón, cepillos, dentrificos, toallas, toallones, albornoces, con espejos que no se empañaban con el calor.

Detrás de la chimenea, oculta a la vista estaba situada la escalera que subía a la buhardilla, a poco de entrar en la estancia, uno levantaba la vista, le llamaba la atención la barandilla, toda ella de madera, torneada y labrada, en las paredes se veían banderines de los equipos favoritos de Milton y del suyo propio, estanterías repletas de libros se extendían a la derecha e izquierda con un corto pasillo para sacar el libro que se deseara. Aquellos libros eran de su padre. Milton estudiaba economía para ocupar alguna vez el puesto de su padre. Aquella ocasión se había presentado demasiado pronto.

Milton abrió la puerta y la vio delante, nuevamente estaba llorando. Apartó la puerta mosquitera y fue a su lado. Le pasó el brazo por los hombros y la llevó dentro.

Cerró a su espalda, había encendido las luces y todo estaba iluminado, a través de la lágrimas, lo vio tal como recordaba.

-Intenta reponerte. No puedes estar llorando todo el rato. -la reprendió con cariño, llevándola hasta la puerta de su cuarto, la abrió, blandamente la empujo dentro- Quítate esa ropa mojada. Ahora te traigo tus cosas. La dejo mientras se dirigía a recoger sus cosas, en el porche estaba su mochila y las raquetas, a pesar que solo eran las seis de la tarde, ya era de noche, el viento soplaba con fuerza entre los árboles pensó que iba a nevar durante la noche.

 

Llamó a la puerta, que abrió al no recibir contestación. Se había quitado el chaquetón y las botas, pero permanecía quieta sentada en la cama, miraba sin ver un punto de la pared.

Se inclinó a su lado, tomó sus manos, estaban heladas, las frotó contra las suyas para que entraran en calor.

-No podemos abandonarnos al dolor, ahora más que nunca nos necesitamos el uno al otro, tengo que pedirte un favor. -posó su dedo en su mentón y alzo levemente su rostro para que le mirara. Al relajarse, después de la subida hasta allí el dolor de su cara se hizo patente, se había mirado en un espejo y se veían pequeños cristales incrustados en su piel- Mira... -le enseño su mejilla derecha- Podrías quitarme los cristales. Luego te curare un corte que tienes  en la frente.

Al verle el aspecto que presentaba su rostro, Dionne se olvido de su dolor y se apresuró a salir del dormitorio, en el cuarto de baño estaba el botiquín, lo sacó y lo llevó al salón.

-Siéntate -le señaló la silla junto a la mesa.

Con ayuda de unas pinzas, Dionne con mucho cuidado le fue quitando las pequeñas aristas. Sabía que aun así le hacia daño porque a veces un gemido se escapaba de sus labios apretados. Ella se detenía y se disculpaba.

-Sigue..., no te preocupes por mí. Podré soportarlo.

Media hora después se detenía definitivamente, creía que le había sacado todos los cristales. Le limpio con un algodón humedecido en alcohol las heridas para comprobar que no quedaba ninguno. Entonces si que Milton gritó debido al escozor. A medida que comprobaba los pequeños puntos rojizos, iba contándolos, afortunadamente, ninguno de esas aristas le había entrado en el ojo, de sucederle eso hubiera corrido el riesgo de perder la visión. Veinte pequeñas aristas de cristal desprendió de sus mejillas.

-Te pondré una crema cicatrizante, te aliviara el dolor al mismo tiempo y cubriré las mejillas para mantener limpia las heridas. No tengo mucha practica en esto -dijo cuando concluyo.

-No importa. -se puso de pie- A llegado tu turno -su voz sonó truculenta- Ahora me desquitare.

Dionne sonrió. Le conocía bien y sabía que, deliberadamente, no haría nada que pudiera lastimarla. El dolor de cabeza era lo único que la molestaba, ni siquiera se había percatado que estuviera herida.

Milton fue a la cocina y regresó un rato después con una jofaina con agua caliente y un par de paños blancos limpios. Cogió uno de ellos, lo sumergió en el agua y lo escurrió, con él suavemente le fue quitando la sangre que había resbalado primero hacia atrás, entre sus cabellos y luego se deslizó por su sien izquierda, el corte no era profundo, sin embargo había sangrado abundantemente, limpió sus cabellos, hasta que dejaron de estar apelmazados, metió el paño en el agua que enrojeció al instante, lo retorció y doblándolo comenzó a limpiarle la cara, echó hacia atrás su cabeza y lavó parte del cuello.

-Tendrás que ducharte luego. Aún te queda por debajo de la blusa. -le aclaró volviéndose para echar el paño al agua que dejo dentro, cogió el seco y procedió a secarla con suavidad.

Del botiquín tomó un algodón, puso en el un poco de alcohol yodado y despacio lo poso sobre la herida, ella se quejo lo justo, sopló sobre la herida para calmar el escozor, después le puso una tirita.

 

-De momento eso es todo -recogió el botiquín que guardó en su lugar.

Al salir del baño vio que su hermana había recogido el paño y la jofaina que llevó a la cocina. La sintió moverse en el cuarto de la lavadora, un anexo a la cocina, supuso que estaba echando los paños para lavarlos.

Se sentía demasiado cansado para encender fuego en la chimenea, pero decidió que si no lo hacia el frío iba a ser peor, así que se obligó a llevar leña al hogar y preparar todo, minutos después conseguía que comenzaran a arder los leños. Solo entonces se acordó del chocolate que había prometido para cuando llegaran. Puso también en funcionamiento la caldera del agua caliente que estaba en el sótano y tras comprobar que tenían combustible en cantidad suficiente se decidió a encender la estufa que calentaría toda la cabaña.

Al volver arriba vio que Dionne se había cambiado de ropa, llevaba un jersey de lana de cuello vuelto y unos pantalones de pana, iba descalza, pero con unos calcetines de lana gruesa. Estaba ocupándose de acabar de preparar el chocolate.

-He encendido la estufa y la caldera. Puedes bañarte cuando lo desees.

-Gracias. -Llenó dos tazones con el caliente chocolate.

Milton tomó el suyo y subió las escaleras mientras le daba unos sorbos. Abrió el armario y eligió la ropa que tenía allí. Se desnudó por completo y volvió a vestirse enseguida, como ella se puso un jersey de lana y pantalones abrigados, los calcetines de lana le servían para moverse por el piso de madera. Volvió a bajar y se sentó en el canapé, mirando de frente las brasas. Dionne estaba dando vueltas de un lado a otro. A través del cristal de la puerta vio que estaba nevando. Se cruzo los brazos por delante como si se estuviera abrazando a si misma.

-¿Tienes frío? Ven aquí -posó la mano en el asiento.

Se sentó a su lado. Ninguno de los dos habló. Permanecieron callados. Milton se levantó de improviso.

-¿Dónde vas?

-Tranquila, voy a apagar las luces.

El resplandor de las llamas era suficiente para ver. Ninguno de los dos pensaba en hacer algo específico.  Antes de sentarse, Milton se acordó del dolor de cabeza de su hermana. No le había visto tomar nada.

-¿Te sigue doliendo la cabeza?

-Si.

Fue al botiquín y saco un par de pastillas, que le dió junto con un vaso de agua.

-Gracias. -las tomó de un golpe y le devolvió el vaso vacío.

Lo llevo a la cocina y lo dejo dentro de la pila. Volvió a sentarse en el canapé, paso el brazo por detrás de ella, posó la mano en su hombro y la atrajo contra su costado.

-Cierra los ojos y espera que haga efecto. -le dijo.

Ella asintió, le dolían todos los músculos de las piernas y los muslos, también los hombros. Estaba agotada y enseguida de cerrar los ojos se quedo dormida. Al darse cuenta, la levantó en brazos, apenas si pesaba y la llevó a su cama, pensó que no podía dejarla vestida, pero no se atrevió a desvestirla, lo más que hizo fue aflojar la cinturilla del pantalón y bajarle por completo la cremallera para que nada la oprimiera durante el sueño. Dejo la puerta abierta.

Enseguida de llegar a su cama, se desnudo y metiéndose bajo las ropas se quedo dormido. Estaba rendido.

 

Continúa en el próximo capítulo

Regresar al índiceCapítulo III by Paz

Navidades Blancas

 

Por Paz

 

III

 

 

 

A pesar de su buena forma física, al día siguiente Milton despertó con dolor de músculos en todo su cuerpo. Supuso que Dionne debía estar en peores condiciones. Habían transcurrido casi doce horas luchando contra los elementos, de ellos ocho horas nevando continuamente. Se levantó y desnudo fue al armario a buscar una bata para poder bajar al aseo. Bajo las escaleras ajustándose el cinturón a la cintura.

 

-Buenos días...

 

Se detuvo sorprendido al verla delante de la cocina, estaba preparando tortitas. Sobre la mesa, estaban los vasos con zumo de naranja y todo preparado para desayunar. En la cafetera ya estaba el café hecho.

 

-Buenos días. ¿Cuándo te has levantado?

 

-Hace un par de horas. No podía dormir.

 

Asintió mientras reanudaba la marcha hacia el aseo.

 

-En un momento estoy de vuelta. -dijo.

 

Diez minutos después se presentaba a su lado.

 

-¿Te ayudo con algo?

 

-Tienes tiempo de vestirte si quieres -le dijo, le resultaba extraño ella completamente arreglada y él en bata.

 

-Bueno -subió de prisa y diez minutos después estaba nuevamente abajo. Se había puesto lo mismo que la noche anterior.

 

Se sentaron alrededor de la mesa y comenzaron a desayunar, ninguno de los dos pudo evitar mirar hacia los asientos vacíos.

 

-¿Estarán bien? -preguntó.

 

-Me ocupe de que así fuera. No piense en eso. Cuando deje de nevar bajare a la carretera, son apenas seis kilómetros, podré hacerlos, pediré ayuda y recuperaremos los cuerpos. Luego regresaremos a casa y reanudaremos nuestras vidas sin ellos.

 

-Si.

 

El desayuno se prolongo porque parecía que los dos habían perdido la gana de comer, pero llevaban muchas horas sin probar bocado y despacio fueron dando cuenta de todo lo que Dionne se había esforzado en preparar.

 

-No me han salido muy buenas -se excuso por el sabor de las tortitas.

 

-A mi me han gustado.

 

-¿De verdad? Creí que les faltaba sal.

 

-No. Estaban ricas.

 

-Las que hacia mamá estaban buenísimas. -evocaba sus tortitas y la boca se derretía ante su suave pasta.

 

-Algún día, con la práctica, conseguirás hacerlas así. -le animó.

 

-¿Lo crees?

 

-Estoy convencido. -apartó la silla hacia atrás para levantarse.

 

-Puse a lavar toda la ropa que dejaste tirada. -dijo cuando comenzó a recoger sus cosas de la mesa- Ya deben estar secas, -la lavadora tenía un proceso de secado.

 

-Iré a ver.

 

Debido a su inexperiencia, Dionne había puesto a lavar toda la ropa junta, al separarla, vio que sus braguitas blancas, habían perdido el color por partes, porque se habían teñido con sus pantalones que eran azul marino. Toda su ropa interior estaba teñida con tonos azulados. La apartó y no le dijo nada. Ella se daría cuenta al verlo. Si se hubiera tratado de otro tipo de prendas se lo hubiera comentado, con aquellas decidió callar. Además no era el momento adecuado para hacerle bromas.

 

 

Dionne estaba ocupada había recogido y limpiado la mesa, fregó lo que habían utilizado durante el desayuno, secó y guardó todo en sus armarios. La cocina aparecía impecable.

 

-Voy a abrir las contraventanas -dijo- ¿Quieres acompañarme?  -le preguntó.

 

-De acuerdo.

 

Fueron al cuarto vestidor y sacaron sus botas para la nieve y se pusieron unas parkas que ajustaron bien para evitar que el frío penetrará hasta sus huesos.

 

Al abrir la puerta para salir al porche vieron que el paso estaba obstruido por una pared blanca que impedía la visión del exterior.

 

-¿Qué significa? -Dionne estaba tan perpleja como él.

 

-No lo se.

 

-Esta noche sentí la tormenta, un prolongado y continuo bramido del viento, pero no creo que haya nevado tanto para cubrir la puerta.

 

-Yo no me entere de nada -murmuró Dionne.

 

Milton se volvió, bajo al garaje y volvió con una fina varilla que usaban para medir la altura de la nieve. Despacio, para no romper la perfección de la pared blanca, la fue metiendo, sentía la presión de la nieve a medida que iba desapareciendo en su interior. Empezaba a comprender que no era producto de ninguna nevada, por algún motivo se había producido un alud y los había enterrado dentro de la casa. La varilla tenía dos metros, la recogió y cerró la puerta. La cabaña era fuerte, lo había demostrado al soportar la presión de la nieve, afortunadamente los equipos electrógenos estaban en el garaje y los cables estaban enterrados, una excelente medida tomada por su padre.

 

Seguido por Dionne, que le miraba preocupada, recorrió todas las habitaciones y paredes comprobando que ninguna sufría daños. El tiro de la chimenea era alto y al parecer su extremo no había sido sepultado por la nieve, podían utilizar la chimenea.

 

Los servicios de rescate tenían que estar en alerta, seguramente que hasta ya estuvieran avisados. Su rescate podía ser cosas de días.

 

-¿Puedes decirme que ocurre? -hizo una mueca de dolor, al moverse demasiado rápido.

 

-¿Qué te duele? -le preguntó a su vez.

 

-Tengo agujetas en todos los músculos. -haciendo un movimiento rotatorio de los dos hombros.

 

-Siéntate... -señaló el canapé- ¿Llevas debajo camiseta?

 

-Si.

 

-Quítate el jersey. Te daré unos masajes.

 

Durante algunos instantes consiguió que se relajara y se olvidará de su pregunta. Sus dedos pulgares se movieron por su cuello, siguiendo la columna vertebral. Sentía que sus músculos se soltaban, que dejaban de estar tensos. Tenía la cabeza inclinada hacia delante, dejándose llevar por la agradable sensación.

 

-Descansa -la reclinó en el canapé, colocando debajo de su cabeza un cojín. Bordeo el mueble y se puso delante, alzó sus piernas por encima del asiento. Ella le dejo hacer.

 

Dionne permaneció callada, él creyó que dormía. Se sentó sobre la mullida alfombra que ocupaba el largo del sofá. Mientras la observaba pensaba que no se habían salvado del accidente para morir allí, suponía que estaban bajo toneladas de nieve, si la ayudaba se retrasaba, podían seguir esperando, tenían suficiente comida para esperar el deshielo, el único inconveniente era que la madera no iba a durar tanto tiempo. No iba a adelantarse a los acontecimientos decidió.

 

 

Sus padres querían esquiar, pasar unas navidades blancas, en cierto modo lo estaban consiguiendo, excepto esquiar. Aunque sus padres no tenían las navidades que deseaban y ellos menos aún pasarlas enterrados bajo una montaña de nieve.

 

El coche con sus padres estaba en la ladera contraria a donde estaba situada la cabaña, si los agentes forestales estaban preparándose para el próximo verano, alguien tenía que encontrarles, y aunque él se había llevado toda la documentación, con seguridad que serian identificados e iniciarían su búsqueda.

 

En realidad no corremos peligro pensaba, abstraído por completo en sus pensamientos. No se dio cuenta que Dionne le observaba a su vez por entre sus ojos semiabiertos. Levantó la mirada cuando percibió la sombra de un movimiento.

 

Dionne alargó la mano y la posó sobre la de Milton, estaba sentado con las piernas cruzadas y las manos apoyadas en las rodillas, se balanceaba despacio mientras meditaba en su situación.

 

-¿Te has despertado?

 

-No me he dormido. Estaba esperando. -vio que no la comprendía- Si, que me contarás que ha pasado.

 

-¡Ah eso! -dijo como si no fuera importante, tomó entre las suyas la mano de Dionne- Prométeme, que no te pondrás a llorar, gritar o hacer esas cosas que hacéis las chicas.

 

-¿Es grave? -lo supo al oírle poner aquel tono despreocupado, como restándole importancia a lo que pasaba. ¿Qué era eso tan terrible?- Lo prometo. -se sentó porque pensó que lo que fuera quería escucharlo sentada.

 

-Estamos enterrados. -fue escueto.

 

-¿Cómo? -no comprendió exactamente que quería decir.

 

-Un alud de nieve.

 

Se llevó la mano a la boca para ahogar el gemido que escapaba de su garganta. Sus ojos le miraron aterrada.

 

-Lo que anoche tomé por una tormenta, debió de tratarse del alud de nieve, estábamos tan agotados, que no fui capaz de reconocer el estruendo. De todos modos, hemos tenido mucha suerte...

 

-¿Suerte? -le interrumpió.

 

-Si, pudo habernos cogido fuera y entonces si que estaríamos peor.

 

-¿Cómo pudo ocurrir?

 

-No lo se. He pensado en ello, algún desprendimiento de rocas, los picos están nevados todo el año, con la nieve suelta que ha caído, vaya uno a saber.

 

-¿Vamos a intentar salir?

 

-Creo que es peligroso. Pueden producirse más aludes, dejemos que la nieve se asiente, con suerte ya pueden estar buscándonos, han pasado casi dos días. Aquí dentro estamos seguros, tenemos comida suficiente, combustible para una temporada, la leña es más escasa, pero aun así hay una buena provisión.

 

-Supones que tendremos que pasar aquí mucho tiempo.

 

-Poniéndonos en el peor de los casos, si.

 

-¿Qué haremos para entretenernos? -preguntó.

 

-Puedo hacer una tabla de ejercicios. Todas las mañanas al levantarnos, podemos ocupar un par de horas, luego desayunaremos, tenemos muchos libros, podemos estudiar, comer, dormir otra vez, jugar a las cartas o al monopoly, cenar y volvernos a acostar.

 

 

-Llegará un momento que estemos cansados de hacer lo mismo día tras día.

 

-Encontraremos otras ocupaciones. Haremos una tabla con todo lo que podemos hacer y cada día elegimos una cosa diferente. Será entretenido. Te prometo que saldremos de esta -dijo al ver su expresión sombría. Si las cosas se nos ponen difíciles buscare el modo de escapar de aquí.

 

-¿Más difíciles todavía?

 

-Antes pensaba que si nos salvamos del accidente, era porque teníamos que vivir. Esto es una prueba difícil, ya veras como la superaremos.

 

¿Lo crees realmente?

 

-Si.

 

Se levantó, alargó la mano hacia él.

 

-Vamos, ayúdame con la comida. -le pidió.

 

-¿Qué vamos a comer? -le preguntó.

 

-No tengo ni idea. Veamos que hay en el frigorífico.

 

-¿Sabes cocinar?

 

-Si, lo mismo que tú. -dijo con una sonrisa.

 

-Aprenderemos. -removió entre los paquetes y dijo: -Guisantes, zanahorias y patatas. Esto parece adecuado.

 

-En la otra bandeja había unos filetes.

 

Sacaron todo. Leyeron las instrucciones de los paquetes y se decidieron a seguirlas.

 

-Es una suerte que funcione todo -dijo Dionne.

 

-Fue cosa de papá, quiso que toda la maquinaria permaneciera en el sótano, razón por la cual ha sobrevivido al alud, si hubiera quedado donde quería el arquitecto, ahora estábamos sin luz, razón por la cual no funcionaria nada, ni nevera, ni cocina, ni trituradora, nada. Todos los aparatos de la casa se manejaban con la luz eléctrica.

 

-Papá tenía un gran visión de futuro -murmuró Dionne, su voz se quebró al pensar en su padre.

 

Milton dejo los platos sobre la mesa y fue a su lado, rodeo sus hombros con su brazo y la atrajo contra si.

 

-Puedes llorar si quieres -se inclinó para susurrárselo al oido.

 

Sacudió la cabeza, apartándose de su lado. Se dio la vuelta, no quería que volviera a verla llorar. Nunca había sido una llorona y ahora no podía evitar hacerlo. Se secó los ojos con el puño y se movió hacia el horno que se había apagado automáticamente.

 

-Esto ya esta. -se colocó un par de guantes de cocina y abriendo el horno, sacó la fuente con las verduras y la carne en el centro.

 

-Huele bien -dijo Milton inclinándose para aspirar el aroma que despedía la fuente.

 

Dionne posó la fuente en el centro de la mesa, se quitó los guantes que dejo en su cajón y se sentó. Milton ya estaba sirviéndose.  Ella se puso la carne y las verduras, dejando una parte en la fuente.

 

-¿Puedo cogerlos? -le preguntó al ver que lo dejaba.

 

-Si, cómelo tú.

 

Milton sin ningún miramiento, cogió la fuente, y dejo caer el contenido en su plato.

 

-Esta bueno -dijo poco después de llevar un rato comiendo.

 

-¿Cómo puedes decir eso? Nos olvidamos poner sal. -dijo llevaba un rato dándole vueltas al tenedor por entre los guisantes, sin decidirse a seguir comiendo.

 

Milton se levantó, fue al mueble, abrió una de las puertas, junto al especiero, estaba el salero, lo llevó a la mesa.

 

 

-Aquí tienes.

 

-Gracias. Pero no tengo mucho apetito, ¿Quieres mis verduras?

 

-Ahora entiendo porque estas como un palo. -dijo acercándole su plato.

 

-Y yo porque tú estas gordo.

 

-No estoy gordo. Soy de complexión robusta. -replicó serio.

 

-Es así como lo llaman ahora -le pincho.

 

-Como se llamó siempre -declaró, inclinó la cabeza para seguir comiendo, y para ocultar la sonrisa que asomaba a sus labios.

 

Era agradable volver a ser el objeto de las puyas de Dionne.

 

-¿No estarás riéndote de mi? -le dio un golpe en el bíceps, nunca le golpeaba con fuerza, solo trataba de llamar su atención.

 

-No se me ocurriría hacer tal cosa -levantó la cara y se lo dijo muy serio, sin embargo sus ojos le delataban.

 

-Eres..., eres... -no encontrando que calificativo darle, se decidió a comer y abandonar la diferencia de opiniones que mantenía.

 

-Grosero... maleducado...  -le ayudo con una sonrisa amplia.

 

-Todo eso y más. Eres un mal hermano.

 

-¿Por qué? -se asombro.

 

-Nunca te pones de mi parte -se quejo.

 

-Es que no siempre tienes razón -se defendió usando su mismo tono quejoso.

 

-Por una vez podías dármela.

 

-De ninguna manera, entonces luego siempre querrás tenerla.

 

-Lógico.

 

-No, ilógico. -se levantó al ver su intención de tirarle algo, miro alrededor, pero no encontró nada adecuado para ese fin. Riendo dijo: -Te ayudaré a lavar esto.  -llevó a la pila todo lo que habían ensuciado, Dionne seguía luchando con su bistec. Se sentó nuevamente, apoyo los codos en la mesa y la barbilla en las  palmas abiertas de sus manos. Comía despacio y masticaba una y otra vez el pequeño trozo que introducía en su boca, viéndola comer, pensó que era la primera vez que disponía de tiempo para observarla.

 

-¿Qué miras?

 

-A ti.

 

-No hago nada especial.

 

-Si, comer es algo vulgar, pero necesario. -dijo alargando la mano y revolviéndole los cabellos de la coronilla.

 

-Oye...

 

-Dime.... -se detuvo antes de llegar a la pila.

 

-Estaba pensando... no se si es posible. Supongo que si.

 

-¿En que pensabas?

 

-La presión... no es peligroso, pueden ceder las paredes. -no pudo evitar estremecerse. Estaba en manga corta y la estufa estaba apagada, el frío exterior empezaba a notarse.

 

-Las paredes son fuertes, no solo son de madera, son dos capas de madera formando una cámara entre ellas, que papá quiso que se rellenara de hormigón. Así pues las paredes tienen un grosor de quince centímetros. No hay peligro por ese lado. -le explico- Cualquier duda que tengas pregúntamelo.

 

-De acuerdo. -se levantó y llevó su plato con los cubiertos y el vaso a la pila- Yo friego, tu lo secas -decidió.

 

-Conforme. -cogió un paño y espero que ella fuera poniendo a escurrir lo que iba lavando, había echado detergente en el agua y lo frotaba todo con energía, lo aclaraba en la otra pila y lo dejaba en el escurridor.

 

Al terminar, Milton dijo que iba a sacar su ropa del macuto y guardarla en los armarios. Dionne decidió que ella también se ocuparía de su bolso y de la mochila.

 

 

El resto de la tarde lo emplearon en acomodar sus cosas, en dejarlo todo recogido. Cuando terminó apago la luz de su dormitorio. Salió cerrando la puerta, vio que Milton había encendido la chimenea, un fuego reducido considerando que la tarde anterior era el doble de grande, su hermano estaba recostado en el canapé, con las piernas estiradas hacia el calor. La única luz que tenía era el resplandor de fuego. Se acercó y se sentó en el extremo contrario al que él ocupaba. Se había puesto el jersey y pronto sintió que se estaba a gusto allí.

 

-Creo que es conveniente que la estufa la pongamos solamente por las noches, mientras estamos acostados. Si consideras que es poco...

 

-No, me parece bien, el frío no me asusta. Es una idea excelente. -bajo los pies del sofá y los acercó más hacia el fuego, como desmintiendo sus palabras.

 

-Ven, no te he preguntado por tu dolor de cabeza -la atrajo contra su costado, al pasarle el brazo por los hombros. A su lado daba la impresión de ser más pequeña.

 

-Ha remitido. ¿y tu mejilla? -seguía tapada con el vendaje.

 

-Ya no me molesta... mañana me quitare esto.

 

-¿Será conveniente?

 

-Las heridas eran pequeñas, seguro que ya han cicatrizado. -dijo convencido de sus palabras.

 

-Sería una pena que te quedaran señales. Ya no tendrías a todas las chicas detrás de ti.

 

-¡Ja!.. Así resultare más atractivo. Se pelearan por mí.

 

-¡Presuntuoso! -dijo con una sonrisa.

 

-¿No crees que soy atractivo? -se burlo de ella.

 

-Qué importa mi opinión, solo soy tu hermana. -replicó.

 

-Una hermana muy bonita, aunque la verdad bastante delgaducha -rió al ver que forcejeaba para apartarle de su lado. A mí me gustan más rellenitas.

 

-¡Como Clare Storm!

 

-Si, de ese estilo -rió al recordarla, ancha de caderas y con una delantera espectacular.

 

-¡Uf! -Arrugó la nariz, en un gesto despectivo- ¡Hombres! ¡Puag! -repitió un par de veces, luego se recostó en el asiento del canapé y siguió- Es incomprensible que podéis ver en ella. Es tonta.

 

-Será que tiene otras virtudes -no pensaba explicarle cuales.

 

-Esa chica no tiene virtudes. Sólo piensa en una cosa. -murmuró a medida que iba hablando su tono de voz iba siendo más suave, hasta que finalmente se quedo callada.

 

Tenía la palma de la mano extendida y su mejilla se apoyaba en ella, aun le duraba el cansancio, porque se quedo dormida enseguida que se tumbó, las rodillas ligeramente dobladas. Era ya tarde, según su reloj marcaba las siete, se levantó, a oscuras fue a la cocina, abrió el frigorífico, sacó una bolsa de pan de molde para hacerse un bocadillo, le puso mantequilla de cacahuete, un par de lonchas de pepinillos, aros de cebolla y también mayonesa.

 

Se fue a comerlo frente a la chimenea. Ella se había estirado y le había quitado su espacio, se sentó en el apoyabrazos y dio buena cuenta de su bocadillo. Lo encontró delicioso a pesar de la mezcla de sabores, ácidos y dulces. Lavó y secó el plato y lo guardó.

 

Abrió la puerta del dormitorio de Dionne y apartó la ropa hacia un costado. Luego fue a su lado, la recogió en brazos sin que despertara y la acostó en su cama. Esta vez le quitó el jersey y también los pantalones. La tapó y salió del dormitorio dejando la puerta abierta. Puso delante de la chimenea el protector contra el fuego y subió a su lugar de descanso, se desnudo, poco después dormía profundamente.

 

Continúa en el próximo capítulo

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Navidades Blancas by Paz

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Un accidente deja a Milton y Dionne huerfanos, ¿serán capaces de soportar la pena? Aún más ¿serán capaces de soportarse entre si? ¿Que ha sido esa nueva

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2024-11-13

 

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