Nieve por yuukychan

Haber ya sé que habrá historias con muchas más, lo sé, pero teniendo en cuenta que no creia llegar ni a las 1.000 pues como que me hace muy happy. ¡20.000 visitas no me lo puede creer! XD ¡20.000 visitas no me lo puede creer! XD     Arya regresa a Poniente donde tendrá que aprender la última lección sobre ella misma. Rodeada del pasado y por el futuro incierto tendra que buscarse un sitio en el presente y averiguar quien demonios es Arya regresa a Poniente donde tendrá que aprender la última lección sobre ella misma. Rodeada del pasado y por el futuro incierto tendra que

 

 

 

Nieve por yuukychan
Summary:

Arya regresa a Poniente donde tendrá que aprender la última lección sobre ella misma. Rodeada del pasado y por el futuro incierto tendra que buscarse un sitio en el presente y averiguar quien demonios es

 

¡20.000 visitas no me lo puede creer! XD

Haber ya sé que habrá historias con muchas más, lo sé, pero teniendo en cuenta que no creia llegar ni a las 1.000 pues como que me hace muy happy.

 

Contiene spoilers o como se escriba


Categorías: JUEGO DE TRONOS Personajes: Ninguno
Generos: Ninguno
Advertencias: Ninguno
Desafio:
Serie: Ninguno
Capítulos: 31 Finalizado: Sí Numero de palabras: 194263 Leido: 61968 Publicado: 15/07/2013 Actualizado: 11/10/2015

1. Capítulo 1 Yo por yuukychan

2. Capítulo 2 Fortaleza roja por yuukychan

3. Capítulo 3 Usurpadora por yuukychan

4. Capítulo 4 Bosque espeso por yuukychan

5. Capítulo 5 Comienzan los problemas por yuukychan

6. Capítulo 6 El banquete por yuukychan

7. Capítulo 7 Sorpresas y tensiones por yuukychan

8. Capitulo 8 Las Islas del hierro por yuukychan

9. Capitulo 9 Camino a Bastion Kar por yuukychan

10. Capitulo 10 Encuentro en el bosque por yuukychan

11. Capitulo 11 Torneo por yuukychan

12. Capitulo 12 El baile por yuukychan

13. Capitulo 13 Ira controlada por yuukychan

14. Capitulo 14 Viaje al norte por yuukychan

15. Capitulo 15 Enemiga o aliada I por yuukychan

16. Capitulo 16 Enemiga o aliada II por yuukychan

17. Capitulo 17 Oportunidad por yuukychan

18. Capitulo 18 El pozo por yuukychan

19. Capitulo 19 Infierno blanco por yuukychan

20. Capitulo 20 Familia por yuukychan

21. Capitulo 21 Benjen Stark por yuukychan

22. Capitulo 22 Benjen Stark II por yuukychan

23. Capitulo 23 La Reina de los Otros por yuukychan

24. Capitulo 24 El precio de la vida por yuukychan

25. Capitulo 25 Infancia por yuukychan

26. Capitulo 26 Juventud por yuukychan

27. Capitulo 27 Soledad por yuukychan

28. Capitulo 28 Vuelta a casa por yuukychan

29. Capitulo 29 Contra la espada por yuukychan

30. Capitulo 30 Corazón desvelado por yuukychan

31. Capitulo 31 Luna llena por yuukychan

Capítulo 1 Yo por yuukychan
Notas de autor:

Bueno mi primer intento de escribir sobre algo que no sea anime. Haber que tal se me da.

Las Islas del verano, un paraíso tropical lleno de luz y palmeras desde una punta a la otra; desde los escarpados acantilados del norte hasta las paradisiacas playas del sur. Una tierra ha cientos de kilómetros de poniente donde el frío, la nieve o incluso los lobos, no se conocían; jamás se habían visto. Ninguno de sus isleños los reconocería de verlos.

 

Allí, entre hogueras y flores, se celebraba el vencimiento de un asesino que se había proclamado a si mismo dueño y señor de aquellas tierras. A base de espadas y sangre había usurpado el trono del rey Kacum degollándolo delante de su gente. Su prepotencia había llegado hasta las ciudades libres, prohibiendo cualquier tipo de comercio con ellas. Había obligado a Myrenses y Pentosis, ciudadanos de Qarth y otras ciudades a brindarle honores como nuevo representante si querían seguir comerciando.

 

En aquel lugar donde el verano era eterno las celebraciones se hacían al aire libre. Bajo las hermosas estrellas si era de noche ó bajo enormes toldos rodeados de agua y palmeras sin era de día. Sobre la arena blanca, sentado entre cojines y rodeado de alfombras y sedas, descansaba el nuevo rey. Hermosas mujeres de ojos negros y piel de ébano le abanicaban mientras que la imagen de una gran diosa tras él, hecha para la ocasión, le miraba con adoración y lujuria.

 

Un enorme hombre, gordo y sudoroso, envuelto en sedas y joyas y con el pelo untado de aceites se acerco con un aire solemne y estudiado. Demasiados años a sus espaldas le habían enseñado a tratar con toda clase de personas; y si algo había aprendido es que era más difícil tratar con un solo esclavo, que con todos los reyes juntos. En definitiva estos últimos siempre se creían ser más de lo que realmente eran, simples trozos de barro a los que dar forma para que hicieran lo que él deseaba.

 

-          Espero que este “regalo” sea de su agrado mi señor. Son las mujeres más hermosas e “intocables” que yo y mis amigos – señalo al resto de invitados que sonreían desde sus asientos. –

 

-          Oh. Levántese amigo, levántese. Ya sabe como me gustan… los regalos, magister Illyrio. Y más si son “intocables”. – Los hombres que les rodeaban en aquella paradisiaca playa rompieron a reír. – Pero vamos a disfrutarlos un rato. ¡Bailen! – rugió con los ojos clavados en las muchachas a la vez que un par de hombres comenzaban a tocar pequeñas citaras y tambores.

 

La sonrisa de satisfacción y el deseo en los ojos del usurpador de las islas del verano brillaba como pequeñas estrellas en medio de la noche que era su cara. Los labios gordos y sensuales temblaban de excitación con el contoneo de caderas de las muchachas que bailaban para él encadenadas unas a otras, obligadas por el continuo restallar del látigo a sus espaldas. El miedo al dolor y la mutilación las hacia obedecer ciegamente. Vestidas únicamente con pedazos de seda de colores que ocultaban lo suficiente para que el deseo de cualquier hombre aumentara.

 

Con pasos ligeros e imperiosos aquel hombre, que se hacia llamar libertador de las islas, se acerco a examinar más de cerca la envoltura de sus regalos. Las telas translucidas le permitían ver los regalos escondidos que aquellas niñas-mujeres guardaban para él. El temor que sus manos las provocaba al tocarlas se reflejaba en el rostro de las muchachas que luchaban para no romper a llorar asustadas por lo que les podría pasar si lo hacían. Sentir el poder en cualquiera de sus formas le hacia alcanzar sus más oscuros deseos. Solo los ojos de una de ellas, unos ojos vívidamente azules como el océano, le miraban con orgullo, con prepotencia. Ante esos ojos sentía que el miserable era él y no aquellas esclavas.  

 

Dispuesto ha demostrare cual era su lugar, se dirigió hacia la muchacha y la manoseo el cuerpo. Acaricio sus pechos por encima de la tela hasta hincarle las uñas pero la chica seguía sin gritar, sin demostrarle miedo; su cabello rubio como el trigo maduro se movía al compas del viento impetuoso dando más fuerza a su porte. La forma de colocar los brazos, la rigidez del cuello y la dureza de su mirada. pensó el hombre. Decido a humillarla, a demostrarle que cualquier pasado que tuviese había quedado atrás, deslizo su mano por las caderas delante de todos los hombres que había en la sala de banquetes, pero la voz de magister le detuvo justo cuando su mano llegaba a su destino.

 

-          Señor, mi señor Maken. No es mi intención interrumpir. – Su voz sumisa y temblorosa desentonaba con aquellos ojos de autosuficiencia que evitaban la mirada airada que le dirigía el usurpador. – Recuerde que es solo para sus ojos – sonrió mirándole con intención. Sabía que fibra tocar y cuando tocarla para controlar a cualquier rey. Todavía se burlaba con sus amigos de como manipulaba al rey mendigo con sus halagos y regalos y de cómo esté se creía hasta la última de sus palabras. A cambio de aguantarle un año a él y a su hermana, consiguió una gran fortuna en esclavos cuando consiguió que un caballo montara a un dragón.

 

Los ojos de Maken se suavizaron y una divertida sonrisa se dibujo en su rostro. Aquellos le iba a divertir toda la noche pensó. De un solo gesto varios guardias aparecieron con grandes lanzas de hierro y madera. Hombres tan grandes como arboles vestidos únicamente con taparrabos de lino con adornos de acero dejaban al aire unos poderosos músculos tan duros como las rocas.

 

-          Tranquilos señores. Estos hombres os escoltaran a vuestros aposentos. Ahora déjenme solo – ordeno.

 

Nadie; ni soldados, ni guardias que hicieran su ronda. La playa donde se había celebrado la pequeña fiesta estaba totalmente desértica. Solo el fulgor de las llamas los acompañaba, eso; y la luz de las estrellas que brillaba en el cielo nocturno. Con pasos cansados y torpes, Maken se sentó entre sus cojines ordenando a las muchachas que siguieran bailando. El contoneo de las caderas, el movimiento de los brazos, la agitación con la que se movía el pecho de las chicas; la lujuria se habría apoderado de él si la maldita esclava que le desafiaba bailara con el resto. Pero no, la condenada que estaba encadenada en el medio, entre dos chicas dothrakis, estaba quieta, cruzada de brazos y mirándole con desprecio.

 

-          Baila – le ordeno Maken. La chica, callada, simplemente le miraba con aquel aire de reina.  – Si quieres morir te daré ese placer. Y detrás irán el resto – dijo señalando a las demás. – No quiero un regalo a medias – sonrió.

 

Maken se levanto y desenfundo la daga que colgaba de su cinturón. La daga, una hermosa arma hecha de acero valyrio con empuñadura de huesodragon en forma de colmillo, parecía un simple cuchillo de cocina en una mano tan grande y torpe por el vino. Las chicas temblaban y algunas ya se dejaron caer llorando y suplicando en distintos idiomas; el miedo se reflejaba en cada rostro mirando con odio e impotencia a la muchacha que se negaba a aceptar su destino.

 

-          Por el Dios rojo. Agáchate y pídele perdón o nos mataran a todas – le imploro una joven castaña que se mordía las uñas hasta dejarlas en carne viva.

 

La muchacha de ojos azules seguía sin moverse. Sus ojos no se movían de aquel usurpador que se acercaba con una gran sonrisa en la boca. Aquellos dientes tan blancos como perlas y esos ojos negros como el ónice. Un hombre tan atractivo con una alma tan oscura; ahora entendía porque nadie se dio cuenta de sus intenciones. Aquella sonrisa era la que había hipnotizado a la hija del rey y la había convencido de sus buenas intenciones. Intenciones que pago caro al ver como aquel hombre mataba a su padre y después a ella. El único miembro de la familia real que logro sobrevivir fue el bastardo legitimado que no se encontraba en las islas.

 

Maken sonreía como un loco. La atractiva sonrisa de su rostro desapareció al estar más cerca de ellas.

 

-          Vais a morir todas. Y tú – dijo señalándola. – Tú vas a ser la primera.

 

El puñal brillo en el aire antes de descender. La sonrisa de Maken al no sentir atravesar la piel se borro, la chica ya no estaba. Miro su mano desconcertado; tampoco tenía el puñal. Unas suaves manos le acariciaron la nuca y el cuello y sintió el cálido aliento en su oreja.

 

-          Valar morghulis – susurro la muchacha degollándole.

 

Los ojos del hombre se abrieron de par en par llevándose las manos al cuello. Su mente todavía consciente intentaba taponar la herida, pero la sangre salía a borbotones tiñendo de rojo sus calzones de lino y manchando los cuerpos de las chicas que tenía delante. Débil, al borde de la muerte, cayó de rodillas. La muchacha que se había mostrado impasible durante toda la escena se acerco lentamente al hombre y le tumbo bocarriba. El resto de las chicas la miraban asustadas y asombradas al ver como está le cerraba los ojos rezando una última oración por él.

 

-          Valar morghulis – repitió cruzándole los brazos por encima del pecho.

 

-          Deja eso y toma – dijo una voz desde las sombras lanzándola un saquito de dinero. La luz de las antorchas reflejaron la enorme tripa del magister Illyrio incluso antes de que se acercara. – Un barco te espera en la playa del este. Vete antes de que amanezca. – La muchacha asintió tirando al suelo la hermosa daga. – Quédatela. Ese es un regalo del rey Janen, legitimo heredero de las islas del verano, por los servicios prestados.

 

Sin miramientos ni contemplaciones la muchacha limpio la daga en las ropas del muerto. Un arma como aquella era un hermoso regalo para su hogar. Ajena a las miradas implorantes del resto de las chicas se marcho perdiéndose en la oscuridad de la noche. La daba lastima saber que acabarían en casas del placer de los distintos países y lugares, pero no podía hacer nada. Ella no podía cambiar el destino. En definitiva ella no era nadie.

 

 

 

Ya amanecía cuando la chica diviso la costa de las islas del verano allá a lo lejos. Era increíble pensar que un lugar tan maravilloso no la gustase para nada. Faltaba algo en él para poder llamarlo hogar. Cansada y semidesnuda se dejo caer en la cubierta del barco para sentir los rayos del sol. No la gustaba el calor, pero prefería sentir la brisa y el olor del mar antes que encerrarse en el camarote del capitán a esperar. Los marineros al pasar junto a su lado desviaban la mirada nerviosos por la gastada moneda que brillaba en su cuello. Una simple moneda de hierro que llevaba colgada desde hacia 5 años. Durante la travesía observaba como más de uno rezaba en silencio para que no les hablase, ni les mirase, ni si quiera querían comer al lado de ella.

 

Llevaban una semana navegando por el mar cuando el capitán reunió el valor suficiente para hablar con la muchacha. La voz le temblaba al encontrarla sentada sobre la cubierta observando como el sol se ponía.

 

-          En dos días llegaremos a Braavos, mi señora. Por favor quédese en mi camarote. Le juro que no le faltara de nada. – Las palabras aunque educadas eran un claro aviso. Su presencia en cubierta comenzaba a afectar demasiado a los hombres. El miedo y el temor que sentían cuando la tenían cerca hacia que el viaje se alargara más de lo innecesario. En lo que llevaban de viaje había tenido que castigar con tres latigazos a más de un buen marinero por no cumplir bien con su trabajo.

 

-          Dos días – fue lo único que le contesto la chica.

 

Sacudiéndose la sal y el polvo del suelo se adentro dentro de los camarotes. Los hombres aliviados la habrían paso al acercase ella sin mirarle a los ojos. Incluso el viento parecía desear llevarla cuanto antes, las velas se hincharon haciendo que el barco volase por las aguas.

 

 

 

Sin dudas Braavos era una isla de comerciantes y para comerciantes. El puerto principal de la ciudad, situado justo detrás de la enorme estatua que daba la bienvenida a los barcos, estaba a rebosar de nuevos productos llegados de todas las partes del mundo. Las distintas lenguas surcaban los aires intentando regatear en todos los idiomas que conocían en busca del mejor precio. Las peleas y trifulcas llegarían después, cuando los comerciantes satisfechos se gastaran una pequeña parte del beneficio en alguna taberna de mala muerte o en los burdeles que rodeaban el puerto invitando a los marineros a gastarse la paga del mes. Niños harapientos de caras y manos sucias esperaban a las salidas para poder deslizar sus manitas curiosas y agiles en los restos que les quedaban a los pobres desgraciados que borrachos y entumecidos por el jolgorio se dejaban robar casi sin esfuerzo.

 

Allí entre esas calles era que la muchacha había pasado sus últimos cinco años. Sin despedirse del capitán, ni de nadie; bajo al puerto de Braavos. La suciedad de la calle en sus pies y la dureza de sus piedras no la importaron, había añorado hasta la última mota de polvo de aquel lugar, aunque en sus sueños seguía faltando algo. Descalza y semidesnuda camino por las calles pasando los muchísimos puentes que había construido la ciudad. Entre ellos, ríos creados por el hombre corrían transportando sobre sus aguas las mercancías que se compraban en el puerto. En cualquier otra parte del mundo ver a una mujer casi desnuda pasear con aquella tranquilidad hubiera escandalizado a la más alta nobleza, pero allí nadie reparaba en su presencia. Las cortesanas más experimentadas y famosas en todo el mundo conocido eran las de Braavos. Por lo que ver a una simple niña-mujer con aquel aspecto era tan corriente como ver cabalgar a los dothrakis por su mar de hierba. La gente que la miraba al pasar pensaba en que la muchachita sería una aprendiz de algún burdel o la favorita de alguna cortesana ya anciana que intentaba enseñarle las artes del amor.

 

Por fin, cansada y agotada del viaje, llego al enorme templo que era su hogar, su sitio, donde había conseguido ser ella misma sin ser nadie; había regresado a la Casa de Blanco y Negro. En Braavos convivían muchos tipos de dioses y culturas; desde los siete de Poniente al Dios rojo que vivía en el fuego, pero ella decidió servir en aquel templo donde todos los dioses tenían cabida. No importaba si orabas a la madre o la anciana, al guerrero o al herrero, al desconocido ó al mismísimo dios rojo, todos y cada uno de ellos era el Dios de Muchos Rostros; el Dios de la muerte. Allí, entre aquellas cuatro paredes, hombres y mujeres rezaban por el fin de alguna vida, y no siempre era la suya propia. Era en esos momentos cuando ella intervenía. Después de los duros años de aprendizaje, donde el dolor, la frustración y la ira se entremezclaban, por fin pudo entrar dentro de la hermandad. Era un hombre sin rostro.

 

La puerta chirrió a sus espaldas cuando entro en el templo. La oscuridad familiar y relajante la saludo como a una vieja amiga mientras avanzaba. No la hacia falta mirar los nichos de mármol escavados en las paredes para saber en cuales de ellos yacía una persona que suplicaba el favor del dios, lo que si la molesto fue ver como el nuevo aprendiz ganduleaba por la piscina sin atender sus obligaciones.

 

-          Tu muchacho ven – le ordeno. El chico moreno y atractivo con unos oscuros ojos del color de la madera tendría unos 15 años. Acababa de ingresar en el templo cuando ella se marcho a cumplir una misión y apenas tuvieron tiempo de presentarse.

 

-          Que quieres. – El desprecio en su voz le decía más que cualquier cosa que ella quisiera preguntarle. Pensaba que no era más que una aprendiz como él y así era como la iba a tratar.

 

-          Hay cinco personas que han pedido el favor del Dios. Atiéndelas inmediatamente – ordeno.

 

-          ¿Y quien me va a obligar? Tú, prostituta – se burlo de ella el muchacho.

 

Vio como sus  ojos, incluso en aquella oscuridad, intentaban ver los que la escasa tela le tapaba. La vergüenza se mezclo con la ira haciendo que la muchacha le abofeteara con todas sus fuerzas. El chico sorprendido por el ataque cayo al suelo con el labio sangrando.

 

-          ¿Estas loca o que? Ahora veras – grito poniéndose de pie.

 

La puerta del final se abrió dejando ver a un hombre ya envejecido por los años. Solo con ver el perfil de su rostro el muchacho bajo la mano al momento.

 

-          Dime chico ¿quién eres? – le pregunto.

 

-          Nadie, señor.

 

-          Mientes – respondieron a la vez la muchacha y el hombre. – Sigues siendo el mismo señorito malcriado que vino hace un año. Ahora vuelve a tu trabajo – le contesto el anciano.

 

-          Hombre bondadoso – saludo la muchacha. Se volvió hacia el muchacho señalando un nicho que tenían cerca. – Encárgate de tus tareas. ¿Entendido?. – La satisfacción en su rostro se habría iluminado como una antorcha sino fuera porque todos esos años la habían enseñado a controlar la más mínima de sus facciones.

 

El chico la miraba alejarse sorprendido. Solo los miembros de la hermandad tenían esa autoridad y se hablaban con aquella familiaridad, con aquel trato. Le parecía asombroso que una chica que no era más mayor que él ya fuera parte de aquella organización.

 

La muchacha siguió al anciano a través de un laberinto de pasillos construidos bajo la ciudad. Solo la luz de las antorchas iluminaba el camino que serpenteaba como una serpiente antes de ir en línea recta bajando numerosos escalones. Al final se encontraba una simple puerta de madera con extraños símbolos grabados en su marco. Alto Valyrio le dijo el anciano bondadoso la primera vez que le enseño aquel sitio. El hombre se aparto a un lado para dejarla pasar. Dos golpes en uno de los símbolos y unas palabras hicieron que la puerta se abriera sin ni siquiera tocar el pomo.

 

La muchacha entro en una habitación donde distintas mascaras colgaban de una muralla a la espera de ser utilizadas. Con mano experta y delicada se quito la que llevaba desde hacia ya varias semanas. Los recuerdos de la mujer todavía rondaban por su cabeza confundiéndolos con sus propios recuerdos; agradecía que aquello no durase más de tres días. La mujer que la había prestado su identidad durante aquella misión había sido una cortesana muy hermosa que tras enamorarse de un hombre que no la correspondía se entrego al regalo del Dios de la muerte para poder encontrar la paz.

 

Detrás de ella el hombre bondadoso contemplaba como la cortesana desaparecía para dar lugar a una muchacha que el ya no reconocía. pensó al ver como la niña que se había marchado aquel ultimo año había regresado siendo una joven. La cabellera castaña le llegaba hasta la cintura haciendo graciosos bucles en su espalda, el rostro alargado se había redondeado marcando unos bellos pómulos y los ojos grises antes redondos ahora se habían alargado dando una profundidad a su mirada. Pero no solo su cara había cambiado. Las formas rectas de la niñez desaparecían dejando ver una estrecha cintura y unos pechos que no se ocultaban bajo aquel pedazo de tela. pensó el hombre bondadoso. La miraba con tristeza, la quería como a una hija, pero la niña ya era una mujer o pronto lo sería.  

 

Ajena a los pensamientos de su maestro la muchacha se volvió sonriente hacia él enseñándole una gran bolsa cuyas monedas tintineaban con cada movimiento.

 

-          Veo que te ha sido útil – la sonrió el hombre examinando que el rostro estuviese bien colocado en su sitio, entre un anciano decrepito y un hombre picado de viruela.

 

-          Mucho. Aquí tienes el pago – le contesto entregándole la bolsa de dinero y la daga. – Es un regalo del nuevo rey por los servicios prestados.

 

-          No hacia falta. El primero de sus hijos será entregado al templo como la otra parte del pago. – El anciano examinaba con curiosidad el arma y vio como los ojos de la muchacha la miraban con adoración. – Quédatela. Te vendrá bien allá donde vas, Arya – dijo devolviéndole la daga.

 

Los ojos de Arya se abrieron al oír pronunciar su nombre cuando cogía el arma. Nadie la había vuelto a llamar por él desde que dejo Poniente.

 

-          Señor – tartamudeo sin entender.

 

Un largo suspiro se escapo de la boca del anciano antes de responderla.

 

-          Sé que eres lo que se conoce como “cambiapieles”.

 

-          Pero eso es, cierto. Pero no puedo evitarlo. Si pudiera lo haría señor. Se lo juro – la voz de Arya temblaba intentando explicarse.

 

-          Lo sé, pero no te estoy pidiendo que te vayas por ello. Lo hago porque aquí ya no tienes sitio. – Arya fue a protestar, pero la mano del hombre la detuvo. – Todos los que estamos aquí, estamos porque es nuestro sitio. Yo soy el hombre bondadoso y la niña abandonada es la niña abandonada. El hambriento es el hambriento y el señor atractivo es… eso. Pero tú no eres nadie. No eres Gata, ni Salina, ni Arry, ni ninguno de esos nombres. Eres y serás Arya Stark. Por eso debes irte.

 

 

 

Al alba el hombre bondadoso y la niña abandonada acompañaban a Arya al muelle. El único equipaje que llevaba ella era la moneda que colgaba de su cuello, la daga de acero valyrio y una gran bolsa de dinero que le había entregado su maestro. Vestía unos sencillos pantalones que había cogido del almacén y una camisa de lino tan limpia que estaba segura que el hombre que la uso tuvo que morir hace poco.

 

Con decisión y sin volver la vista atrás Arya avanzo hacia el barco. No quería mirar a ninguno de ellos después de haberla echado de esa manera. Llevaba toda la vida buscando una familia, un sitio, un hogar… y cuando por fin lo conseguía se lo volvían a arrebatar. Esta vez no habían sido su padre, los lannister, ni aquella estúpida hermandad que se escondía entre los bosques, sino el hombre en quien había confiado. Estaba harta de confiar en la gente para que luego la engañaran.

 

-          Arya – la llamo el hombre. La fuerza de la costumbre hizo que la muchacha se diera la vuelta. Ante ella vio el objeto que más había amado en el mundo. Allí, resplandeciente y hermosa como sin se acabara de forjar, estaba su “aguja”. – También lo sabía chica – dijo entregándole la espada bastarda. – Espero que te cuides y cuides los dones que te he enseñado. No olvides que aunque eres Arya Stark también sigues siendo parte de la hermandad. – El abrazo la pillo por sorpresa. En aquellos últimos cinco años no había tenido más contacto que unas palmaditas en la espalda o algún que otro beso en la mejilla.

 

-          Valar morghulis hombre bondadoso – le contesto Arya devolviéndole el abrazo. Con una sonrisa en los labios el anciano se separo de ella.

 

-          Valar dohaeris, Arya.

 

El barco se perdía entre las olas rumbo a Poniente seguido de muchos otros. Parados en el muelle sin nada más que hacer el viejo anciano y la niña abandonada observaban como el mar transportaba a uno de sus mejores miembros.

 

-          Esta seguro de lo que ha hecho – le pregunto la niña abandona al anciano. – Me preocupa lo que la pueda suceder.

 

-          Tranquila. No es solo una loba, tiene alma de líder – sonrió el anciano. – Vámonos a casa. Seguro que ese chico esta ganduleando como siempre.

 

Con paso lento el anciano caminaba sobre las duras baldosas dejando atrás el muelle y con ello los gritos de los marineros que madrugaban para salir a pescar. La niña abandonada miro como se perdía para siempre la silueta del barco antes de seguir a su maestro entre la multitud que comenzaba a concentrarse para ir al mercado.

Notas:

Que hay hasta aqui el primer capitulo.

 

 

Bye***** nos vemos

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Capítulo 2 Fortaleza roja por yuukychan
Notas de autor:

Bueno aqui os traigo otro capi ya que el primero no gusto mucho XP

Notaba la dura tierra bajo sus patas y el furioso viento que amenazaba lluvia enredando su pelaje. Sus hermanos aullaban a los lejos llamándola, pero no le apetecía regresar con ellos; había vuelto a encontrar el olor de la sangre del venado con el que estaba jugando y quería seguirle hasta ver donde le llevaba. Podía oír los cascos del animal no muy lejos de ella y el olor a miedo que desprendía impregnado en todos los arbustos por los que había pasado. Al final después de recorrer unos metros Nymeria lo encontró. Medio muerto y sediento descansaba al borde de un rio esperando la muerte, esperándola a ella.

La sangre salió a borbotones de la herida abierta que le hizo en la yugular y el pobre animal cayo en el momento. Se relamía de placer al morder la jugosa carne que le manchaba todo el hocico y las patas. El gruñido de sus hermanos la molesto, como siempre aparecían después de que ella hiciera todo el trabajo y no la dejaban disfrutar de su presa. Algunos de ellos intentaron adelantarse para coger su parte y tuvo que lanzarles dos dentelladas para hacerles retroceder. Aquella era su presa y los mantendría a distancia hasta que acabara de saciarse. El dolor en la pata trasera la hizo reaccionar. Uno de los últimos lobos que se había unido a la manada, un viejo macho de color gris que por su olor venía del norte, la mordió hasta hacerla sangrar. Olvidándose de la presa clavo sus colmillos en el cuello de aquel traidor y lo mato en el acto. Era el triple de grande que cualquiera de ellos, ninguno se atrevía a usurparla el puesto y tampoco lo iba a permitir. Ya había perdido una manada hacia mucho tiempo, todavía recordaba el olor de sus hermanos de sangre y como acabaron separándose. Pero esa manada la había creado ella y no dejaría que ningún lobo solitario se hiciera con ella. El olor a humanos puso fin a aquello. Un solo gruñido y los lobos se escaparon internándose en el bosque. Nymeria se quedo un poco más, cuando distinguió el olor a muerte de la mujer desapareció con el resto. Al norte, aquella mujer iba hacia el norte y ella debía ir con ella. Allí estaba su lugar, su instinto se lo decía.

 

-          Señorita despierte. – Con un movimiento rápido Arya rozo el cuello del hombre con el filo de la daga. No estaba acostumbrada a que nadie la tocara y mucho menos la hablara con educación. Llevaba demasiados años aislada de aquel mundo de falsas cortesías y fingidos modales; y tampoco es que nunca se le dio muy bien comportarse como una dama. – Disculpe, pero ya estamos frente a Poniente. – El miedo en los ojos del hombre no se podía disimular ni con toda la tranquilidad de su voz con la que le seguía hablando.

-          Gracias – se limito a decir Arya envainando la daga. Notaba el sabor de la sangre en la boca y la piel helada como si hubiese estado toda noche a la intemperie. “Nymeria” Pensó en su loba y en el extraño sueño que tuvo. Contra más cerca estaba de Poniente más real era para ella aquellas sensaciones. “Va hacia el norte. Estoy segura que pensaba eso. Ó lo pensaba yo…”

Descubrió aquel don por casualidad. Al ver una de las más cruentas batallas reconoció el portaestandarte del león de los Lannister; a la mañana siguiente cuando el hombre bondadoso le conto que los Lannister iban hacia el norte ella ya sabía que habían ganado la batalla; las noticias llegaban tarde a Braavos. Incapaz de controlarlo y tampoco es que tuviera muchas ganas de hacerlo se dejo llevar por la alegría que le daban esas noches al poder estar con su loba. La había añorado desde el mismo día en que la obligo a marcharse para salvarla de la reina; condeno a Dama por ello y su hermana jamás se lo perdono. “Pero que otra cosa podía hacer” se reprocho a si misma.

 

El barco subió por el rio Aguas negras hasta llegar al puerto principal de Desembarco del rey. Sin importar el tiempo que pasara aquella ciudad no cambiaba lo más mínimo. Las calles de las Hermanas estaban tan concurridas de personas como siempre mientras que el castillo rojo se veía exactamente igual desde donde estaba. Desde el puerto solo se podía ver como los pájaros volaban alrededor de la torre de la mano, descendían y volvían a ascender en un extraño baile que la hipnotizaba. Cuando llego de Invernalia el olor la molestaba y la asqueaba, pero después de haber vivido en Braavos y muchas otras partes del mundo reconocía que no era de las ciudades que peor olía; simplemente olía a eso a gente, a desechos, a ciudad.

A modo de disculpa Arya entrego una moneda de oro al hombre al que casi mata y desembarco sin decir nada más, nunca se le habían dado bien las palabras. Sin saber que hacer ni a donde ir vago por las calles de la ciudad recordando cuando escapo de la fortaleza roja; como intento sobrevivir a base de desechos y de matar palomas. No la sirvió de mucho pero peor hubiera sido dejarse coger por la reina. Aunque la verdad si logro salir de la ciudad con vida fue gracias a Yoren. Un hermano de la noche que la quiso llevar hasta Invernalia y que murió en el intento. “Jamás te agradecí todo lo que hiciste por mi” se culpabilizo Arya. Yoren no solo la saco de la ciudad sino que también la rescato antes de que viera la muerte de su padre. Todavía soñaba con los abucheos de aquella gente y como intentaba silenciarlos contra el pecho del guardia de la noche. “No mires chico, no mires – le había dicho Yoren”. Pero no sirvió de mucho, el silbido del hacha se colaba en su mente cada vez que tenía oportunidad.

Llego a la plaza donde el desgraciado de Jofrey mando ejecutar a Ned Stark. “Si todavía siguieses vivo te mataría con mis propias manos” se dijo a si misma intentando controlar la rabia que sentía. Los gritos ahogados de una muchacha llegaron hasta ella entre aquel bullicio de gente. En uno de los callejones cerca del Septon dos hombres intentaban violar a una chiquilla no mucho más joven que Arya o por lo menos tirada en el suelo no se la podía distinguir mejor.

-          No te resistas más puta – le decía uno de los hombres rajándole el corpiño de seda hasta llegar a la suave piel. Su voz suave y cantarina le decían que era un trovador caído en desgracia. En un intento desesperado la muchacha intento defenderse con lo único que tenía a mano. – ¡Mierda! Esta zorra me ha mordido – grito abofeteándola haciéndola sangre en el labio y llevándose la mano a la boca.

-          No nos importara follarnos a un cadáver lo entiendes – le espeto el otro hombre acariciando su cuello con un cuchillo mientras que gotas de saliva resbalaban por la comisura de sus labios. Con la boca ensangrentada y asustada la chica asustada dejo de gritar y llorar. Lo único que deseaba era que acabaran cuanto antes con ella.

Arya se mordió el labio irritada. La fastidiaba que las mujeres no fueran capaces de defenderse. Toda su vida había escuchado a Sansa hablar de grandes caballeros de radiantes armaduras que protegían a las damiselas en peligro. Pero para variar su hermana siempre se había equivocado. Si algo le había enseñado la Casa del Blanco y Negro es que solo se puede contar con uno mismo.

-          Vaya, vaya Desembarco del rey sigue siendo la misma cloaca con las mismas ratas. – El miedo de los hombres al sentirse descubiertos desapareció al ver que quien les había hablado.

-          Mira lo que tenemos aquí Klein – dijo mirando a su compañero – una criaja envalentonada – se rio el hombre que sostenía el cuchillo. La suciedad y los harapos que llevaban eran lo único que Arya necesitaba ver para saber que aquellos hombres estaban dispuestos a todo. Lo único que les esperaba a dos vagabundos como ellos era la muerte y cuando se sabía eso cualquier tipo de miedo desaparecía. – Porque no te acercas y juegas un rato con nosotros pequeña. Seguro que te diviertes. – Levantándose con agilidad el hombre se acerco lentamente a ella cogiéndola del brazo. La facilidad con la que la había cogido le distraía de la espada que la chica escondía bajo su ropa

-          ¿Nos vais a matar acaso? – le pregunto Arya. Sin saberlo aquellos hombres estaban sellando su destino con la respuesta que le dieran.

-          Por supuesto – le susurro al oído mientras que sus manos descendían por sus pechos. – Ey Klein la niñata tiene buenas tetas no como esa.

-          Dos muertes por dos vidas – rezo palpando la daga de su cintura.

Arya se dio la vuelta y cruzo su mirada con la del hombre. “Mi vida es tu muerte y la de él la suya” se dijo a si misma cuando degolló con la daga al hombre y después la lanzo hacia el mismísimo corazón del trovador. La muchacha que estaba tirada en el suelo se levanto asustada mirando los cuerpos inertes de aquellos dos violadores. Miro su vestido empapado de sangre y luego a la chica que miraba con tranquilidad aquella escena.

-          Ten más cuidado la próxima vez – le aconsejo Arya dándose la vuelta para irse.

-          Por favor espera – le suplico la muchacha.

 

No sabia como diablos se había metido en ese sitio. Lo único que había hecho fue rescatar a una estúpida chiquilla y ahora se encontraba enfrente del gran trono de hierro a la espera de ver a la nueva reina. En Braavos había escuchado que los Lannister y los Baratheon se rindieron cuando un Targaryan regreso al poder montado en un enorme dragón negro. Curiosa y con disimulo Arya miro alrededor. Desde los días de Robert Baratheon el gran salón había cambiado mucho. Colgadas de las paredes los cráneos de los dragones presidian la sala como en la época de Aerys Targaryan. Junto a la puerta había visto a los más pequeños no más grandes que la cabeza de un gato, pero justo donde el trono estaba el más grande de todos ellos; el que llevo a Aegon el conquistador y a sus hermanas a la victoria. Pero aquello no la importaba, para ella el trono seguía siendo el mismo símbolo que mato a su padre y esas cabezas no eran más que el recuerdo del hombre que mato a su abuelo y a su tío.

“Ned Stark siempre fue un hombre de honor y por ello murió. Siempre pensé que mi padre era un héroe y un valiente, pero lo que en realidad fue un ingenuo. Un ingenuo que vivía en las antiguas historias donde todos los hombres eran buenos y las mujeres hermosas. Pero la realidad es distinta; siempre es distinta” Sus manos manchadas de sangre eran el recordatorio  viviente de ello.

El ruido de trompetas anunciando la entrada de la reina saco a Arya de sus pensamientos. Vestida con sedas y joyas la reina estaba preciosa. Su cabellera tan rubia que parecía plata estaba recogida en una elegante trenza que se enredaba con la corona de tres dragones que llevaba sobre la cabeza. Su elegancia cuando subió al trono le recordaba en cierta forma a la de Cersei Lannister, la antigua reina vigente, y la mujer a la que más odiaba.

-          Me han dicho que habéis salvado a una de mis más queridas sirvientas. ¿Cuál es vuestro nombre? – dijo la reina ocupando su lugar en el trono.

-          Ary… Arya – al principio titubeo, pero no ha´bia nada de malo en decir quien era, hasta cierto punto.

-          Bien Arya, que queréis a cambio. – El tono de Daenerys en verdad demostraba agradecimiento. Sus ojos violetas la miraban examinando cada parte de su cuerpo. “Como esta chica pudo hacer lo que me dijo Doreah” Ante ella solo veía a una muchacha de unos 15 años que ocultaba su cuerpo bajo aquellas ropas.

-          Nada, mi señora.

-          Mi reina – le interrumpió un hombre mayor que vestía una capa blanca. “Ser Barristan, el Bravo” pensó Arya al reconocer a aquel hombre de cuando espiaba a su padre en el consejo. A pesar de su edad sabía que era uno de los mejores espadas de Poniente.”Y defendió al príncipe Jofrey en vez de a mi padre” se recordó sintiendo en la garganta la bilis.

-          Nada, mi reina – repitió con tono mordaz mirando directamente al hombre.

-          Mas respeto o te arrepentirás – le amenazo Ser Barristan. Aquella muchacha le sonaba de algo y le molestaba no saber de que. Miro a su reina en busca de algún gesto, pero la mujer solo se reía por lo bajo. En el fondo aquella grosería le hacia gracia, era un viento agradable dentro de la rigidez de la corte. – Mi reina no debería reírse con las groserías de una niñata nacida en el lecho de pulgas.

Aquellas palabras hirieron el orgullo de Arya. Su maestro la hecho por no poder ser Nadie del todo, ahora sabía que era cierto, que siempre había sido Arya Stark disfrazada de Nadie y estaba orgullosa de serlo. Con la testarudez que les caracterizaba a los Stark se adelanto unos pasos para enfrentarse al caballero.

-          Ni soy una niñata, ni naci en el lecho de pulgas, Ser Barristan. Y aun de ser así, ha sido esta niñata quien ha salvado la vida de uno de vuestros ciudadanos, no ninguna capa dorada que andan por la ciudad metiéndose en más peleas de las que solucionan. Aprenda a demostrar respeto sin en verdad quiere que alguien que no sea un mequetrefe de la corte lo haga y por último si tan buen guardián del orden es aprenda a mantener a raya a sus hombres para que cumplan con su obligación.

Arya era consciente de que no solo había hablado de más, sino que se había sobrepasado bastante. En aquella sala ella no era nadie y no podía decir quien era hasta llegar a Invernalia; y encima estaba frente a un guardia real y la mismísima reina. Sin decir nada más y con una torpe reverencia se alejo hacia las puertas. Ya fuera la sorpresa de los guardias o que la reina no había dicho nada nadie la impidió marcharse.

Sin mirar atrás ni por donde iba recorrió varios patios que no reconocía donde los aprendices y palafreneros se la quedaban mirando. Puertas y escaleras se abrían a su paso, pero ninguna de ellas la llevaba donde quería ir, a la salida. Al final reconoció el enorme arco que llevaba al bosque de Dioses. Llevaba años sin hablar con los dioses de los primeros hombres, los dioses del norte, los de su padre. De pequeña siempre se sintió más a gusto entre aquellos arboles blanquecinos de hojas tan rojas como la sangre que con los siete dioses de su madre.

“Por los siete eres del norte hasta los huesos – le reprendía su madre siempre que intentaba llevarla al Septon y ella se escabullía entre los rincones del castillo”

Un latigazo de decepción cruzo su cara. Aquel no era el bosque que recordaba. El bosque de dioses de la fortaleza era un jardín cuidado y hermoso donde un solo arciano residía en el centro rodeado de flores y otros arboles. Ella añoraba el bosque de su padre. Un lugar salvaje e indómito donde solo estaban los arboles milenarios. El estanque de agua caliente estaba justo al lado del más grande de los arboles. Era allí donde su padre se sentaba a rezar mientras que ella y sus hermanos jugaban en el agua. Siendo la más pequeña era capaz de ahogar a Bran y a Robb, pero al final era siempre Jon quien tenía que rescatarla de las aguadillas de sus hermanos.

Hacia años que no pensaba en Jon, Jon Nieve. Al principio lo hacia porque le dolía pensar en su familia, pero después se dio cuenta de que era Jon, pensar en él le dolía tanto que la hacia recordar quien era ella, quien era él y donde quería estar. Todas las noches que soñaba con él deseaba estar entre sus brazos y que la abrazara, que la acariciara el pelo y la llamara hermanita. Pero cada mañana tras el sueño el hombre bondadoso sabía que no era Nadie y que volvía a ser Arya. La última noche la aviso; “de seguir así jamás entraras en la hermandad – la dijo”. A partir de esa noche cerro su corazón y su mente a los recuerdos.

El resoplido de un animal la asusto. No entendía como la temperatura subió unos cuantos grados de golpe haciéndola entrar en calor rápidamente. Consciente de pronto de que no debía estar allí Arya intento marcharse por la misma puerta por la que entro. Dio unos pasos y frente a ella descendió una enorme bestia que la miraba con curiosidad. El enorme dragón se puso ante ella desafiándola con la mirada. Las escamas de color verde y bronce brillaban con los rayos del sol moviéndose al compas de los poderosos músculos de la bestia. Un largo rugido salió del hocico de dragón obligándola a retroceder.

-          Y a ti que demonios te pasa – le grito Arya. Decir que tenía miedo era poco, había sobrepasado el punto del miedo en el mismo instante en que vio aquellos enormes colmillos. Ahora solo le quedaba la valentía de los idiotas como solían decir los guerreros que se preparaban para la guerra.

El enorme dragón tan alto como un árbol y muchísimo más ancho se acercaba a ella peligrosamente. El aliento quemaba el aire de Arya a cada paso, aun así dejo de sentir peligro. Torpe e insegura alargo la mano para tocar el hocico del animal. “Me va a dejar sin mano y aun así estoy empeñada en tocarlo” se dijo a si misma. Acaricio las escamas tan duras como el acero valyrio y sintió un cosquilleo bajo la palma. “Son fuego, puro y poderoso fuego” pensó.

-          Cogedla – oyó que gritaban varios hombres. Al mirar se dio cuenta de que muchos de guardias la había rodeado a ella y al dragón y estaban apuntando sus espadas contra ella.

“Esto me pasa por jugar con mascotas ajenas” se rio de si misma desenfundando su espada bastarda. El guardia más cercano se lanzo contra ella. Las espadas chocaron en el aire, pero no era lo mismo una espada tan delgada como la de Arya que las enormes espadas que llevaba la guardia. Estaba dispuesta a enfrentarse de nuevo pero el movimiento del dragón la llamo la atención. Un segundo después el guardia que la ataco estaba volando por los aires mientras que ella se encontraba agachada junto a una de sus patas. No entendía porque pero había sido la bestia quien la libro de seguir peleando. Uno tras otro los guardias iban cayendo por todo el jardín mientras que ella seguía en el mismo sitio. Una poderosa ala estaba sobre ella escondiéndola de los guardias mientras que zarpas, aliento y cola se movían en todas direcciones.

Rodeada de la guardia real Daenerys apareció del brazo de Ser Barristan. Sorprendida y curiosa miro alrededor hasta pararse en el dragón que era su hijo y la muchacha que se había marchado del salón.

-          No se si has venido a robar o te has perdido – la pregunto avanzando unos pasos. Con un gesto los guardias se quedaron atrás. Todos, excepto Ser Barristan que seguía a su reina a un solo paso por detrás.

-          Señora no sé explicarle. Intente encontrar la salida y mis pasos me trajeron al bosque de dioses.

-          Y veo que Rhaegal se encariño contigo. Y se encariño bastante. – La mirada que echo a los guardias que se levantaban entre quejidos y maldiciones decía más que ninguna palabra.

-          No tengo explicación. Solo lo que paso y no sé que más decirle – “bueno si, que de esta no salgo impune” pensó Arya mirando al dragón que cada vez se acercaba más a ella buscando la calidez de su mano.

-          Los dragones al igual que las personas y muchos otros animales tienen sus propios pensamientos y sentimientos – dijo Dany mirando a su dragón. En el fondo le dolía que no buscase su afecto como Viserion y Drogon. – Ahora dime que es lo que quieres. Todavía te debo un favor por salvar a mi sirvienta.

-          Mi reina – Arya no quería meter más la pata y menos después de lo que había pasado – no quiero nada. No necesito nada. Realmente estoy en la ciudad de paso, mi destino es el norte, Invernalia. – La risa de Dany la pillo desprevenida. Jamás había conocido a una reina tan extraña como aquella.

-          Mañana al alba iré a visitar a mi marido que gobierna el norte; precisamente en Invernalia. Si quieres puedes venir conmigo.

-          Pero mi reina – el gesto de Daenerys hizo que Ser Barristan se callara. Acato la orden de inmediato pero seguía mirando de manera desafiante a aquella niñata. Había algo en ella que no le gustaba, estaba seguro de conocerla de antes.

 

El calor y el aleteo de los dragones no la dejaban dormir, tampoco es que Arya tuviera ganas. Deseaba caminar y pasear por el castillo como lo había hecho de niña, pero el guardia de su puerta no era ninguno de los hombres de su padre. Aquellos murieron hacia mucho tiempo. Su mente estaba inquieta pensando quien gobernaba en Invernalia.

Su hermano Robb al igual que su lobo Viento Gris murió traicionado por los Frey, los Bolton y los Lannister. Sansa hacía mucho que no tenía noticias de ella, no sabía si seguía viva, casada y con hijos, ó había muerto que era lo más probable. Bran y Rickson eran un misterio y el último que quedaba era Jon. Jon era el bastardo de su padre por lo que su apellido era Stark, aunque siempre pensó que él y ella eran los auténticos norteños. Quería a todos sus hermanos pero Jon era diferente, era su hermano, suyo. No sabía que había sido de él, la última vez que se vieron se marchaba para el muro y jamás volvió a verle.

Con el corazón oprimido por la tristeza y diminutas lágrimas cayendo por sus mejillas al pensar en sus hermanos por fin Arya encontró el sueño que la esquivaba.

 

No había ni amanecido cuando un resoplido impaciente abraso su ventana. Arya se levanto sobresaltada de la cama con la espada en la mano. La había costado mucho que Ser Barristan no se la quitara; si la reina no llega a decir que la dejasen en paz se habría sentido desnuda sin llevar su espada y su daga con ella. El familiar rugido del dragón la tranquilizo dejando su espada sobre la cama. Al asomarse al alfeizar vio como Rhaegal dibujaba círculos en el aire hasta descender casi perpendicularmente hasta su ventana. Los tenues rayos de sol hacían brillar todavía más sus escamas verdes cegándola por un instante.

-          Madrugas demasiado y yo duermo poco – le reprocho Arya acariciándole el hocico igual que hacia con Nymeria.

-          Todavía me sorprende lo dócil que es contigo. Ni siquiera yo ni mi marido hemos sido capaz de domarlo del todo. – Dany entro en la habitación sentándose encima de la cama deshecha dejando en la puerta a Ser Barristan. Estaba claro que el caballero desconfiaba de la muchacha hasta puntos ilimitados pues no dejaba de mirar con desconfianza la espada que descansaba sobre al cama. – Al principio el más salvaje era Drogon. No era capaz de controlarlo, ni cuando era una cría. Ahora sin embargo es este el que no obedece. Acaso lo has hechizado – la sonrió apartándose delicadamente la larga melena.

-          No sabría decirle señora. – El silencio incomodaba a Arya, pero tampoco estaba segura de que palabras debía decir a una reina.

-          Desde luego que te pareces a mi marido. Tampoco habla mucho y para lo que habla nunca nos entendemos.

La risa de Dany seguía sorprendiéndola. En sus viajes había conocido los suficientes reyes como para saber que estos se creían superiores, sin embargo aquella reina era demasiado cercana con sus súbditos. No la desagradaba en absoluto, pero empezaba a temer que sospechase que ella fuera de alta alcurnia.

-          … vendrán una sirvientas a bañarte y a traerte algo de ropa. No te ofendas, pero la que llevabas apesta – dijo levantándose de la cama. Justo en la puerta se despidió con una corta inclinación de cabeza como la que hacen los reyes para despedirse.

-          Hasta luego mi reina – la contesto Arya inmediatamente haciendo una corta reverencia de chico que hizo que la risa de Dany se oyera por el pasillo.

No había escuchado toda la conversación, pero por lo menos si lo importante. Alguien vendría a asearla como cuando era niña y la cambiarían de ropa. A Arya eso la incomodaba. Odiaba los vestidos, las sedas y las telas. Siempre se había sentido como el bicho feo de la familia y que sus apodos fueran “Arya caracaballo” ó “Arya entrelospies” no la ayudaban demasiado.

Los golpes en la puerta casi la hacen esconderse como cuando era niña y huía de la Septa Mordanne. La insistencia al otro lado por fin la hizo reaccionar.

-          Perdone. Adelante

-          Pensé que usted era sorda – la sonrió una agradable mujer mayor ya con el pelo encanecido que iba acompañada de dos chicas de su edad.

-          Disculpe – fue lo único que se la ocurrió a Arya. La mujer le quito importancia con la mano mientras ordenaba a las muchachas preparar el baño.

-          La reina me ha dado unos cuantos trajes para ti. Uno de viaje para ahora y otros dos vestidos para cuando llegues a Invernalia – dijo colocando los vestidos sobre la cama.

Arya jamás entendió de ropa, eso era cosa de Sansa y de su madre, pero sin duda aquellos dos trajes de seda no solo eran solo preciosos sino que costarían un dineral. El primero de ellos era de un azul intenso con un corsé del mismo color con detalles en oro, las mangas eran de un azul más claro rematadas con ribetes de pelo blanco en los puños; aquel color le encantaba, le recordaba a su hogar. El segundo era de una rosa pálido que no dañaba a la vista sino que, como decía su madre, hacia parecer más femenina y que además tenia bordados un intricado dibujo de flores verdes en los puños y en el bajo del vestido.

-          Esto es… demasiado. Por favor decidle a la reina que no me lo merezco simplemente soy… - Arya se quedo en silencio ante la sonrisa de la anciana.

-          A la reina no le importa quien seas. Has salvado la vida de uno de sus súbditos y eso vale mucho más que estos trapos. Y ahora ven. Vamos a bañarte – dijo la mujer cogiéndola del brazo. – Si esta muy caliente avísanos.

El suspiro de placer que salió de los labios de Arya hizo reír a las muchachas que revoloteaban a su alrededor. Distraída al no darse cuenta de lo mucho que deseaba un baño no se daba cuenta de lo que hacían las chicas. Mientras que una la enjabonaba la espalda la otra le desenredaba el cabello y se lo lavaba a conciencia.

-          Tienes un cabello precioso. Me da envidia que las chicas del norte lo tengáis rizado aquí para conseguirlo tienes que hacer mil cosas y no se queda igual. – La chica hablaba tan deprisa como sus manos se movían. Entre risas y cotilleos la hizo una larga trenza que le caía por la espalda dejándole el flequillo a un lado.

-          Venga chicas que tiene que vestirse – les metió prisa la anciana con aquella sonrisa imborrable de su cara.

Arya pensó que el tercer traje seria uno para montar. Por lo que había visto de la reina dudaba mucho de que fuera de las iban en carruaje a todos lados. Se esperaba un simple pantalón de cuero con alguna camisa de tela pero lo que vio distaba mucho de ser sencillo. El pantalón de cuero estaba reforzado en lugares estratégicos y la camisa bordada con un dragón de tres cabezas en rojo a la altura del pecho se ajustaba a su cuerpo marcando cada curva de su cintura. Lo último fueron las botas de cuero con hebillas de plata que la llegaban por encima de la rodilla.

-          Estás preciosa – le dijo la mujer llevando entre sus manos el paquete con los vestidos. Arya no dijo nada mientras se colgaba la espada, la daga y la moneda. No porque no se lo agradeciera, sino porque no la creía. Ella no era Lyanna, ni Sansa, ella seguía siendo Arya caracaballo.

En uno de los enormes patios varios guardias esperaban a la invitada que iría con la reina. Preparados y listos solo faltaba que la reina y su invitada bajasen para poder ponerse en marcha. Dany bajo vestida con uno de sus vestidos de monta. Éste consistía en una suave, pero fuerte pantalón y por encima llevaba un vestido que se abría a la altura de la cintura, ambos en color azul oscuro a juego con sus ojos. Detrás de ella Ser Barristan la seguía malhumorado. Había intentado por todos los medios de anular aquel viaje y lo único que consiguió fue discutir con la reina. “Es solo una niña. A que viene tanta protección – le grito enfadada ante el comportamiento de su guardia”. Detrás de ellos apareció Arya con las sirvientas. Las dos más jóvenes se despedían de ella mientras que la mujer la acompañaba hasta la plaza. 

-          Sabia que mi ropa te quedaría como un guante – la dijo Dany atándola una capa en el cuello abrochándola con un pájaro de plata.

-          Mi reina. Esto es más de lo que merezco. Se lo aseguro. – Arya seguía dudando de toda aquella amabilidad. Recordaba como la reina Cersei engatuso a su hermana con halagos y joyas para luego traicionarla, a ella y a su familia.

-          Tonterías. Este es mi regalo por salvar la vida de mi doncella. Ahora vamos. –
Daenerys se dio la vuelta y con un simple silbido una enorme bestia descendió de la más alta de las torres. El dragón tan negro como la noche con reflejos escarlata esperaba tranquilo a que su ama lo montara. Desde lo alto de su lomo Dany observaba la indecisión de Arya. – Tranquila. Tú iras en Rhaegal. Debo llevárselo de todos modos a mi marido a sí que me ayudaras a llevarlo. – Arya trago saliva al ver como el dragón acudía de inmediato y esperaba en la misma posición que su hermano a que ella subiera.

-          Bueno – trago saliva – si he de morir no hay forma más original que hacerlo desde un dragón. – Con una sonrisa en los labios Arya se monto en el enorme animal que desprendía humo por su hocico.

La risa de Dany llegaba a sus oídos a la vez que la respondía.

-          Bien dicho – la contesto. Aquella muchacha era lo que había necesitado para volver a sonreír como antes. La gustaba su descaro y su bravuconería. Aquella forma de ser indómita como un dragón o como un lobo como solía decir su esposo era lo que su corte necesitaba pensó.

Notas:

Gracias por leer

Bye*****

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Capítulo 3 Usurpadora por yuukychan
Notas de autor:

Eyyyy ya estoy aqui con el tercer capitulo XP no me he tardado mucho jjejeje

Jon miraba Invernalia desde las afueras de la fortaleza rodeado de sus hombres. Llevaban varios días con nevadas intermitentes que afectarían duramente a las cosechas, pero no era aquello en lo que pensaba. Sus ojos estaban fijos en su hogar, lo que jamás había considerado suyo por mucho que lo desease, Lady Catelyn se lo recordaba a cada momento, y ahora por fin lo era.  Solo la fachada de la antigua ciudad había sobrevivido a la guerra de los cinco reyes, pero no le importaba. Lo que realmente hacia de aquel sitio el corazón del norte era su espíritu; el espíritu de los antiguos hombres que corría por sus tierras como la sangre corre por las venas de los hombres.

“Es un hogar de reyes” pensó Jon orgulloso de su tierra al volver su caballo para contemplar las vistas. A pesar de la nieve se podía ver como hombres y mujeres trabajaban en los campos bajo los tenues rayos de sol que se escapaban de entre las nubes y como los niños corrían lanzándose bolas de nieve unos a otros bajo la supervisión de algunas muchachas en edad de casarse. Las mismas que servirían el banquete y luego se marcharían con algún criado ó banderizo de bajo rango a decirse cosas en la intimidad. Jon meneo la cabeza; ya veía los problemas que iba a tener con las muchachas. Cierto que era un lugar frío, indómito y, a veces, cruel; pero era una tierra donde el corazón latía con fuerza por vivir, por luchar, por ser libre. Así eran las gentes del norte, así era él… y Arya. Sus hermanos tenían demasiado del pez de Tully, el emblema de la casa de Lady Catelyn, la casa de su madre. Solo la pequeñaja de su hermana parecía tener tanto norte como él, tanta nieve y frío corriendo por sus venas.

El frío y los copos de nieve comenzaban a  impacientar a los animales que estaban deseosos por seguir; y no solo ellos. Jon miraba con ansias el camino y la sonrisa por verla afloraba en su rostro bien barbudo.

-          Se acerca el invierno o lo buscamos – le susurro a su caballo favorito, un enorme semental negro que se encabritaba cuando alguien que no fuera él lo tocaba. La caricia apaciguo al animal que amenazaba con lanzarse al galope en cualquier momento.

-          Mi señor – le pregunto la voz de uno de sus capitanes a pocos metros de él. El chico, alto y musculoso, dejaba ver a través de la visera unos profundos ojos azules que miraban con respeto al hombre que era su rey. Su caballo, una enorme bestia que cargaba con el martillo de su dueño, resoplaba impaciente dando patadas al suelo.

-          Nada Ser Gendry, nada. – Mirando al resto de sus guardias les hizo una señal. – Muchachos vayamos a escoltar a mi hermanita y a su esposo – les ordeno echándose al camino sin mirar atrás.

Mencionar el nombre del marido de su hermana hacia sentir a Jon que la bilis se le escapaba por la bocas. Había dejado pasar la traición de Theon Greyjoy solo por haber protegido a su hermanita de manos de los Bolton y haber colaborado con ellos en la guerra, pero jamás le perdonaría. Los huesos de Robb que descansaban en la cripta de sus antepasados no le dejarían nunca. Ni siquiera erradicar la casa Bolton le hizo sentirse mejor, pero se juro que si Tywyn Lannister tuvo sus “Lluvias de Castemere”; él tendría sus “Cenizas de Bolton”.

Y así fue. Con ayuda de Rhaegal, Viserion y Drogon redujo el Fuerte Terror a cenizas y escombros. Todavía se acordaba de cómo el propio Lord Roose Bolton trajo el cuerpo degollado de su propio hijo antes sus ojos. “Le juro lealtad mi señor, mi rey. Se lo juro. Aquí esta la prueba. Un hijo que no obedece las ordenes de su rey debe morir” le dijo hincando una rodilla entre las cenizas de su propia tierra. Ver aquello solo hizo que Jon sintiera más deseos de verle muerto. Aquel bastardo solo hizo lo que su padre le ordeno, fue él quien engaño a su hermano y lo degolló en la boda roja. La ira le hervía la sangre cuando desenvaino a Garra, la espada bastarda que le regalo el Lord Comandante Mormont. Iba a cumplir la sentencia allí y en ese mom

Nieve por yuukychan

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2020-07-13

 

Nieve por yuukychan

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