THE LAST OF US Stories by IsmaelSilvestre

Historias relacionadas con el universo planteado en la obra maestra de Naughty Dog 'THE LAST OF US', disfrútenlas, por Ismael Silvestre. Historias relacionadas con el universo planteado en la obra maestra de Naughty Dog 'THE LAST OF US', disfrútenlas, por Ismael Silvestre. Historias relacionadas con el universo planteado en la obra maestra de Naughty Dog 'THE LAST OF US', disfrútenlas, por Ismael Silvestre. THE LAST OF US Stories by IsmaelSilvestreSummary: THE LAST OF US Stories by IsmaelSilvestreSummary:

 

 

 

THE LAST OF US Stories by IsmaelSilvestre

Summary:

Historias relacionadas con el universo planteado en la obra maestra de Naughty Dog "THE LAST OF US", disfrútenlas, por Ismael Silvestre.


Categories: VIDEOJUEGOS Characters: Ninguno
Generos: Ciencia Ficción
Advertencias: Muerte de un personaje
Challenges:
Series: Ninguno
Chapters: 9 Completed: No Word count: 49902 Read: 672 Published: 12/07/2013 Updated: 14/09/2013
Summary:

Historias relacionadas con el universo planteado en la obra maestra de Naughty Dog "THE LAST OF US", disfrútenlas, por Ismael Silvestre.


Categories: VIDEOJUEGOS Characters: Ninguno
Generos: Ciencia Ficción
Advertencias: Muerte de un personaje
Challenges:
Series: Ninguno
Chapters: 9 Completed: No Word count: 49902 Read: 672 Published: 12/07/2013 Updated: 14/09/2013 THE LAST OF US: Track Down by IsmaelSilvestre
Author's Notes:

Boston, muy lejos de la zona de cuarentena. Han pasado dieciséis años desde que la plaga inicial eliminó a todos los Estados Unidos de América, infectando a millones de personas con un misterioso virus mutado muy similar al hongo del Cordyceps. Un hombre superviviente de mediana edad, llamado Joel, está asociado con un grupo de supervivientes dedicados al contrabando de armas, drogas y otros suplementos. Las circunstancias comienzan a complicarse cuando Pierre, uno de los hombres más tozudos que ha conocido, decide robar cinco enormes recipientes donde Joel y Carol, una compañera bastante perspicaz, guardaban doscientos diez gramos de un potente estupefaciente, pues un cliente había hecho un encargo demasiado bien pagado. Dispuestos a recuperar la mercancía, Carol convence a Joel para ir en busca de Pierre y sus aliados, dar el golpe final y recuperar lo que es suyo para poder hacer negocio, todo ello contando con el clímax de un mundo hace años hostil...

Author's Notes:

Boston, muy lejos de la zona de cuarentena. Han pasado dieciséis años desde que la plaga inicial eliminó a todos los Estados Unidos de América, infectando a millones de personas con un misterioso virus mutado muy similar al hongo del Cordyceps. Un hombre superviviente de mediana edad, llamado Joel, está asociado con un grupo de supervivientes dedicados al contrabando de armas, drogas y otros suplementos. Las circunstancias comienzan a complicarse cuando Pierre, uno de los hombres más tozudos que ha conocido, decide robar cinco enormes recipientes donde Joel y Carol, una compañera bastante perspicaz, guardaban doscientos diez gramos de un potente estupefaciente, pues un cliente había hecho un encargo demasiado bien pagado. Dispuestos a recuperar la mercancía, Carol convence a Joel para ir en busca de Pierre y sus aliados, dar el golpe final y recuperar lo que es suyo para poder hacer negocio, todo ello contando con el clímax de un mundo hace años hostil...

8.00 de la mañana, afueras de Boston
Las mañanas eran soleadas siempre en aquella zona. Pierre se recordaba a sí mismo paseando apaciblemente a su perro, acompañado de su hijo Samuel, en aquellos días en los que el periódico siempre te llegaba a la hora exacta en el buzón, y en los días en los que tus amables vecinos se apresuraban a hacerte una visita acompañados de algún detalle, como una tarta o unas galletas dulces. Todo eso había expirado, al igual que otras muchas costumbres de lo cotidiano. Hoy por hoy, el desgraciado y el bueno de Pierre se encontraba en las afueras, cargando cinco enormes cajas de madera frágil, acompañado de sus fieles hombres, contratados hace varios meses para realizar robos por separado en las zonas de mayor seguridad. Llevaban meses atacando objetivos civiles, tanto militares como meros supervivientes o incluso a los bien organizados Luciérnagas, liderados con una extricta conducta de seguridad. Pierre se paró un momento, acababa de cargar una de las cajas dentro del camión y miró un rato al horizonte, sacando un paquete de cigarrillos de su bolsillo, tal vez el último paquete de todo Estados Unidos...
-¡Eh, Pierre, si vas a quedarte ahí de brazos cruzados al menos hazme el favor de no ponerte en medio! - gritó Marshall, bajando del camión con la frente sudorosa.
-Relájate un poco, grandullón. Llevo dos putas horas dando vueltas por la manzana en busca de suministros. Me merezco mucho más que un cigarro. - respondió mezquino, encendiendo su filtro y dando un par de caladas.
El fornido y barbudo Marshall se le quedó mirando un instante. Era un tipo extraño ese Pierre, pelo rubio y peinado hacia un lado, con barba de tres días a pesar de su poco tiempo cotidiano en una vida de asaltante de inocentes, y bastante delgado como para tener una propiedad lejana llena de suministros. La verdad es que aunque le pagase por aquellos trabajos, Marshall nunca se había sentido agusto con Pierre. Hacía absolutamente lo que le convenía en el momento que deseara, sin contar con los demás o preocuparse por ellos. El factor "supervivencia" temblaba de pavor refiriéndose a pasar tan sólo una tarde junto a Pierre.
-Bien, pero que sepas que no está bien pagado todo lo que hacemos por ti. Algún día descubriré de dónde sacas tantas cartillas de racionamiento, y entonces acabaré contigo para conseguirlas yo mismo. - añadió Marshall regresando al camión, con un tono ascendente entre seriedad y broma.
"Este maldito gordo hijo de perra..." pensó Pierre para sí mismo, girándose para observar cómo Douglass y Márquez empujaban la tercera caja hacia el camión.
-¡Joder, no podía pesar un poco más! ¿No es así, jefe? - dijo Douglass, ajustándose la visera del sombrero y empujando con todas sus fuerzas.
-Ya casi está chicos. El comprador de este material no puede percatarse del robo, así que una vez lo vendamos nosotros, tendremos que dar con el capullo del contrabando para extorsionarle. - explicó Pierre, gesticulando con ambas manos, apunto de quemar su propia camisa con el cigarro.
-¿Te refieres a ese tal Joel? ¡Cuidadito, jefe! - dijo Márquez, burlón. - Fuentes fiables me aseguraron hace ya un tiempo que es un tipo duro, aunque a veces quiera dar a mostrar lo contrario.
Pierre no daba crédito a las palabras de aquel hombre de menguada estatura. A pesar de que el mexicano Márquez era el que mejor se llevaba con él desde que formaron aquella clandestina organización de robos por la zona, nunca le había quitado el ojo de encima. Desde bien jóven, Pierre fue enseñado únicamente para sobrevivir, ya sea por sí mismo o por encima de los demás. No importaban los valores de la amistad, ni siquiera del afecto acérrimo, simplemente él, y él, y él mismo de nuevo. 
-No será nada contra mí si lo que busca es un enfrentamiento. - respondió Pierre, dando la última calada y arrojando el cigarro hacia la calva de Marshall, que alzó la cabeza enfadado. - Tenemos que ser implacables. ¡Vamos, cargar esas putas cajas enseguida! Tenemos que haber llegado a la estación abandonada antes de las doce.
Pierre se montó en el asiento del copiloto, Marshall colocó las cajas que ya estaban en la parte trasera del camión para facilitar a sus compañeros aquella carga, Márquez alzó una de las dichosas cajas para meterla dentro de un empujón, y Douglass se agachó para recuperar el aliento del esfuerzo. El viaje comenzaría pronto, pero debían de terminar aquella carga para salir de la zona, y hacer el mínimo ruido posible, pues tanto cazadores como chasqueadores acechaban por las abandonadas calles del trayecto, olfateando en busca de un trozo de carne, a ser posible viva, que llevarse a las fauces.
Joel dormía en una de esas literas que tanto odiaba de la zona del campamento. Él y la perturbada de Carol llevaban dos días recorriendo el perímetro. ¿Con qué fin? Buscar suministros, civiles voluntarios, e incluso algún Luciérnaga que se prestase a la causa de recuperar un enorme alijo de droga. Bueno, no enorme por la cantidad, sino por el valor. En tiempos antiguos toda aquella materia estaría por las nubes en el mercado negro, ahora costaba nada más ni nada menos que cinco mil cartillas y un día de estancia, comida y manutención sanitaria gratuitas. Sí, el precio era elevado en aquellos días. El campamento improvisado estaba bastante bien distribuido, ya que debió ser un asentamiento de las fuerzas militares hace unas cuantas semanas, y obviamente habían tenido que marcharse por patas y dejarlo todo según estaba, lo cual les daba a Carol y a Joel una ventaja exquisita en cuanto a recursos.
-¡La hostia, esto es una pasada! - gritó Carol desde fuera de la enorme tienda de campaña.
"¿Qué mosca le ha picado?" pensó Joel, levantándose con suavidad y con los ojos entrecerrados, rascándose la nuca y dejando caer un amargo bostezo. Cuando salió de la tienda no dudó en mirar a cada lado como si de un asedio se tratase. Hacía un par de años que ya no se fiaba de nada ni de nadie. Los continuos ataques a la zona de cuarentena le hacían odiar la estancia en aquel lugar, así que el ser un contrabandista más le venía siempre bien para despejar su mente de las preocupaciones de aquel espacio cerrado. Joel era así, un hombre de mundo abierto, aunque también debía tener recursos, que efectivamente, en aquel momento, los tenía. Carol, aquella joven depredadora, andaba por allí sobre las mesas de instrumentos médicos de una de las tiendas del campamento. Sobre sus manos cargaba una M9, una potente arma ametralladora con un cargador con soporte para treinta cascos de bala y mira láser incorporada. Sin duda el arma estaba altamente personalizada.
-¡Eh, Joel, mira esto! Nuestros amigos los militares nos han dejado más de un recuerdo, compañero. - añadió al ver a Joel salir de entre las sombras.
-Carol, yo que tú no tocaría nada hasta que estemos seguros de que esos soldados no van a volver. Nos podríamos exponer al peligro sin quererlo. - argumentó Joel, seriamente.
-¡Vaya! Así que ahora te preocupas por el peligro. - respondió sonriente. - ¿Te recuerdo a quién tuve que salvar de cuatro putos chasqueadores la semana pasada?
El tono burlesco de Carol enfureció en cierta medida a Joel, que se rascó la barba y se cruzó de brazos sin demasiado que argumentar. Cuando la preocupación llamaba de nuevo a su puerta, se veía obligado a contestar en cualquier momento.
-No caeré en el juego de los salvamentos, yo también te he salvado varias veces, Manhattan. - dijo al final, con un feroz sarcasmo.
-¿Ah, no? Pues yo no caeré en el juego de los nombrecitos estúpidos que te traes con Tess. ¿"Texas"? Cada vez que lo escucho, pienso que has salido de una película del Salvaje Oeste.
Cuando Carol finalizó de meterse con su camarada, guardó el arma ligeramente en su mochila. Iba a quedársela, a pesar de necesitar más espacio para posibles suministros. Pero a Joel en aquel momento no le interesaba la eterna discusión de recordatorios con aquella mujer, lo que perturbaba su mente de forma desalentadora era la búsqueda y persecución de Pierre, ese cabrón que había robado toda la mercancía. Le hacía gracia ir detrás de doscientos gramos de una sustancia distribuida en cinco cajas. ¿Habrían pasado aquellas cajas por las aduanas en tiempos pacíficos? Si no, jamás entendería el por qué de distribuir de aquella forma una sustancia de tan solo doscientos gramos. Sin duda, más perturbador aún era el hecho de tener que atravesar media ciudad confrontando a chasqueadores y militares para encontrar a un sólo hombre y quitarle lo que no le pertenece.
-¿Has logrado que funcione ese chisme? - dijo Joel, observando cómo Carol trasteaba con una radio de comunicación.
-Lleva estos dos días emitiendo señal, pero parece que nadie la recibe. ¿A cuánto estamos de la zona de cuarentena? - preguntó ilusa.
-A unos dos kilómetros, a ojo. - dijo Joel, no muy seguro de su orientación. - Michael me dejó un mapa antes de salir de allí, pero lo hemos perdido anoche, junto con las autorizaciones de acceso.
-¿Autorizaciones de acceso? Eso significa... - se quedó pensando Carol, mirando a Joel con los ojos abiertos como platos.
-Sí. - dijo Joel, suspirando. - Nos va a costar un poco más de la cuenta volver a entrar en la zona de cuarentena. - hubo una ligera pausa en la que ambos miraban a la radio. - Vamos, andando. Tenemos mucho camino por recorrer.
Efectivamente, el tramo no sería corto. La carretera hacia la autopista estaba cortada por los propios vehículos destrozados. Varios autobuses, miles de coches, algún ciclomotor estrellado... cualquier cosa podría haberles pasado a aquellas personas. Los primeros días de infección fueron bastante duros.
-¿Crees que quedan más de esos putos cazadores por la zona? - preguntó Carol mientras caminaban entre el musgo y el fango, sorteando escombros y vehículos calcinados.
-Nunca se sabe. - dijo con sequedad, volviendo a un tono de cansancio. - El tiempo que llevan persiguiendo a los que llaman "turistas" no les he visto cansarse ni una sola vez.
Carol extrajo su cantimplora y dio un largo sorbo, pero Joel se adelantó hacia su posición y se la arrebató de inmediato.
-El agua es nuestro mayor recurso en este momento. Tardaremos bastante en encontrar más. - la chica se quedó mirándole con asentimiento. - Da un trago más y vuelve a meterla ahí dentro.
El hombre le devolvió la cantimplora y Carol la guardó sin mediar palabra. Tenía razón, estaban pasando unos duros meses de olas de calor y el agua escaseaba incluso en las zonas de seguridad y cuarentena, no quería imaginarse dónde podría encontrar más agua por allí fuera, sin ayuda. El camino se hizo bastante pesado. Joel no era un tipo de demasiadas palabras, ni tampoco le gustaba mantener conversaciones acerca del pasado. Su política se basaba en manterner la mirada firme y hacia delante, sin pararse a recoger a un soldado mal herido. Cruzando la salida de la autopista, les tocaba callejear. Surcaron diversas callejuelas con sus armas en mano. La Colt bicolor que sostenía Joel era una de sus armas favoritas. La consiguió durante un trato con un viejo amigo, pues en el contrabando no sólo pasaban drogas del tipo que había interceptado Pierre, sino también diversas y potentes armas de defensa. Carol, sin embargo, sostenía con firmeza y seguridad la M9 que encontró en aquel campamento. De repente, Joel paró en seco, advirtiendo a Carol con un gesto de que algo no iba bien. Ruidos metálicos llegaban fieros hacia sus oídos, y justo cuando su cuerpo quiso reaccionar para salir corriendo, un infectado se abalanzó hacia la espalda de Carol.
-¡Cuidado! - gritó Joel.
Carol echaba su cuerpo hacia delante tratando de evitar que la criatura le mordiese el cuello. Sus agonizantes cloqueos y gruñidos hacían que el miedo se apoderase de los poros de su piel, pero aun así debía resistirse, y cuando estuvo a punto de ser alcanzada, Joel inmovilizó a la bestia con un disparo recto y sonoro en la frente del susodicho, que cayó al suelo desplomado y soltando un grito desgarrador.
-¿Estás bien? - preguntó Joel, agarrándola de los hombros.
-Sí, joder, estoy bien. Esa cosa por poco me merienda. - escupió, mirando al cadáver con desprecio.
El ruido del disparo atrajo a una decena más de esas cosas en la dirección contraria de la que ellos caminaban. Las salvajes criaturas corrían desesperadas hacia ellos, tratando de alcanzarles.
-¡Joder, Joel, corre! - exclamó Carol, saliendo a la carrera.
Los callejones se oscurecían a pesar de la brillante luz del sol, pues los enormes edificios tapaban casi su totalidad. Los segundos que tardaban en girar en las curvas entre calle y calle podrían resultar mortales en cualquier momento, tenían que hacerlo rápido y mirar hacia delante. Justo cuando estaban a punto de alcanzar un lugar elevado sobre el techo de un camión que separaba una de las calles, Joel tropezó de mala manera a causa de un hierro saliente desde algún lugar del suelo. Conmovido ante la fría situación, se dio la vuelta para observar cómo decenas y decenas de aquellas cosas se acercaban a velocidad de vértigo para despellejarle vivo. Quiso levantarse, pero su pantalón quedó enganchado en aquel hierro oxidado.
-¡Mierda, está enganchado, no puedo moverme! - gritó Joel.
-¡Oh, no, joder! - dijo Carol, dando vueltas sin saber qué hacer. - ¡Vale, Joel, saca tu arma, yo también te cubriré!
La mujer apuntó con su ametralladora desde lo alto del camión, y Joel imitó su postura agarrando la Colt. En menos de cinco segundos, las ráfagas de ametralladora impactaban contra varios corredores enfurecidos. Joel disparaba casi a ciegas, tratando al mismo tiempo desenganchar aquel dichoso pantalón que le mantenía atrapado. Sin más tiempo que perder, extrajo de su mochila una daga casera, creada a partir de unas tijeras y unas cintas de sujección, y rasgó su pantalón hasta que pudo levantarse.
-¡Vale, larguémonos, deprisa! - gritó Joel, escalando hacia el techo del camión y juntándose a Carol.
La mujer seguía disparando contra los corredores a pesar del apresuramiento de Joel, y este enseguida llamó su atención para que saliera corriendo junto a él. Muy cerca de allí, pasadas dos calles de aquel camión, había un Café Bar aparentemente abandonado, y Carol aseguró enseguida la entrada con su ametralladora, advirtiendo a Joel de que el local estaba vacío y destrozado en su gran mayoría. Ambos cerraron las puertas del local y las atascaron haciendo uso de un par de sillas que enganchaban a los picaportes.
-Hemos estado cerca, Texas. - bromeó Carol, recuperando su aliento. - Odio a esos jodidos infectados.
-La próxima vez evitaremos hacer uso de las armas de fuego. El error ha sido mío al disparar a esa cosa que te atacaba. - argumentó Joel.
-No ha sido culpa de nadie. - añadió Carol, sintiéndose culpable en el fondo.
-He dicho que ha sido culpa mía. - arremetió Joel con una feroz mirada. - Insisto, la próxima vez, si sólo es una de esas cosas, le atacaremos con una de estas.
Joel extrajo dos más de aquellas dagas improvisadas y entregó una de ellas a Carol, que le miraba dubitativa.
-Entendido. - respondió Carol sin rechistar. - Al fin y al cabo, tú eres el que sabe más de esto.
-Busquemos provisiones. - finalizó Joel, dejando su mochila sobre una mesa y metiéndose detrás de la barra del bar.
El local no era pequeño. Dos habitaciones unidas se situaban tras el mueble de alcohol de detrás de la barra, conjuntados con dos puertas pequeñas a cada lado. Dentro había un pequeño despacho, al parecer era una menguada zona donde reunirse con los empleados en los tiempos de descanso. Todo parecía estar removido a conciencia, los objetos de la mesa estaban derribados en el suelo, grapadoras, lápices, cintas adhesivas, y un largo etc. Y, en el centro de la mesa, expandido, había un enorme mapa con tramos marcados con un rotulador. Era un mapa del noreste de Boston, y la ruta indicaba la salida desde un pequeño distrito alejado de la zona de cuarentena hasta una vieja estación de trenes abandonada, al parecer marcada en el mapa como un lugar de extrema cautela.
-Carol, mira esto. - alzó la voz Joel, sin apartar su mirada del mapa.
-¿Qué es? - preguntó la mujer.
-Un mapa, pero eso no es lo que me llama la atención. Tiene una ruta marcada, como un camino a seguir en busca de algo. Normalmente, los mapas de los militares no tienen rutas, sino zonas restringidas o alejadas donde conseguir más suministros, pero este mapa es distinto. - explicó, siguiendo las rutas de las calles con el dedo.
-¿Insinúas que este mapa puede ser de nuestros ladrones? - dijo Carol, limpiando su arma con un trapo viejo.
-No lo insinúo, lo veo aquí mismo. - el dibujo mal hecho de cinco cajas de mercancía confirmó sus pensamientos.
-Vaya, a nuestro amigo francés le faltan un buen número de luces en el cerebro. - escupió Carol, alucinando.
-Bien, tenemos más de la mitad del camino terminado. Aún son las diez y media, imagino que el cliente con el que han concertado el trato tendrá una hora temprana para recoger la droga, así que tenemos que darnos prisa. Puede que falten pocas horas, e incluso minutos para el intercambio. - dijo Joel, con el corazón algo acelerado.
-Cojamos todo lo que encontremos y larguémonos. - concluyó Carol.
11.00, estación abandonada
La luz del sol se reflejaba en las enormes cristaleras de la entrada de la estación. Varios trenes se situaban parados en fila, entrechocados, y a otros les faltaban varios vagones y cabinas que se habían precipitado al vacío. Un viejo camión destartalado se aproximaba lentamente desde el oeste, y frenó en seco quemando algo de rueda muy cerca de la entrada hacia la estación, que era una enorme escalera para aproximarse a la parte elevada donde se situaban los trenes. Pierre se bajó enseguida del camión, observando desde abajo la estructura del lugar.
-Marshall, ¿dónde nos ha citado ese tipo? - preguntó, refiriéndose al nuevo comprador del material robado.
-Andén número cinco, creo. - respondió el gordinflón, bajándose del camión y ayudando a Márquez y Douglass a descargar las cajas.
-¡Eh, no toquéis las cajas aún! ¿Acaso no habéis visto todo lo que tenemos que subir? - se quejó Pierre, señalando las escaleras.
-¿Y cómo vamos a descargar entonces estas putas cajas? - dijo Douglass, rascando su barbilla.
Cuando Pierre se disponía a responder, unos gritos de agonía seguidos de amargos rugidos llegaron a sus oídos desde la otra calle. Un grupo compuesto por ocho corredores y cuatro chasqueadores, cloqueando por la apertura formada por hongos de sus cabezas, fueron atraídos hacia la zona por el ruido del motor del camión. Los corredores se aproximaban a tales velocidades que era muy complicado que alguno de ellos no se precipitase hacia el suelo en una brutal caída. Otros saltaban de vehículo en vehículo, desesperados por alcanzar a sus víctimas, y los chasqueadores se limitaban a caminar amenazantes en distintas direcciones. Estos cuatro últimos parecían ser los más letales, lo cual alertó enseguida al grupo.
-¡Rápido, a la estación! - gritó Márquez.
Los cuatro hombres salieron corriendo, no sin antes ser conscientes de cómo Marshall se apresuraba a toda velocidad para dejar el camión bien cerrado, pues aunque lo dejasen allí abandonado, nadie podría acceder a la mercancía del interior. Subieron las escaleras con un esmero agotador, y doblaron la esquina dirigiéndose hacia una de las paradas más cercanas de las vías. Una vez estaban en la parada, no sabían dónde esconderse. Pierre miraba de lado a lado, exhausto.
-¡Joder, dónde nos metemos! ¡Están subiendo! - gritó, nervioso y atemorizado.
-¡Ahí arriba! - Douglass señaló el tejado de cubierta de la estación. Con algo de ayuda, al menos tres de ellos podrían subir.
Marshall colocó sus manos juntas sin dudarlo, esperando a que Pierre posase un pie y subiera al tejado. Una vez Pierre estaba arriba, Márquez fue el siguiente en subir, y después de Márquez, Douglass, pero cuando los tres estaban arriba, Marshall se les quedó mirando lleno de pavor.
-¡Eh, vamos, tenéis que ayudarme a subir! - gritó desesperado.
Los tres hombres sobre el tejado se miraron entre ellos. Douglass buscaba la opinión inmediata de Pierre, y este le dedicó una última mirada y luego cerró los ojos un instante antes de dirigirse a Marshall.
-No llegamos a alcanzarte, Marshall. - dijo, sin tapujos, observando la altura desde el suelo al tejado, que era considerable. - Lo siento, viejo amigo.
-¿Cómo dices? ¡Y una mierda, Pierre! ¡Os he ayudado a subir hasta ahí arriba con todo mi esfuerzo, me lo debes! - gritaba histérico, señalando con injusticia a Pierre.
El francés no le dedicó ni una sola declaración más alta que otra.
-¡Hijo de puta! ¡Eres un malnacido hijo de puta! - exclamó Marshall, girándose sobre sí mismo.
Los corredores se plantaron justo delante del hombre, y uno de ellos emitió un profundo chillido tras el que se abalanzó hacia Marshall corriendo a toda velocidad. El hombre fornido echó a correr en dirección contraria, y se paró detrás de un vagón.
-¡Vamos, vamos! - se decía a sí mismo, colocándole las balas a su viejo revólver.
Los gritos le alarmaban de forma atroz, y una vez colocó todas las balas, salió de su escondite, pero cuando se disponía a apuntar, dos corredores se encontraban demasiado cerca. Uno de ellos le propinó un gigantesco mordisco en el antebrazo izquierdo, lo cual hizo que el revólver cayera inmediatamente de sus manos, y el otro atacó directamente a los hombros del desgraciado. Sus heridas eran graves, y sus gritos de desesperanza llamaban la atención de sus tres compañeros traidores. Sin rendirse a pesar de que ya estaba todo perdido, Marshall extrajo un segundo revólver, que recargó en cuestión de segundos aguantándose el dolor de las heridas provocadas por los dientes putrefactos de los corredores. Una vez recargado, se giró hacia uno de ellos y le dio un culatazo, el cual hizo que el globo ocular izquierdo del corredor saliera despedido y destrozado contra las vías. Ahora eran seis corredores los que se sumaban al ataque del pobre contrabandista. Aturdido de espaldas contra otro de los vagones, apuntó con su arma hacia los atacantes, y consiguió asesinar a tres de ellos y herir a otros dos, a pesar de que sus ojos se le estaban empezando a cerrar por el tremendo dolor. No podía más consigo mismo, y los chasqueadores estaban comenzando a emitir sus alargados "clicks", lo cual significaba que iba a ser cruelmente deborado en cuestión de segundos.
-¡Pierre...! - dijo, agotado. - ¡Me las... pagarás...! ¡Maldito seas! - exclamó, alzándose temblando para ponerse recto y echando a correr, apretando fuertemente con su brazo izquierdo las heridas de sus hombros y de su costado.
La imagen de aquel hombre ensangrentado se alejó junto con aquellas criaturas hambrientas, que iban a toda velocidad tras su busca. Márquez estaba acelerado, no podía creer que hubieran abandonado a su compañero de aquella forma.
-¡Le han...! ¡Le han...! - dijo, incapáz de acabar una sola frase.
-Le han mordido, sí. - finalizó Pierre en su lugar, apoyando una mano para bajar del tejado de un salto. - No podíamos hacer nada mejor por él, Márquez.
-Al menos podríamos haberlo intentado. - se atrevió a criticar el mexicano.
-Vaya... ¿Crees que deberíamos... "haberlo intentado"? - repitió Pierre burlón, encendiéndose uno de los tres cigarrillos que le quedaban en el paquete.
-Sí. - dijo, observando cómo su jefe le dedicaba una sonrisa mientras echaba el humo. - Podríamos haberle ayudado entre los tres a subir ahí arriba. Sin Marshall, el trabajo se nos va a complicar más de la cuenta.
Pierre se dio la vuelta, ignorando a su hombre, pero manteniéndose pensativo y sonriente.
-¿El trabajo se nos complica con menos hombres? - preguntó, sin buscar una respuesta. - Te demostraré que eso no es así, gilipollas.
Pierre desenfundó rápidamente su pistola mágnum y disparó a Márquez directamente en el cráneo, ante la mirada de asombro de Douglass, que se quedó un momento en shock mirando el cadáver de su amigo de arriba abajo.
-¿Tú tienes algo que decir, Doug? - preguntó, apuntando al hombre con su arma.
-No... jefe... - dijo con la voz atropellada.
-Bien. Agradece a tus amigos que ahora te tocará cargar las cajas en soledad. - se dispuso a bajar las escaleras, y se giró para mirar a Douglass una vez más.
El hombre permanecía allí aún, mirando el cadáver de Márquez y moviendo sus piernas de lado a lado.
-Vamos, hombre. Tenemos cosas que hacer. Mira el lado positivo, ahora nos llevaremos más tajada.
Pierre bajó las escaleras de inmediato, y Douglass comenzó a caminar, aún costoso y observando la sangre escurriéndose por entre las vías desde el cráneo de su amigo.
11.34, a 500 metros de la estación
-Menudo hijo de puta. - dijo Carol con desprecio tras clavarle una daga en la nuca a un chasqueador.
-¿Ese era el último? - dijo Joel, alerta.
-Parece que sí. - respondió, mirando a su alrededor. - ¿Te han mordido?
-No, ¿y a ti?
-No. 
El calor mezclado con la adrenalina empleaban en Joel un estado de cansancio inhumano, pero debían de seguir adelante. Limpió el sudor de su frente con un trapo y lo arrojó contra los cadáveres de los corredores y chasqueadores.
-Bien, sigamos. - se paró un momento al visualizar un cartel oxidado. - Faltan quinientos metros para llegar a la estación. Tenemos que estar preparados para el "recibimiento".
-"Preparados es poco. Sobrevivir es la virtud que nos da poder." - dijo, citando una frase desconocida para Joel.
-¿Y eso que has dicho? - preguntó, comenzando a caminar y guardando su daga y su pistola.
-"Dawn of the Wolf". ¿No viste esa película? - casi exclamó, alucinada. - Fue bastante exitosa.
-Si te digo la verdad... no me interesan las idioteces adolescentes. - argumentó Joel, suspirando.
-Vale, me has demostrado que eres un viejo gruñón chapado a la antigua. - respondió burlona, dedicando una sonrisa y continuando con la andada.
-Lleguemos a la estación.
Caminaban incansables, manteniendo su mirada firme y sorteando con habilidad el musgo de las rocas desprendidas de cada edificio. Muchos de aquellos escombros llevaban allí más de una década, y no habían sido removidos por nadie, ni siquiera por los militares para facilitar rutas de acceso. Un ruido parecido a la acción de partir la rama de un árbol hizo que Joel se diese la vuelta, pero se vio obligado a alzar las manos en signo de inocencia.
-Despacio, cabrón. - dijo un hombre lleno de mugre, apuntándole con un fusil de asalto.
-No tenéis por qué salir mal parados si colaboráis. - añadió otro hombre con la voz ronca, apuntando desde el otro lado junto a otros dos compañeros hacia el torso de Carol.
-No tenemos nada, dejadnos seguir y no seremos un problema. - trató Carol de negociar.
-Tirad las putas armas al suelo, donde yo pueda verlas. Si vaciláis, os dejo la cabeza hecha un jodido colador, ¿me entendéis? - dijo el hombre mugriento y encapuchado que apuntaba a Joel.
Carol miró a Joel, con las manos alzadas, y se dispuso a bajar una de sus manos para agarrar la ametralladora.
-Hagámosle caso. - dijo Joel en voz baja.
-¡Nos van a matar! - respondió Carol, susurrando con la voz ronca.
Acto seguido, Joel desenfundó su pistola y la tiró al suelo, dándole una patada para alejarla de ellos y no poder volver a cogerla. Carol le imitó, arrojando las dagas y la ametralladora. Dos de los hombres cogieron las armas y se alejaron un poco, mientras los otros cuatro apuntaban con armas de fuego a los dos viajeros.
-Bien. ¡Jimmy, ejecútalos, les quitaremos todo lo que llevan!
Pero justo antes de que Jimmy apretase el gatillo, un hilo enganchado de el extremo de un vehículo hacia el extremo de una callejuela, se deslizó como movido por una fuerza invisible y rebanó el cuello del susodicho y de otros dos hombres que estaban junto a él.
-¿Qué...? ¿Pero qué coño...? - exclamó el encapuchado, apuntando hacia los lados.
Detrás de aquel desalmado, apareció un hombre de pelo largo y oscuro, tapando su rostro con una máscara de gas, al parecer por sus ropas bastante bien equipado. Sin que el cazador se diese cuenta de su presencia, el hombre enmascarado desenvainó un machete y se lo clavó detrás de la espalda, atravesándole a la altura del estómago, y una vez extrajo de sus entrañas el machete, el cuerpo cayó al suelo con fuerza, desangrándose. Los vagabundos restantes fueron también ajusticiados con mandobles de aquella peligrosa arma, y el desconocido enseñó su rostro tras haber aniquilado a todo el personal.
-Nunca dejas de meterte en líos, ¿eh, capullo? - dijo Bill, con expresión de decepcionado.
-¡Bill! ¿Qué haces aquí? - dijo Joel, aproximándose hacia él.
-Hey, despacio. - dijo Bill, apuntando a Joel con el machete. - Mantengamos las distancias. Ya me han intentado matar dos "amigos" hoy, y ya no me fio una puta mierda.
-Nos has salvado, ¿por qué ibamos a matarte? - respondió Carol por Joel.
-Carol... por ti no parecen pasar los años, bala perdida... - dijo Bill con desprecio.
-Piérdete, Bill.
-¿Me váis a explicar qué coño hacéis por esta zona? - preguntó Bill alzando la voz. - No creo que a mis "compatriotas" Frank y Miles les haga ni puñetera gracia veros por aquí. ¡Anda, pero si a mi tampoco me hace ni puñetera gracia!
Dejando a un lado el humor grosero de Bill, Joel dejó escapar un suspiro y señaló una estación de trenes que se veía desde bien lejos, y Bill le dedicó una sonrisa malévola.
-¿La estación abandonada? ¡Estáis locos! - dijo, riéndose a carcajadas. - ¿Sabéis que los militares han registrado el mayor número de muertes en esa zona en las últimas dos semanas? Además, a los Luciérnagas no les gustan mucho los visitantes.
Bill señaló hacia una pared cerca de un hostal. Estaba el símbolo de los Luciérnagas pintado con spray de color amarillo, junto a su eterno lema "Busca la luz".
-No sabía que esta zona estaba regentada por Luciérnagas. ¿No hay conflictos con ellos cuando pasan por aquí las milicias? - preguntó Joel ante la devastada zona.
-¿Por qué te crees que es tan peligrosa esta parte de la ciudad? Juntas a un puñado de Luciérnagas con otro puñado de militares y... ¡Catapúm! La ciudad se irá en breves a tomar por culo. - explicó Bill a su manera, guardando el machete y comenzando a caminar hacia la estación.
Joel y Carol se miraron entre ellos extrañados. ¿Bill les estaba asegurando el camino?
-¿Vas a venir con nosotros, Bill? - dijo Carol, rascándose la nuca.
-Seamos honestos. - comenzó a responder el hombre, ajustándose el cinturón repleto de cachibaches. - Sin mi no llegaréis ni a la vuelta de la esquina. Sea lo que sea lo que tenéis que hacer en aquella estación, me viene bien conseguir unos cuantos suministros.
Sin mediar palabra, los tres se pusieron manos a la obra. Faltaban ya pocos metros para llegar a la estación.
11.47, junto a las escaleras de la estación
-Vamos, es la última. - decía Pierre, depositando fuertemente la quinta caja en el suelo, fuera del camión.
Douglass permaneció callado todo el tiempo, desde que su jefe había ejecutado a sangre fría a su mejor amigo en aquel mundo apocalíptico.
-No entiendo, ¿doscientos putos gramos de mierda? ¿En cinco cajas? - añadió Pierre.
-La... sustancia líquida debe ser fusionada para su solidificación dentro de un recipiente de madera. Están distribuidos en cuarenta y dos gramos por caja, dado que una vez se solidifica es como transportar un enorme bloque de hielo. Era la mejor forma, si la reacción química se realiza con los doscientos gramos juntos, la sustancia puede ser defectuosa. - explicó Douglass con la cabeza medianamente agachada. - Es una droga de gran valor monetario, y de extrictos cuidados para su elaboración. - añadió.
Pierre se quedó atónito. ¿De dónde habían sacado aquella cosa? Una sombra lejana llamó su atención antes de pararse a pensar demasiado en todo aquello. Tres personas se aproximaban desde la lejanía, se les distinguía perfectamente.
-¡Mierda! Nos han encontrado. ¡No podían saber dónde se haría la entrega!
-Esto... - comenzó a decir Douglass. - Marshall trazó el mapa en aquél bar... imagino que Joel llegó al local y pudo verlo sobre la mesa. No le encuentro otra explicación. - dijo Douglass, avergonzado.
-¡Panda de inútiles malnacidos, sois unos bastardos! - criticó fuertemente Pierre, desenfundando su mágnum y apuntando a Douglass.
-¡Calma, jefe, la culpa fue de Marshall, él ya ha pagado por su error! ¡Por favor, no me mates! - lloriqueaba Douglass, con las manos sobre la cabeza.
-Debería apretar el gatillo, pero no podría transportar toda esta mierda yo solo. - confesó el francés, subiendo las escaleras hacia la estación. -¡A qué esperas, tenemos que recibirles como se merecen, vamos!
Douglass abrió deprisa la puerta del conductor del camión y agarró su rifle francotirador, apresurándose a subir los escalones a toda velocidad junto con su jefe.
11.53, a veinte metros de la estación
-Vale, ya casi hemos... - dijo Bill, cambiando su expresión al mirar hacia los vagones.
-¿Qué ocurre, Bill? - dijo Joel, alarmado.
-¡Agacháos, rápido! - gritó, escondiéndose detrás de un coche.
Joel y Carol imitaron su postura en otro vehículo, desenfundando sus armas recuperadas. Bill le hizo un gesto para que mirase hacia la estación sin darse mucho a descubrir. Alzó un poco la cabeza y con el ojo derecho observó un francotirador subido en el tejado de la estación, apuntando hacia aquella zona, aún sin haber visto a sus objetivos.
-¡Mierda! - exclamó Carol. - ¿Qué vamos a hacer ahora?
-Todavía no nos ha visto. Ya se nos ocurrirá algo. - dijo Joel, mirando de nuevo a Bill.
-¡Eh, Joel! - dijo en voz baja Bill. - ¡Yo le distraeré, vosotros tendréis que moveros entre los coches para llegar hasta la estación, pero mantenéos agachados! ¡Pensará que sólo estoy yo!
-¡Eso es una puta locura, Bill! ¡Te matará! - se alarmó Joel, descabellado.
-No creo que sea lo suficiente bueno como para lograrlo. - alardeó, dándose a mostrar. - ¡Eh, capullo! ¡Estoy aquí! ¿¡Me ves!? - gritó alzando las manos.
Bill logró llamar la atención de Douglass. "Eres mío" se dijo a sí mismo, recargando el arma. Justo cuando le tenía en el punto de mira, disparó un tremendo impacto, pero Bill se escondió a tiempo. "Mierda, casi lo tengo".
-¿¡No puedes hacerlo mejor, hijo de puta!? ¡Incluso yo tengo mejor puntería, pregúntale a tu mujer si no me crees! - volvió a gritar Bill, dedicando una sonrisa y dándose a mostrar de nuevo.
Douglass recargó enseguida su arma y tiró hacia atrás el cerrojo, volviendo a apuntar hacia Bill, ignorando que Carol y Joel se aproximaban entre coche y coche por el extremo izquierdo de la calle.
-Venga, Carol, estamos cerca. - dijo Joel, caminando agachado y sudando a la gota gorda. 
-¡Joel! - gritó Carol.
Justo cuando pudo escuchar  su compañera gritar, Pierre impactó con su hombro directamente en el pecho de Joel. Le agarró para tratar de inmovilizarle, y al mismo tiempo desenfundó su mágnum para apuntarle en la cabeza, pero Joel le agarró de la mano, forcejeando. Pierre empujaba con toda la fuerza que su cuerpo le permitía, y ambos hombres se arrastraban forcejeando hacia una pared sellada con tablones de madera. Pierre agarró del cuello a Joel, que había logrado arrojar la mágnum, y este fue estrellado directamente contra los tablones, partiéndolos y precipitando a ambos hombres hacia el interior de un almacén.
11.57, a escasos metros de la estación
Carol no sabía cómo reaccionar. Ayudar a Joel podría suponer que llamase la atención del francotirador, que no había disparado debido a que podría dar accidentalmente a su jefe. Seguiría con el plan, esperaría un poco a que Bill pudiera distraerle más y entonces subiría las escaleras para ejecutar a ese cretino.
-¡Vamos, ojo de halcón! ¿No eres capaz de darme? - le provocaba Bill.
Cada vez que Bill habría la boca, Douglass ejetucaba un disparo, pero Bill siempre llegaba a tiempo a buscar un lugar donde cubrirse alejado de Carol. La chica se decidió y caminó con pies de plomo subiendo la escalera, aún agachada por si Douglass se percataba de su presencia y trataba de atacarla. Cuando llegó arriba, debía de tener cuidado con no pisar demasiado las piedrecitas que se desprendían de varios escombros, pues provocaría algo de ruido. Douglass estaba ahí agachado, disparando contra Bill, a espaldas suyas. Era su única oportunidad. Extrajo una daga de su bolsillo y la agarró firmemente, acercándose despacio, muy despacio. Pero entonces unos amargos gritos aparecieron de la nada. Los corredores se aproximaban con velocidad alarmante y algunos se llevaban vehículos y escombros por delante. Douglass se giró y pudo ver a Carol delante suya. Ella trató de atacarle, pero después... 
-¡No! - gritó Bill.
Carol luchaba por mantener sus ojos abiertos. Douglass había disparado contra la boca de su estómago, y tumbada boca arriba, se desangraba por momentos. Se arrastró poco a poco hasta alcanzar la daga con su mano ensangrentada y temblorosa, pero Douglass se puso sobre ella y además trató de estrangularla.
-¡Perra de mierda! ¡Has hecho que todos esos corredores se acerquen! - se quejó Douglass, mirando a las criaturas que estaban más cerca cada vez. - ¡A la mierda, me largo de aquí!
Depositó el francotirador apoyado en una barricada que había improvisado, y cuando se levantó para salir corriendo, Marshall se posó frente a él, lleno de heridas graves y rasguños por todo su enorme cuerpo. Le apuntaba con una escopeta recortada.
-No vas a ninguna parte, Doug.
En lugar de dispararle, Marshall se quedó un rato observando la mirada pavorosa de Douglass, justo antes de agarrar su arma por la culata y propinarle un golpe en la ceja que le derribó. Tras tenerle indefenso en el suelo, dando gritos, extrajo un hacha de su mochila, y arremetió con el hacha en el rostro de Douglass una y otra vez, dando a conocer toda su ira. Una estocada, otro estocada. Otra más, rítmicas y continuadas, empapando su rostro, cuerpo y manos con la sangre desprendida del cadáver de Douglass. Una vez sació su ira hacia su compañero inerte, dejó caer el hacha y volvió a derrumbarse por el dolor de los mordiscos de aquellas criaturas asquerosas, que ahora se aproximaban a gran velocidad ya casi alcanzando el final de las vías.
-Vamos, chica. - dijo Marshall, cogiendo en brazos a Carol, que parecía estar medio desmayada. - No dejaré que acabes deborada por esas cosas, te prometo que es horrible.
Bill pudo visualizar mientras corría hacia la estación cómo un hombre fornido y cubierto de sangre y heridas llevaba a Carol en brazos, llegando a su encuentro mientras los gritos de los chasqueadores se escuchaban en la parte de arriba.
-Toma... - dijo Marshall, agonizando. Depositó a Carol en los brazos de Bill y se cayó de bruces. - Dile... a Joel... que lo siento...
El último aliento de aquel hombre de hazaña heróica resonó casi por encima de los corredores.
12.04, almacén de suministros abandonado
-Vamos, despierta. - dijo una voz masculina.
Joel abrió los ojos, estaba lleno de sangre y arañados en la cara y en los brazos. El impacto contra aquellas tablas de madera había acabado con él en un instante, y ahora comenzaba a recuperarse en pequeña medida. Tuvo que ayudarse de un mueble para ponerse en pie, dejando escapar pequeñps gemidos de dolor.
-¿Sabes? Desde bien joven, allí en Francia, siempre me había gustado el boxeo. - declaró Pierre, dando la última calada de un cigarrillo. - Nunca es tarde para retomar las prácticas, ¿verdad? ¿Me concederás el favor de hacerme de sparring esta noche, grandullón?
Pierre sacó una cerilla de su bolsillo y la encendió con lo que le quedaba de cigarro, y la arrojó contra los tablones de madera, al parecer repletos de alcohol a conciencia antes de que Joel se despertara. Acto seguido, se descamisó para combatir el calor, vendó sus puños con una cinta blanquecina y se puso en guardia esperando la respuesta de Joel. Las llamas se apoderaron en cuestión de minutos de toda la estancia, dejando un círculo de fuego del que ninguno de los dos hombres podría escapar en aquel momento.
-Vamos, Joel. ¡Concédeme mi último deseo! 
El primer puñetazo impactó de lleno contra la mandívula de Joel, que se desplomó contra los pocos muebles que allí residían, quejándose en voz alta por el dolor.
-¡Joder! - dijo, moviendo la cabeza de lado a lado para no aturdirse. - Vale...
Se puso en pie de forma costosa, y tras tocarse un momento el costado, que empleaba un profundo dolor, se puso en guardia lentamente, esperando a su rival.
-Bien... juguemos un rato mientras nos deboran las llamas. - dijo Pierre.
El francés se abalanzó sobre Joel, esquivando un derechazo de este y ejecutando un croché que le aturdió unos segundos. No contento con ello, un gancho de izquierda y otro derechazo en el costado volvieron a derribar al hombre, que se limpió la sangre de los labios con la mano. Después de escupir algo de sangre, volvió a levantarse, no dispuesto a rendirse sin intentar inmovilizarle. Joel lanzó sobre el rival una ráfaga de cuatro puñetazos, dos de ellos alcanzaron el rostro de Pierre haciéndole heridas en los pómulos y en la boca, pero los dos últimos los contraatacó con un rodillazo en el estómago y un codazo en la ahora vulnerable espalda de Joel, que cayó junto a los pies de Pierre.
-Eres débil, Joel, ¡lo que se dice de ti en la zona de cuarentena es una verguenza! - dijo furioso, levantando cruelmente a Joel del suelo y dándole un puñetazo en la cara.
Joel, aturdido y con los ojos entrecerrados, luchaba por mantenerse de pie, y su rival bailoteaba alrededor suya haciendo uso de un estrafalario juego de pies.
-¡Acabaré contigo y después serás pasto de las llamas!
Cuando Pierre se precipitó con el puño izquierdo, Joel lo esquivó hábilmente, y logró impactar en el torso del rival hasta cinco puñetazos bien continuados y una patada que le dejó de rodillas tratando de retomar el aliento. Cuando Pierre se levantó, Joel le recibió con un tremendo codazo en la sién y otro golpe en el hombro izquierdo con el puño cerrado, y ya casi cuando estaba a punto de ser derribado, Joel dio un impulso con todas sus fuerzas y le derribó impactando su puño derecho contra su naríz. Una vez Pierre estaba boca arriba, sufriendo por el dolor, que le quemaba por dentro, Joel se sentó sobre su abdomen.
-¿Débil? Que te quede claro... - comenzó a decir, agarrando a Pierre del cuello. - No se puede ser débil en los días que están transcurriendo.
Cuando finalizó su breve discurso, una lluvia incansable de puñetazos bañaron de sangre el rostro de Pierre. Uno, otro, otro más, dos más con ambas manos, uno más fuerte... hasta que Joel pudo ver que su enemigo había caído noqueado. Entonces se levantó y se cubrió la cara con el brazo, tosiendo fuertemente debido a la intoxicación del humo de las llamaradas. Tosió tanto y con tanta fuerza que se vio obligado a mirar al suelo, de rodillas, para toser durante un largo rato. Un rato crucial para él, dado que Pierre se estaba recuperando y se disponía a extraer una pistola de bolsillo, con la cual apuntó hacia Joel, pero de repente, las paredes del local se desmoronaron sobre el francés, que murió ahogado entre escombros. El camión donde habían transportado las cajas de droga había impactado contra el almacén, aplastando al enemigo. Joel no podía ver bien quién conducía el vehículo, pero enseguida salió al exterior cubierto con una máscara de gas.
-Bill...
-¡Joel, vamos, te tengo! - agarró de los hombros a su compañero y lo trasladó con fuerza hacia el camión.
Nada más pudieron extraer costosamente aquel vehículo, el interior del almacén quedó reducido a cenizas y polvo. Las llamas oscurecían los tejidos celestes y el tremendo calor hacía dar la sensación de estar dentro de las brasas del infierno, pero Bill logró manejar el vehículo y alejarse de la zona justo antes de que los corredores llegase a deborar los restos de Marshall y golpear entre los escombros en busca de los restos de Pierre.
2 días después...
El sol se ponía firme en el horizonte. El anaranjado espacio lejano dejaba en el aire la esperanza de un mundo mejor, pero que jamás llegaría, y Joel lo sabía mejor que nadie. Estaban condenados, pero no era motivo para dejar de resistirse y tirar la toalla. La supervivencia lo era todo, o era nada. Llevaba un jerséy de franela de color gris, y su mirada triste se posaba desalentadora mirando a la cruz torcida clavada en el suelo. Cuando cavaron el agujero, se aseguraron de que entrase también un ataúd que Tess había ayudado a construir la noche anterior. "Carol Smith, una gran superviviente" decía la inscripción de dicha cruz católica. Tras los acontecimientos, las cosas tornaron su rumbo de forma bestial. La zona de la estación de trenes abandonada había sido prohibida en estancia para cualquier superviviente, incluso también lo prohibieron los propios militares para sí mismos, penado con una reducción de rango y la cancelación del servicio durante ocho meses. Todo aquel superviviente que estuviera por aquel lugar durante el toque de queda, sería ejecutado sin miramientos, y varias tropas organizadas registrarían la zona en una misión de limpieza de corredores y chasqueadores. En lo que se refiere a Bill, como siempre, había desaparecido después de ayudar a Joel. Pero él siempre sabría dónde encontrarle a pesar de ser un cascarrabias antisocial. Y Carol... era una buena chica, y tanto Joel como casi todos los miembros de la cuarentena, la echarían siempre en falta. Pero la vida sigue. Descanse en paz.
FIN
End Notes:

Apariciones: Joel, Carol (Primera aparición), Bill, Pierre (Primera aparición), Marshall (Primera aparición), Douglass (Primera aparición), Márquez (Primera aparición), Tess (Sólo mencionada)

End Notes:

Apariciones: Joel, Carol (Primera aparición), Bill, Pierre (Primera aparición), Marshall (Primera aparición), Douglass (Primera aparición), Márquez (Primera aparición), Tess (Sólo mencionada)

Regresar al índiceTHE LAST OF US: Days of Solitude by IsmaelSilvestre
Author's Notes:

"The Last of Us: Days of Solitude" nos sitúa en algún momento después de la muerte de la pequeña Sarah y antes de que Tommy, hermano de Joel, se uniera a los Luciérnagas. Ya separado del bando de su hermano desde hace unas semanas, Tommy merodea cual lobo solitario por las entrañas de la enorme e infectada ciudad de Boston, con el único objetivo de sobrevivir y encontrar un lugar en el que quedarse. El destino quiso que Joel y él se separaran, pero ignorando que algún día sus caminos volverían a cruzarse, Tommy comienza su travesía carente de rumbo por una ciudad que un día estuvo llena de vida, pero que hoy es e retrato exacto del estómago del infierno...

Author's Notes:

"The Last of Us: Days of Solitude" nos sitúa en algún momento después de la muerte de la pequeña Sarah y antes de que Tommy, hermano de Joel, se uniera a los Luciérnagas. Ya separado del bando de su hermano desde hace unas semanas, Tommy merodea cual lobo solitario por las entrañas de la enorme e infectada ciudad de Boston, con el único objetivo de sobrevivir y encontrar un lugar en el que quedarse. El destino quiso que Joel y él se separaran, pero ignorando que algún día sus caminos volverían a cruzarse, Tommy comienza su travesía carente de rumbo por una ciudad que un día estuvo llena de vida, pero que hoy es e retrato exacto del estómago del infierno...

Las noches eran muy frías en los bosquejos de las afueras. No era un buen lugar, ni mucho menos, para ir a buscar refugio ni suministros, pero tal vez sí para cazar. Bien sabía el desdichado de Tommy que los animales eran las únicas criaturas de todo el Estado que no se habían infectado, por extrañas razones aún desconocidas para él. En los días que transcurrió en solitario, pudo ver plácidamente a vacas, monos, jirafas, e incluso a un mandril suelto por los escombros de Boston escalando entre edificios y buscando alimento. Era de locos, pensaba siempre para sí mismo, pero, ¿qué no era de locos en aquellos momentos? El mundo se acababa de ir al garete en un abrir y cerrar de ojos. Lo que empezó con brotes de absoluto canibalismo entre familias, compañeros de trabajo o amigos, acabó convirtiéndose en una catástrofe a escala de masas, dejando la población en un decrecimiento absoluto. Pero él estaba allí, vivo. Gracias por algún tiempo a su hermano Joel, que le ayudó incluso a pesar de haber perdido a su hija recientemente. Joel y Tommy eran uña y carne, pero diferencias ideológicas acabaron destruyendo la convivencia, por lo que hoy por hoy, Tommy ya no sabe absolutamente nada acerca del rumbo de vida de su hermano. Ni siquiera sabía con certeza si había vuelto a Texas, o estaba fuera del país. El caso es que Tommy estaba allí, vivo, escondido detrás de unas rocas en pleno bosque y a menos de diez grados de temperatura, con la capucha puesta y un hacha en su mano, agarrando el arma fuertemente, esperando el momento oportuno. Un jabalí. Sí, increíble, los humanos muriéndose infectados por un virus mutado accidentalmente y un jabalí plácidamente escarbando en el suelo arenoso, con sus pequeños cuernos afilados sobresaliendo de la parte superior de su boca. La criatura no se había percatado aún de la presencia de Tommy, el cual daba pasos de plomo cada vez que la criatura se daba la vuelta. Una vez estaba lo bastante cerca, dejó caer un "¡te tengo!", palabras que resonaron en cada rincón de aquel bosque, y acto seguido hundió el filo del hacha en el lomo del jabalí, que cayó al suelo moviendo las piernas, tratando de defenderse pero incapaz de volver a levantarse. Un grito de gorrino confirmó que la criatura acababa de expirar, y entonces fue cuando Tommy recuperó el hacha de un tirón, esparciendo la sangre del desdichado animal por todo el suelo.
-Vale, al menos podré darme un banquete esta noche. - alardeó para sí mismo.
Extraños ruidos llamaron su atención justo antes de que le atase las piernas al jabalí para llevárselo consigo. Parecían gritos, algo no muy alentador para él, pues los reconocía perfectamente. Chasqueadores. Sí, esas horribles bestias con hongos en la cara y dientes afilados. Sólo tenía que moverse rápido pero sigiloso, pues los chasqueadores son ciegos, sólo perciben a sus víctimas a causa de sus ruidos y mediante la cercanía. Sacó velozmente una cuerda de su mochila y comenzó a deshilacharla, una vez quedó impoluta, la amarró uniendo las cuatro patas del jabalí asesinado, y lo cargó costosamente a hombros. Era bastante pesado para ser más pequeño que los otros jabalíes que había podido ver en su vida. Correr suponía llamar la atención de las bestias, así que optó simplemente por caminar con la vista al frente, muy callado y muy alerta, y despacio, para que ningún sonido se escapase de sus oídos despejados. Las chasqueantes ramas caídas de los árboles otoñales no ayudarían a Tommy a pasar desapercibido por mucho tiempo, aunque para alivio propio, los ruidos aún se escuchaban muy en la lejanía, pero tampoco a demasiadas millas. Pensó en acampar en el bosque durante breves instantes, pero luego volvió a replantearse su suicida idea. Apenas dos días antes estuvo corriendo durante media hora para escapar de un alarmante grupo de corredores, si alguien merecía un descanso, era él, pero también debía ser cauteloso con esos malditos soldados de las milicias. El toque de queda había comenzado ya hace tres horas, lo cual le daba dos puntos de vista a los que aferrarse: o bien los militares ya se habían marchado al no encontrar a ningún rezagado, o bien seguían con su búsqueda al haber encontrado a más supervivientes escondidos fuera de la cuarentena. Cualquiera de las dos era válida para tener cuidado, dado que aunque se diese el caso de la audiencia de las milicias, los corredores, chasqueadores y cazadores se mantenían fuera de las zonas de mayor seguridad. Alcanzó la carretera en cuestión de pocos minutos, y se vio en la necesidad de depositar al animal muerto en el suelo para tomar aire y recuperarse un rato. Pero, increíblemente, a Tommy le dio un vuelco el corazón y el alma cuando observó las luces de un vehículo, que se aproximaba a gran velocidad por su lado izquierdo. La incertidumbre se apoderó de él, pero no estaba seguro de si debía fiarse de los desconocidos. De hecho su mejor opción fue arrastrar al jabalí contra la maleza y acto seguido esconderse él mismo, tumbado boca abajo tras unos arbustos, con la esperanza de que aquel vehículo pasara de largo, llevase en su interior lo que llevase. Para su asombro y desaliento, el vehículo frenó bruscamente justo al lado de su escondite, y el ruido del motor dejó de sonar cuando la llave del contacto fue girada y retirada.
-¡Mierda! - exclamó Tommy entre dientes, frunciendo el ceño.
Tres hombres mugrientos, al parecer cazadores, salieron del interior del vehículo, cerrando las puertas y acercándose al cadáver del jabalí, al cual torpemente se le veían las patas amarradas con una cuerda. A Tommy, por el momento, no le descubrieron.
-¡Vaya! Echaba de menos el servicio de comida rápida. - reía uno de ellos. - ¿Qué opinas? ¿Nos lo llevamos, Brian? - dijo, mirando a uno de sus compañeros.
-Asegurémonos de que no esté vivo. - respondió Brian, desenvainando un alargado y sucio machete y mirando hacia los lados. - Además, si está amarrado con esa cuerda es porque alguien le ha dado caza. - hubo una ligera pausa en la que los otros dos cazadores sacaron sus armas de fuego y aseguraron la zona. - Buscad por dentro del bosquejo, yo me quedaré aquí y examinaré la zona por si hay turistas.
Los otros dos hombres se fueron con las armas en mano, cada uno en su lado opuesto, y el mencionado Brian se quedó enfrente del jabalí, con el machete aún en mano y andando en círculos. Tommy estaba realmente asustado, aunque no por ello perdió la calma en algún momento. Sin embargo, debía encontrar la forma de salir de allí sin llamar la atención de esos desgraciados. Los cazadores eran tipos de poca monta, no eran nada respetables, pero no se podía andar con rodeos con ninguno de ellos. Se organizaban en pequeños grupos, y habían comenzado a crecer cada vez en mayor número desde el comienzo del brote vírico. Brian parecía tranquilo, si Tommy jugaba bien sus cartas podría escapar de la zona sin que este se diera cuenta de su presencia, pero permanecía en la desventaja de moverse entre cesped, ramas y pequeñas rocas, por lo que para no hacer ruido tenía que moverse de tal forma que tardase bastante tiempo en haberse alejado de allí. Se giró sobre sí mismo con cuidado, evitando el contacto con pequeñas ramas que llamasen la atención. Una vez miraba justo al lado contrario al que miraba Brian, comenzó a arrastrarse apoyando sus antebrazos y moviendo las piernas con cautela, pero una rama traicionó sus intentos de huída. Brian se giró apretando el puño en el mango de su machete.
-¿Quién anda ahí? - gritó, acercándose con cuidado hacia el arbusto de Tommy.
Tommy, frustrado, se levantó de cuclillas, con extrema cautela, agarrando el hacha, y cuando se puso en pie del todo, se dio a conocer tras el arbusto y salió corriendo a la desesperada al encuentro del cazador.
-¡Largo de aquí, hijo de puta! - gritó Tommy, atacando a Brian con el hacha.
El golpe fue esquivado con rapidez por Brian, que contraatacó con un codazo y tumbó a Tommy de bruces. Cuando quiso levantarse, con el pómulo lastimado, Brian se adelantó impidiéndoselo apuntando con el machete a su rostro.
-Quieto, capullo. - gruñó, extrayendo un walkie talkie del bolsillo de su chaqueta, sin dejar de apuntar el alargado filo del arma blanca hacia el rostro de Tommy. - Earl, tengo un turista vivo. Venid de inmediato.
-¡Mátalo, anormal! ¡Será más fácil quitarle sus cosas! - gritó la voz de Earl por el walkie.
-Qué básico eres, amigo. - se rió Brian, mirando con astucia a su secuestrado. - Podemos retenerle y torturarle, a lo mejor viene de un grupo numeroso y podemos tender una emboscada. Mejor llevarse las pertenencias de muchos turistas que las de uno solo, ¿no crees?
Tommy no sabía qué hacer con exactitud. Estaba inmovilizado ante aquel mugriento secuaz. El hacha se había precipitado unos cinco metros más allá de su posición, así que replantear un contraataque era algo inválido en aquella circunstancia. Un golpe de machete podría acabar con su vida antes de que le diera tiempo a levantarse, sólo le quedaba esperar una oportunidad, si es que el destino se la brindaba. En cuestión de segundos aparecieron Earl y el otro cazador restante, cada uno por un extremo diferente de las afueras, apuntando a Tommy con sus revólveres.
-¡Joder, hoy es nuestro puto día! - gritó Earl sonriendo al ver al turista allí sentado en el suelo.
-¿A qué esperamos? ¡Brian, coge la puta cuerda del jabalí y ata a este capullo! - dijo el otro hombre a espaldas de Tommy.
Brian no se demoró demasiado en desatar las patas del inerte animal, y se colocó en la espalda de Tommy, que gruñía algo en voz baja mientras que era amarrado con las manos en la espalda.
-Bien, metámosle en el coche. - dijo Earl. - Nos vas a contar todo lo que sabes, turista.
Las cuatro puertas se cerraron cuando Tommy fue introducido a la fuerza en los asientos traseros del vehículo. Al parecer el turista no mostraba signos de resistencia, y mantenía su mirada firme y audáz. Brian se puso al volante, y el vehículo tardó unos minutos en arrancar. La batería y el combustible no eran los necesarios, pero aguantaría hasta llegar a la guarida de aquellos cazadores. Durante el movido trayecto, Tommy no mencionó una palabra hasta que uno de los hombres se giró para entablar una abrumadora conversación.
-Dime, turista. ¿De dónde vienes? ¿Estabas en una zona de cuarentena? - preguntó el hombre con su mirada asesina.
-Agarra lo que tengo entre las piernas, y lámelo hasta que te hartes. - respondió Tommy, sin apartar la mirada y tomando algo de aire.
-¿Sabes que puedo acabar contigo en el momento que yo quiera, gilipollas? - añadió el cazador, ofendido por la respuesta de Tommy. - ¡Nos vas a decir todo lo que sabes, o eso que dices que tienes entre las piernas va a ser arrancado con unos putos alicates, mamón!
Brian le hizo un gesto para que cerrase el pico, y el hombre le miró un instante antes de volver a darse la vuelta.
-No insistas aún, Richard. - dijo Earl, refiriéndose al hombre que había hablado con Tommy. - Ya veremos cuánto dolor es capáz de soportar un rezagado. Los militares no han sabido dar caza a tipos como este, y para eso estamos nosotros.
Las afueras se perdieron en la lejanía tras el vehículo, y Tommy observaba cómo los cazadores se iban cada vez más introduciendo peligrosamente en la destrozada ciudad, en pleno centro, muy cerca del ayuntamiento o de varias escuelas ahora derruídas. Llegaron a una especie de taller de coches abandonado, y la entrada estaba cerrada con cerrojo y una valla corredera. Los tres hombres bajaron del vehículo, y Richard abrió una de las puertas para intentar sacar a Tommy al exterior. Cuando le agarró de los hombros, Tommy giró su cabeza con rapidez y propinó un tremendo mordisco en la mano derecha a Richard, que gritó de dolor y la apartó enseguida. Acto seguido, un puñetazo impactó de lleno en la mandícula del secuestrado, y Brian y Earl frenaron los actos violentos de su compañero, echándole hacia atrás y encargándose ellos de sacar a Tommy cuidadosamente. Cuando lograron sacarle, Earl le pisó un gemelo y Tommy se agachó, quedando postrado de rodillas ante sus secuestradores.
-¡Vas a pagar muy caro esto, hijo de puta! ¡Lo vas a pagar! - gritó Richard, limpiándose la sangre de la mano.
Brian se apresuró sin mediar una sola palabra. Echó

THE LAST OF US Stories by IsmaelSilvestre

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fanfic

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2021-07-19

 

THE LAST OF US Stories by IsmaelSilvestre

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