Huesos de cristal. by Iwannabeinyourcontrol98

Pero quizás una extraña visita la haga ver que no es solo un saco de huesos de cristal. Alice ha vivido siempre bajo las dirección de su enfermedad. Lleva toda su corta vida creyéndo que, de hecho, ella no es más que un estorbo para todo el que la conoce.  Alice ha vivido siempre bajo las dirección de su enfermedad. Lleva toda su corta vida creyéndo que, de hecho, ella no es más que un estorbo para todo el que la conoce.  Huesos de cristal. by Iwannabeinyourcontrol98Summary: Huesos de cristal. by Iwannabeinyourcontrol98Summary:

 

 

 

Huesos de cristal. by Iwannabeinyourcontrol98

Summary:

Alice ha vivido siempre bajo las dirección de su enfermedad. Lleva toda su corta vida creyéndo que, de hecho, ella no es más que un estorbo para todo el que la conoce. 

Pero quizás una extraña visita la haga ver que no es solo un saco de huesos de cristal.


Categories: ORIGINALES, LITERATURA Characters: Ninguno
Generos: Ciencia Ficción, Drama, Fantasía, General, Horror, Humor/Parodia, Misterio, Poesía, Romance
Advertencias: Lemon, Lenguaje Obsceno
Challenges:
Series: Ninguno
Chapters: 7 Completed: No Word count: 8283 Read: 770 Published: 05/08/2013 Updated: 10/10/2013
Summary:

Alice ha vivido siempre bajo las dirección de su enfermedad. Lleva toda su corta vida creyéndo que, de hecho, ella no es más que un estorbo para todo el que la conoce. 

Pero quizás una extraña visita la haga ver que no es solo un saco de huesos de cristal.


Categories: ORIGINALES, LITERATURA Characters: Ninguno
Generos: Ciencia Ficción, Drama, Fantasía, General, Horror, Humor/Parodia, Misterio, Poesía, Romance
Advertencias: Lemon, Lenguaje Obsceno
Challenges:
Series: Ninguno
Chapters: 7 Completed: No Word count: 8283 Read: 770 Published: 05/08/2013 Updated: 10/10/2013
Story Notes:

**CADA CAPITULO ESTÁ NARRADO POR EL PERSONAJE QUE APARECE EN SU TÍTULO**

Story Notes:

**CADA CAPITULO ESTÁ NARRADO POR EL PERSONAJE QUE APARECE EN SU TÍTULO**

Alice. by Iwannabeinyourcontrol98

Miré por la ventana. La lluvia hacía un extraño y monótono sonido en el cristal. En el jardín se veían enormes charcos embarrados. Hacía ya cinco días que no para de llover. 

Recosté la cabeza en el alfeizar, apoyándome en el brazo. Soplé cuando un poco del flequillo se me calló delante de los ojos para apartarlo. Aunque varios árboles la tapaban, la verja que rodeaba los límites de la casa se veía, tan negra como siempre. Y más allá, un mar de pinos y robles que tapaba el camino de acceso a mi cárcel particular. 

Me giré al oír unos suaves golpes en la puerta de marmol. Las ruedas de mi silla hicieron un poco de ruido cuando las arrastré para poder abrir; hacía un tiempo que estaban oxidadas. María me sonrió cuando le abrí y la invité a pasar. Dejó un montón de sábanas en una esquina de la cama y se sentó a su lado, en frente mía. Suspiró:

-Es la primera vez que me siento en todo el día- se río. Su risa era casi tan destacada como su acento sudamericano- ¿Qué tal el día, señorita?

-Me pregunto cuando dejará de diluviar-suspiré. La lluvia me deprimía, y la humedad que provocaba me daba ataques de tos.

-En el parte ponía que tenemos para otra semana más-me acarició la mejilla- ¿Quiere que hoy la baje al salón? Allí hace más calor, la chimenea estuvo toda la noche encendida. 

-Quizás más tarde-los intentos de María para que dejara la habitación solían acabar en eso, pero yo admiraba su esfuerzo. Y, la verdad, me apetecía bajar al salón, aunque me encontraba peor que de costumbre- ¿Se sabe ya cuando llegará mi madre?

-No, señorita. Llamó ayer para hablar con usted, pero estaba durmiendo. Dijo que probablemente se quedaría en Suiza otra semana más. 

-Ya va a hacer un mes que se fue.

-Su trabajo es muy complicado-miró el reloj de cuco que tenía en la pared. Fue un regalo de cumpleaños de mi tía-. Ala, las doce ya y yo aquí de parloteo. Hoy su padrino va a recibir a unos señores muy importantes, y quiere que esté usted presente. 

-Supongo que tendré que ir-miré pensativa al reloj. Estaba roto, hacía ya una semana que no se oía su "cucú" característico-. ¿Podrías bajarme ahora al salón?- si tenía que soportar una reunión de mi padrino, no podría salir del comedor en toda la tarde, y hacía semanas que no sentía el calor de la chimenea.

María arrastró mi silla de ruedas con cuidado por el pasillo. Y con más cuidado aún bajó las escaleras. Cuando llegamos al rellano me dio un ataque de tos, pero le dije que no se preocupara. Era por la maldita humedad. 

El salón estaba más bonito de lo que recordaba. La chimenea, que aún estaba encendida, le daba una maravillosa luz naranja a todo. Me encantaba mirar el fuego reflejado en los trofeos de caza de mi padrino. Los sofás de madera y terciopelo rojo habían sido substituidos por unos totalmente negros. Las cortinas estaban abiertas, y por el enorme ventanal de aquella magnifica sala se veía perfectamente todo el jardín. María me dejó en una mecedora sobre la alfombra persa blanca, al lado de la chimenea, y tapada con una suave manta marrón oscuro. 

Al poco rato me trajo una copa de madera que humeaba y olía a chocolate caliente. Me guiñó un ojo y bajó de un estante un bote lleno de pastitas de té:

-Así no tendrás que provar bocado del menú para hoy- me puso delante una mesilla de café y dejó allí la deliciosa comida-. Es asqueroso hasta para mí. Pura comida inglesa. 

Le di las gracias y sonreí cuando se fue. Mordisqueé una de las deliciosas galletas y bebí un poco de chocolate para quemarme la lengua. La sensación del calor era una de las que más me gustaba en el mundo, ya que mi cuarto era frío a rabiar. Escuchaba desde allí la charla animada de María y la cocinera mientras preparaban la comida. Hablaban de una criada joven que acababa de llegar, una a la que yo no conocía. Por lo visto había tenido una especie de romance con el jardinero nada más llegar a servir. Me reí para mis adentros; aunque María era muy agradable, también era una chismosa de cuidado. 

Mi vida estaba limitada a eso, y agradecía cada cotilleo que María venía a contarme (que no eran pocos, pero no por ello me cansaban). Ella era, verdaderamente, la única persona a la que podía llamar amiga. Aunque todas las chicas que trabajaban para mi padrino, ya fuera cocinando o sirviendo, eran maravillosas, María era la única que se atrevía a tratarme como a algo más que a la "señorita". Y como a algo más que a la "pobre niñita enferma". 

Nunca me han contado exactamente en que consiste mi enfermedad, pero sé que es algo que me hace más débil que a la mayoría de la gente. Una vez oí a uno de los muchos médicos que me han visto decir algo que, desde entonces, uso para denominarme. Me gusta decir que soy "una persona de cristal".

Vale, exactamente dijo: "Es como si hubiera nacido hecha con cristal en vez de hueso. Como si hubiera nacido con huesos de cristal, por así decirlo". Pero mi forma de verlo es mucho más poética. 

Llevo viviendo en casa de mi padrino, que era un antiguo amigo de facultad de mi madre, desde que tenía cinco o seis años. A uno de aquellos médicos se le ocurrió decirle a mi madre que una vida de campo, rodeada del aire fresco del norte, me ayudaría más que el bullicio de la gran ciudad. Y ella creyó que era buena idea dejarme aquí. Aunque la casa era preciosa, y los jardines mucho más, mi padrino era un hombre frío conmigo. Pero, desde mi punto de vista, era frío con todo el mundo. 

Le pedí a María que me llevase en frente del enorme ventanal. Aún tapada con la manta, me tumbe en el enorme alfeizar que, abriendo los cristales hacia afuera, hacia de balcón. Observé todo el jardín, desde la zona cubierta de árboles al lago, y el pequeño parque con la fuente de querubines en medio. A decir verdad, solo había dos cosas de aquella casa que odiaba: el sótano lleno de ratas y humedad, y aquella verja negra que nos separaba del mundo exterior. Me fijé en ella, pensando en lo mucho que la odiaba. No debí hacerlo. 

Allí, justo detrás de la valla metálica, al lado del enorme portal,había una sombra humana. Entrecerré los ojos para ver mejor a través de aquella cristalera empapada de lluvia. Estaba bastante segura de que había una persona plantada detrás de la verja, mirando hacia la cristalera. 

Había un montón de consecuencias. Lo primero que pensé fue No lo hagas. Pero quizás fuese la visita importante que esperaba mi tío. Quizás nadie le había oído llamar. Si era ese el caso, debería ir a abrir la puerta, ya que yo le había visto.

A lo mejor solo era alguien que se había perdido y buscaba ayuda. Fuera lo que fuese, no podía dejarle allí, calándose con aquella lluvia. 

Me cubrí la cabeza con la manta y la agarré con una pinza del pelo para mojarme lo menos posible. Mi silla de ruedas estaba en el centro de la sala. Sabía que si avisaba a María ella insistiría en que me quedase y comprobaría qué quería aquel tipo. Era la opción más sensata: avisar a María. Pero, por una extraña razón, me sentía responsable de aquella sombra. Nadie más la había visto, solo yo. Tenía el deber de ayudar a quien quiera que fuera esa persona. 

Me levanté y sentí un dolor agudo en los pies. Me mordí el labio para no gritar. Cada paso era una pequeña tortura, pero conseguí llegar. Estuve unos cinco minutos sentada y luego volví a comprobar si la sombra seguía allí. Ahí estaba, observándome, al menos eso sentía. Abrí la puerta que daba al garaje, rezando para que estuviera abierto. Lo estaba.

Era dificil sortear con la silla de ruedas todos los trastos que había allí. Antes de salir a la lluvia, me cubrí más con la manta. Solo esperaba que aquella temeraria excursión no me hiciese caer enferma y con fiebre demasiado tiempo. 

La verja no estaba lejos, pero bajo la lluvia el camino me pareció eterno. La sombra se fue definiendo poco a poco, hasta que dio a conocer a un chico, un chico joven, de mi edad. Llevaba una sudadera negra con capucha que le cubría el rostro. Salvo un trozo de flequillo negro azabache y un ojo de color rojo fuego era incapaz de ver nada. Alargó la mano a través de la valla y la dejó allí extendida. Tenía la piel blanca como la leche:

-¿Hola?-dije en un susurro. Luego subí un poco la voz, al no recibir respuesta- ¿Necesitas ayuda? ¿Has venido a ver a mi padrino?

Alargó más la mano hacia mí. Supuse que quería que se la estrechara, y así lo hice. Me agarró de la muñeca y me apretó. Solté un chillido de dolor y me soltó de repente. Noté un movimiento en su cara, y algo en mi interior me dijo que sonreía. Luego se echó a correr y se esfumó en medio del bosque. 

Antes de desmallarme oí la voz de María gritar mi nombre.

Regresar al índiceKaleb. by Iwannabeinyourcontrol98

El aire olía a humedad y barro. 

Hacia cinco días que no dejaba de llover. No había ni un alma en la calle, mis pasos se teñían de marrón por la tierra del bosque, y hacían un ruido suave. Chof chof chof. 

Me senté en un banco en medio de la plazoleta y noté como se me mojaban los pantalones. Seguía sintiendo un extraño cosquilleo en la mano, la mano con la que la había agarrado. Llevaba una hora martirizándome por aquella estupidez, la había asustado, pero...

El deseo era muy fuerte. Lo había notado mientras buscaba una presa, potente, me distraía. Intentaba concentrarme en la caza: hacía cinco días que nadie de mi clan había comido, la lluvia evitaba que las presas salieran a tomar el sol. Y eso nos dificultaba mucho la comida. Había reservas, claro que las había, pero pronto se agotarían. Y no podíamos correr ese riesgo. 

No sabía que atraía mi atención de aquel sitio. Odiaba el color negro, y normalmente me alejaba de los asentamientos humanos mientras cazaba, pero aquella tarde fue distinto. Lo que olía en el aire, lo que sentía... Era todo su culpa.

Ella provocaba eso en mí. Me hizo perder el control. 

Podía percibir, desde kilómetros de distancia, su frustración con el mundo. Y su malestar. Quizá era eso lo que me atraía de ella. Veía en sus ojos verdes que estaba enfadada, y en su piel blanquecina que estaba medio muerta. Y yo no quería rematarla, quería ayudarla a revivir.

Veía el pequeño movimiento de su pecho cada vez que su corazón latía, sentía en la punta de la lengua el sabor salado de su sangre, en sus finísimas venas azules esta corría hacia las puntas de su cuerpo, con esfuerzo, lentamente. No quería hacer otra cosa que morder su yugular y sentir el calor de aquella sangre.

Sabía por experiencia que tomar sangre de personas enfermas es desagradable. El sabor se parece al del plástico, y la sensación es de estar tragándote polvo. Aun así, quería beber de ella, sentía que sería diferente.

Si aquello hubiese acabado allí, me hubiese dado la vuelta, y hubiese regresado a la caza. Pero la atracción no acababa allí, sentía la necesidad de... protegerla.

Le di una patada a una lata que había tirada en el suelo. El repiqueteo que hizo contra el suelo no me distrajo. No quería ni pensar en que me sintiese inclinado a proteger a una humana.

Was a long and dark december, from the roofstops I remember...

No dejé que sonase más. Descolgué el teléfono sin ni siquiera mirar quién me llamaba, quizás porque necesitaba una pequeña distracción:

-¿Has terminado de cazar?-la voz estridente de Rose casi me rompe el tímpano. Me arrepentí de haber cogido nada más oírla.

-No he conseguido nada-dije de mal humor. No iba a contarle nada de que me había distraído por una cría humana- ¿Quieres que vuelva?

-No, pero no me dejaran dejarte fuera-suspiró, y su aliento gélido me llegó a través del móvil-. Kaleb, estamos muriéndonos de hambre. 

-Resulta que yo también, hermanita. Pero no puedo luchar contra lo evidente: hasta que mejore el tiempo nadie saldrá fuera.

Se quedó un rato en silencio, seguramente hablando con alguna otra persona del clan, o con nuestra madre:

-Enviaré a James para que vayáis de caza a la zona portuaria cuando se haga de noche-tenía la voz ronca.

-¿A por putas?-solté una risita- ¿Estamos tan desesperados?

-Dawn necesita la sangre para el bebé-respondió con rabia. 

La mano me tembló un poco. No recordaba a Dawn con su imponente embarazo:

-¿Quieres que cacemos sangre de puta para el bebé de Dawn?-era claramente una locura: la sangre de las prostitutas estaba normalmente llena de drogas y alcohol. No culpaba a las putas, llevaban una vida dura, pero no era buena idea darle esa sangre a una mujer embarazada-. No podemos envenenar al bebé. Que vengan todos a cazar putas y dadle a Dawn las reservas.  

-Puede funcionar... Pero... Los demás...

-A los demás no nos pasará nada, pero Dawn está embarazada. No pienso permitir que el crío muera. 

-Dawn está embarazada porque eligió ser un súcubo, ¿por qué tenemos que pagar su error?

-Porque somos clan. Venid todos los que os muráis de hambre a la zona portuaria, yo puedo aguantar un poco más-colgué más bruscamente de lo que pensaba. 

Rose era mi hermana, y su actitud hacia la parte de nuestro clan que decidía formar una vida familiar, aun cuando nuestra propia madre era un súcubo, era de repulsa y odio.

Dawn se había incorporado al clan un par de meses atrás, así que sus ataques recaían normalmente en ella. Lo peor de todo era que Dawn no había elegido para nada ser un súcubo, la habían violado antes de que yo la convirtiera. Y se había quedado embarazada. Le daba verguenza contar sobre el bebé algo tan asqueroso como que nació de una violación, y no quiso deshacerse de él. Así que decidí decirles al resto que ella había elegido la vida de súcubo. Claro que tendría que quedarse embarazada un par de veces más, pero le encantaba la idea de pasar por algo así sin sentir ningún tipo de dolor ni complicación. Sus hijos serían también inmortales, nunca tendría que verlos morir.

 

Caminé despacio por el pueblo, como si tuviese la esperanza de encontrar a alguien más, alguna víctima incauta. Tuve suerte. Una anciana con ganas de charla había salido sola al patio de su casa, deseosa de detener a alguien con cualquier excusa para poder sacar la lengua a pasear:

-¿No eres de por aquí?-me sonrió, pero en sus ojos se ocultaba un atisvo de desprecio.

-No, señora-me senté a su lado y le di la mano-. Pero estoy pensando en mudarme. Aun así no sé si la gente de por aquí es de fiar...

Tuve que soportar una hora de cotilleos sin sentido sobre varias personas del pueblo, tonterías de infidelidades o deudas con el banco. Contestaba educadamente a cada una de sus preguntas:

-Luego está el señor Ross y su ahijada. Viven en una mansión de las afueras, en medio del bosque, ¿sabes?

-La he visto al pasear-vaya, al fin y al cabo la señora iba a resultarme útil-. Tenía un poco de curiosidad, pero no me atrevía a preguntar.

-Hum-le dio un mordisco a la manzana que se estaba comiendo-. No tenías por que sentir verguenza. Verás, él es un hombre... cultivado, por así decirlo. Estudió psicología o algo por el estilo, y allí, en la universidad, conoció a la madre de la muchacha. Se hicieron muy amigos, aunque no sé yo si tuvieron algún que otro lío de por medio...

-¿Entonces es hija suya?

-No, no, la madre de la niña se caso con un alemán, o con un danés, no recuerdo bien, pero sería del centro o del norte de europa. Él sería el padre de la niña, pero las dejó en cuanto nació. La pobre chica...

-¿Pobre?

-Está enferma-negó con la cabeza, como reafirmando su lástima-. Una enfermedad extraña, la hace más débil que al resto de chicas de su edad, nunca sale de la mansión. Se vino aquí cuando era una cría, y nadie la conoce. No va ni al colegio. Supongo que le tendrán algún profesor particular o algo por el estilo-se acercó más a mí, como si fuera a contarme algo importante-. No se sabe nada aún, pero el señor Ross ha estado buscando una especie de compañero para la chica, un chaval de su edad para que no se aburra tanto allí metida. Si consigues el trabajo seguro que podrías mudarte aquí, el señor Ross es generoso con todos sus empleados. Viven mejor que yo.

Sonreí y le di un abrazo antes de morderle el cuello.

Regresar al índiceMaría by Iwannabeinyourcontrol98

El cepillo se deslizaba despacio por su pelo rubio con un ruído monótono. Desde que había pillado fiebre, necesitaba más ayuda que de costumbre. No me molestaba, pero su silencio era como una losa pesada. El aburrimiento podía conmigo:

-Alice, señorita, hoy hace un día maravilloso para salir al jardín. El señor ha soltado una familia de carpas en el estanque, son unos animales preciosos-dio un respingo. No sabía que hacer para animarla a salir, así que seguí hablando-. Hay una que es roja como la sangre. Y...

-No.

Se me calló el peine al suelo, dándome en el pie, pero no noté el dolor. Era la primera palabra que Alice decía en una semana. Miré su reflejo en el espejo; su cara seguía como siempre: su piel estaba un poco menos pálida y sus ojos un poco menos hundidos. No tenía tantas ojeras como ayer, pero aún se notaba su enfermedad. Me fijé en sus muñecas y vi las marcas. Se le estaban poniendo lilas poco a poco, pero no fue eso lo que me llamó la atención. En la otra muñeca había otro tipo de cicatrices, cicatrices de cortes. Mi mano temblaba cuando la agarré para examinarlos de cerca: eran cortes superficiales con un par de días encima, horizontales, uno debajo del otro. Le di la vuelta a la silla bruscamente y examiné el resto de su delgado y débil cuerpo. Había cortes de ese estilo en la tripa y en las piernas, por la parte de atrás:

-¡No vuelva a hacer cosas como esta!-le solté la mano y le agarré de la barbilla para que me mirase a los ojos- ¿Sabe el daño que le pueden hacer, con lo enferma que está? Tendré que informar al señor Ross...

-No le digas nada a mi padrino-me agarró la falda con toda la fuerza de la que fue capaz. Temblaba de arriba a abajo-. No volveré a hacerlo, pero no le digas nada. 

La ayudé a meterse en la cama. Se sentó apoyándose en el cabecero y me pidió que le pusiera un trapo frío en la frente. Le hice tomarse una infusión de tila, y no protestó. Mientras bebía, dije:

-No le diré nada al señor Ross, pero prométame que no volverá a hacerlo-asintió mientras bebía-. Y dígame por qué.

Dejó el vaso lentamente encima de la mesilla de caoba que había al lado de la cama. Me miró a través de unos ojos verdes llenos de tristeza y lágrimas. Cuando los cerró, una de ellas resbaló por su mejilla:

-Nadie me cree-dijo en voz baja-. Pero es verdad. Lo de la muñeca me lo hizo un hombre. Y el dolor fue insoportable, pero...-seguía con los ojos cerrados, y las lágrimas no paraban de brotar-. Me gustó. No de una forma sucia o algo así. Fue una sensación agradable.

-Pero... Si odia que le duela...

-Lo sé, y he intentado buscar esa misma sensación, pero no la encuentro-abrió los ojos de repente-. Tengo que encontrarle. A él. Hablar con él-giró su cabeza y volvió a mirarme. En sus ojos ya no había miedo, ahora había decisión-. Y tú tienes que ayudarme. 

-Señorita, yo... No es que no la crea, pero...

-Me da igual que no me creas-cogió una de mis manos y la apretó con fuerza. Sentí un cosquilleo, pero nada más-. Necesito que me ayudes, por todo lo que significa nuestra amistad. 

Luego me despidió con un gesto de la mano y se tumbó. Cerró los ojos con fuerza, intentando dormir. Pasé la noche en la cocina, preparando la cena del señor Ross. Me corté mientras cogía un cuchillo, así que tuve que vendarme la palma de la mano. El escozor era insoportable, pero la cena tenía que servirse a medianoche.

Subí las escaleras de caracol hasta el despacho del señor. No podía dejar de pensar en la pequeña Alice y su problema. Quería ayudarla, pero, ¿qué podía hacer yo? Una simple criada no podía encontrar a una supuesta persona. 

Suspiré y llamé a la puerta con los nudillos. No esperé respuesta para pasar:

-Señor, le traigo su... Oh, perdóneme-me fije en que estaba hablando con otra persona-. Volveré luego.

-No, María, pasa-el señor Ross dejó su puro en un cenicero-. Deja la cena por ahí, muchas gracias. 

Hice lo que me decía y cerré la puerta detrás de mí. El que estaba sentado en la silla de enfrente del escritorio era un chico no mucho mayor que Alice. Llevaba una sudadera ancha y tenía el pelo negro como la noche, un poco descuidado:

-¿Para qué me necesita, señor?

-De todas las asistentas que tengo, tú eres la que está más cercana a mi ahijada-asentí, y el chico me miró con unos extraños ojos rojos-. Este es Kaleb Manyr, quiere trabajar como acompañante de Alice. 

-¿Acompañante?-le devolví la mirada, desafiante- ¿Y qué haría exactamente?

-Bueno, se encargaría de hacerle compañía a Alice, obviamente-se quedó callado un momento, pero luego volvió a hablar-. No es que crea que eres mala compañía, María, eres una buena amiga para Alice, pero creo que le beneficiaría estar con alguien de su edad. 

-Ya veo-asentí con la cabeza, pensativa. Una buena compañía podría animarla, y quitarle de la cabeza esos pensamientos tan funestos-. Es una buena idea. Si se siente más animada quizás su cuerpo responda positivamente.

-Eso mismo pensé yo-el señor Ross sonrió, complacido de que alguien le entendiese-. Y aquí viene mi favor: quiero que entrevistes a Kaleb, para saber si sería buen amigo de mi ahijada. Os dejaré solos aquí, si lo necesitáis.

-No hay ningún problema, señor-sonreí educadamente. 

-Entonces, os veo en media hora-complacido, abandonó la estancia bastante feliz.

Me senté en la silla del señor Ross y volví a observarle. Era un chico bastante mono:

-Te llamas Kaleb, ¿no?-asintió- ¿Qué te gusta hacer? Para divertirte, ya sabes. 

-Suelo escuchar música, leo...-rodó los ojos y suspiró, como pensando-. Juego a bastantes juegos de mesa. Puedo enseñarle a Alice. 

-¿Y cuál es tu libro favorito?

-Sultana.

¿Un libro sobre el maltrato de la mujer en Arabia Saudí? Me encogí de hombros:

-Es de los libros favoritos de Alice. ¿Por qué quieres ser su... acompañante?

-No creo que sea eso lo que debes preguntarme-se sacó una cajetilla de tabaco y jugueteo con ella entre los dedos-. Estoy intentando dejarlo, no fumaré delante de ella. 

-Tiene los pulmones débiles-dije arrugando la nariz.

-Lo sé-sonrió de medio lado. Eso me sacó de mis casillas, pero mantuve la compostura-. No quiero hacer que la princesita se sienta mal. ¿Alguna vez habéis pensado que se siente débil porque vosotros le habéis metido esa idea en la cabeza?

-La señorita Alice necesita unos cuidados que otras muchachas de su edad no, tiene la respiración débil y sus huesos casi no soportan su peso. Sus jaquecas la hacen quedarse semanas en cama y necesita que la lleven en silla de ruedas a todas partes-di un puñetazo en la mesa con las manos crispadas- ¿Te crees capaz de soportarlo? 

-Muy capaz-no dejaba de sonreír. 

Me levanté, airada, y salí dando un portazo. Sacudí las manos en mi falda, y el señor Ross vino en cuanto oyó el ruído de su puerta de roble macizo:

-¿Ha ido mal?-al ver que no sabía que contestar, insistió-. Dame tu más sincera opinión.

-Contrátelo, sin duda Alice no tendrá tiempo para aburrirse con él.

Me fui a mi habitación dando grandes zancadas. 

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Una senación maravillosa me invadió cuando solté la cuerda y la flecha dio justo en el centro. Un eco de aplausos me atronó los oídos. Miré con furia a la gente detrás de mí, y luego sonreí. Odiaba tener público durante los entrenamientos, pero era agradable en cierto modo. 

Una muchacha de piel negra y ojos violetas vino corriendo hacia mi y me echó los brazos al cuello. Me hubiese abrazado estrechamente, pero su enorme barriga se lo impedía:

-Has estado fantástica. Todo el mundo está como loco, no hay rival para el clan contigo defendiéndonos, Cahty-su voz era dulce y estridente.

-Gracias, Dawn-apoyé el arco en la pared-. Pero no nos atacarán, te lo prometo.

Desde que Dawn había entrado a formar parte de nuestra gran (enorme) familia, su preocupación por la seguridad se había hecho notar. Seguramente era el embarazo lo que la volvía tan paranoica, por eso nadie se lo echaba en cara. Era cuestión de tiempo que se relajase. 

La arrastré lentamente en la silla de ruedas por los pasillos del edificio, buscando su cuarto con la mirada. Todo el mundo cuidaba de Dawn, aunque ella aseguraba que estaba bien, sabíamos que esa niña le estaba dando un embarazo bastante complicado:

-Al final, ¿será Doreen?

-No lo sé-se miró las palmas de las manos-. ¿Cual era el otro nombre que me propusiste?

-Lillyth. 

-Me gusta-me miró, con los ojos anegados en lágrimas-. Creo recordar que mi hermana se llamaba de una forma parecida.

Le sequé una lágrima con el pulgar y ella me sonrió. Le frustraba no recordar detalles de su vida humana. Al ser convertida, había perdido gran parte de sus recuerdos, pero no había perdido al bebé. Esa niña era una cosa que le recordaba constantemente quién era. El día en el que lo olvidase por completo, e intentase revivirlo, el dolor de su corazón sería enorme:

-A veces finjo que hablo con mi madre para no olvidarme de sus expresiones. Aunque ya casi no recuerdo su cara.

-Yo también olvidé a mi madre muy pronto-dije, con un deje de nostalgia en la voz. 

Cuando llegamos a la habitación de Dawn, una diosa rubia con la piel tostada y los ojos rojo sangre nos cortaba el paso:

-Rose-dije con una media sonrisa-. Como siempre, un placer verte.

-Ahórratelo-dijo mirándose las uñas de forma pretenciosa. La presión de mis manos sobre el manillar de la silla aumentó-. Hoy hay cena de gala en el Gran Salón.

-¿Y eso?-Dawn nunca se atrevía a mirar a Rose a la cara.

-Mi madre y Kaleb vuelven-su voz, normalmente cortante y seria, se tiñó de alegría-. Porcurad estar decentes.

Sonreí. Aunque nunca había hablado mucho con Kaleb, Morgana era la mejor jefa que el clan podía tener. Siempre era una alegría para todos que viniese:

-La madre de Rose-dijo Dawn, una vez estuvimos en su habitación- es la jefa del clan, ¿no?

-Tecnicamente sí-respondí mientras buscaba un vestido apropiado para ella-. Morgana delegó en su hijo hace mucho, pero todo el mundo la considera una autoridad. Incluso Kaleb. 

-¿Podré hablar con él?

-Claro. Sabes que James y los suyos están siempre al lado de Kaleb-se sonrojó de una forma deliciosa. Hablar de su relación con James aún la incomodaba. Aunque llevaban juntos poco tiempo, sabía que ella se sentaría a su lado-. Mira. Este es perfecto-le mostré un vestido negro abierto por la espalda. 

Cuando acabé de ayudar a Dawn a vestirse y arreglarse para la cena, me apresuré en adecentarme un poco. Me puse un vestido corto color pastel y me recogí el pelo en una trenza. Cuando fui a buscar a Dawn a su cuarto, ya no había nadie. Supuse que estaría con James abajo, así que me apresuré en ir corriendo hacia el Gran Salón.

Allí estaban casi todos. Rose, ataviada con un vestido rojo palabra de honor, se sentaba a la izquierda de su madre. Kaleb, con un simple traje de color negro, estaba a su derecha, mirando en silencio su vaso de madera humeante. Morgana hablaba con su hija, y la alegría de su rostro la hacia aún más hermosa. Llevaba una túnica negra con un corpiño estrecho y mangas en pico, que se abría en una falda con mucho vuelo. Como había predicho, Dawn se sentaba al lado de James, que estaba justo en el asiento contiguo a Kaleb. Cuando me vio, alargó la mano para que me sentase a su lado:

-Estás muy guapa, Cathy-dijo sonriendo cuando logré llegar.

-La verdad es que sí, Catherine-James se inclinó un poco para saludarme. Su mano agarraba con cuidado la de Dawn-. Espero que la cena sea agradable.

-Lo mismo digo-sonreía, pero algo por dentro me decía que iba a ser todo lo contrario.

Unos suaves golpecitos contra un cristal llamaron la atención de todos. Morgana golpeaba suavemente su plato con un tenedor:

-Amigos, gracias a todos por venir-la multitud estalló en aplausos y vítores-. Gracias, gracias. Como sabéis, este banquete es para darnos la bienvenida a mí, y a mi adorado hijo Kaleb-Morgana miró a su hijo, enchida de orgullo-. Solo quería anunciar que me quedaré aquí hasta que nuestra nueva hermana Dawn de a luz-todos miraron a Dawn, y volvieron a aplaudir. Ella se limitó a sonrojarse-. Quisiera que todos hiciéramos un esfuerzo para hacer que se sienta lo más comoda posible hasta el feliz acontecimiento-todo el mundo se derritió en sonrisas de cariño, excepto Rose, pero nadie pareció darle importancia-. También quisiera darle a Kaleb mi más sincera enhorabuena por haber solucionado tan bien la escasez que hemos estado viviendo hace tan poco-la gente, de nuevo, aplaudió, con mucho más fervor que el mostrado por Morgana. Esto pareció complacerla-. Cariño, ni yo lo hubiese hecho mejor-sonrió a su hijo, que la miraba serio, pero una mueca de alegría se dibujo en su rostro-. No me enrollo más. ¡Que comience la celebración!

El gentío bebió el primer sorbo de lo que sería una gran noche de vasos llenos de sangre. Dawn estaba complacida por el hecho de que Morgana la hubiese recibido tan bien. Todo el mundo parecía contento, incluso Rose sonrió un par de veces. Pero un nudo en mi garganta me impedía compartir la alegría general. 

Ojalá tuviese el arco a mano.

Ese pensamiento repentino me hizo estremecer. ¿Es que a caso mi cerebro notaba un peligro aparantemente inexistente? Tuve el impulso de levantarme e ir a buscar el arco y el carcaj, y casi cedí a él. Pero miré la sonrisa de Dawn, relajada por primera vez desde que había llegado al clan. Lo último que quería hacer era asustarla cuando por fin se había olvidado de sus preocupaciones.

Suspiré, agitando la cabeza. Estaba a punto de pedir mi segundo vaso de sangre cuando un alarido de esos que nacen desde las mismísimas tripas. De esos que hacen que la gente a tu al rededor se encoja de miedo más que tú. De los que nacen del dolor más puro y extremo.

Miré hacia mi derecha. El suelo estaba lleno de un agua rojiza y pegajosa. James agarraba a una muchacha embarazada que emitió un segundo alarido peor que el anterior.

Dawn. Estaba de parto. 

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-¿Quien es, cariño?

-Kaleb-dije en un susurro, apartando mi mirada de los inquisitivos ojos azules de mi madre.

-¿Es amigo tuyo?

No. Es un capullo. Él lo sabe, yo lo sé, pero tiene que venir porque necesita el dinero. 

-Aja-respondí secamente.

Recordé con rabia el día en el que él, con todo el morro que es capaz de reunir un ser humano, vino a mi cuarto y me dijo que teníamos que hacernos amigos. Que tenía que entretenerme:

-No necesito a nadie para entretenerme-le había dicho entonces, mostrándole un libro de mi escritorio.

-Ya, bueno, pues tu padrino cree que sí, mientras me de dinero yo estaré de acuerdo con él-me miró, furioso. Con un mal humor impropio de mí, le sostube la mirada. Un escalofrío me recorrió al mirar aquellos ojos de color de la sangre más roja y brillante. Le reconocí casi en seguida

-Tú...-la rabia con la que dije aquel pronombre me sorprendió hasta a mí. 

Bajó la cabeza y se sentó contra el balcón. Encendió un pitillo y dio un par de caladas. Entonces, con la voz un poco menos cargada de ese tono pedante que le caracterizaba, susurró:

-Lo siento-miraba hacia el infinito azul del cielo-. ¿Te hice... mucho daño?

Me remangué y le enseñé la muñeca. Estaba empezando a ponerse amarillo, pero aún se podía distinguir con claridad el moretón:

-Sólo esto, y una semana en cama por la fiebre.

No respondió. Se quedó toda la tarde, fumando un pitillo tras otro, y una cajetilla tras otra. Yo leía un libro tras otro. Nunca me había resultado tan monótono. Suspiré cuando al anochecer, antes de irse, me prometió volver al día siguiente.

Y, sorprendentemente, sentí un poco de alegría al verle al día siguiente. Sabía que lo único que buscaba era el dinero, y yo no era más que un trabajo, pero...:

-¿Tienes tableros de ajedrez?-dijo, interrumpiendo mis pensamientos.

-¿Eh?

-Que si tienes tableros de ajedrez-repitió con una ceja arqueada. 

-Pues...-intenté recordar a qué juegos de mesa era aficcionado mi padrino-. Creo que hay un par en el despacho de...

Se fue a paso acelerado y volvió al minuto con el tablero prometido y una caja de fichas. Las puso encima de la mesa y las colocó con cuidado en su lugar correspondiente. Le observé con curiosidad, ¿pretendía que jugara con él?:

-No sé.

-¿El qué no sabes?-me miró, molesto porque le interrumpiera.

-Jugar-respondí señalando el tablero-. Al ajedrez.

-Bueno, para eso voy a enseñarte-sonrió, y el corazón se me aceleró un poco. Me odié por aquello-. Esperemos que seas decente.

Arrugué la nariz mientras arrastraba la silla de ruedas con un movimiento monótono por el marmol suave del suelo. Me coloqué en frente de las fichas blancas y le miré con aire de suficiencia:

-¿Y bien?

-Bien... Te sabrás al menos los nombres de las fichas, ¿no?-empezó a señalármelas para que dijera como se llamaba cada una-. No, ese es el alfil-corregí mi error, molesta-. Bien, muy bien. El peón se mueve así, pero solo al principio.

Cuando quise darme cuenta de qué hora era ya llevábamos dos partidas jugando, después de interminables lecciones teóricas sobre como mover las fichas. Aquella supondría el desempate:

-Y... Jaque Mate-dijo con suficiencia mientras tiraba mi rey con un simple movimiento del peón.

Gemí, frustrada, apartando el tablero de un manotazo. las fichas rodaron un poco por la mesa:

-Hay que ser buen perde...

-Alice, le traigo la... Oh-la sonrisa de María se desdibujó cuando vio a Kaleb-. Disculpen, luego vengo.

-María-dijo Kaleb después de que ella dejara la comida en la mesilla de noche- ¿Me harías el favor de traerme algo de beber?

-P-por supuesto-aunque sonreía, percibí en sus ojos un brillo de odio. Sus zapatos taconearon por el suelo al irse a pasos apresurados.

-Kaleb... ¿No deberías irte a casa?

-Hoy no me esperan, no tengo prisa-dijo estirándose en la silla-. A no ser que quieras que me vaya.

-No, no-dije mirando hacia mis pies, que de repente se habían vuelto de lo más interesantes. Me sentía incomoda cada vez que notaba la mirada de Kaleb. 

María volvió con la bebida para Kaleb y me dio el plato para que comiera. Picoteé un poco en silencio, concentrada ahora en aquellos deliciosos macarrones con queso.

Acabé más rapido de lo que hubiese deseado. Después de que María llegase para recojer los cacharros aún no habíamos dicho nada. La oscuridad se hacía patente, ya que no encendimos ninguna luz y la noche se nos vino encima:

-Alice-de repente Kaleb estaba a mi lado, aunque no me miraba. Miraba a la ventana-. Siento haberte hecho... el moratón... y la gripe...

-Olvídalo-tenía la extraña sensación de que el corazón se me saldría por la garganta. 

Sentí sus pesadas manos en los hombros y la sensación disminuyó. Aunque su tacto (extrañamente cálido) me ponía la carne de gallina, también me relajaba. Bajó las manos por mis brazos, hasta llegar a los codos. Tenía ganas de chillar y de dormirme al mismo tiempo. Mis manos temblaban lijeramente, cosa que siempre me pasa cuando me pongo nerviosa. Sus labios rozaron suavemente mi oreja al decirme en un susurró:

-No sé que hago aquí. No soy bueno para ti.

Me giré para preguntarle qué quería decirme con aquello, pero había desaparecido.

A la mañana siguiente no volvió, pero si el día después. Mi padrino le advirtió de que descontaría su falta de la paga. Kaleb se encogió de hombros:

-No viniste ayer-dije mientras jugábamos al ajedrez.

-Lo siento-respondió un poco después-. Tenía cosas que hacer.

-Ah-no me sentí para nada mejor con la explicación, pero no era nadie para exigirle más información.

Y aquel día de octubre en el que mi madre se había dignado a arrastrar su culo desde Suiza hasta aquí para verme, un mes exacto después de la llegada de Kaleb a mi vida, yo no entendía por qué aquel chicho me hacía sentir... Viva.

Mi madre me sonrió cuando él se fue para dejarnos a solas:

-No sabes lo incómodos que son los asientos de avión-dijo con una mueca de dolor al sentarse en el banco del jardín, después de que decidiéramos pasear por allí. 

-No lo recuerdo-dije con una sonrisa.

-Lo recordarás, cielo. Cuando volvamos...

-¿Cuando?

-Cuando estés mejor-dijo mi madre suavemente.

-Llevas casi diez años diciéndome lo mismo. ¿Puedes dejar de darme largas y decir directamente que nunca me pondré bien?

-Alice...-mi madre me apartó el pelo de la cara, pero me giré bruscamente.

-Acéptalo-mi voz sonaba cabreada-. No soy más que un montón de... cristal.

-Cielo, no...

Giré las ruedas de mi silla lo más rápido posible, pero mi madre no me siguió. Se quedó sentada en el banco. Suponía que yo querría estar sola. Suponía bien. 

Al llegar a mi cuarto me encontré con Kaleb fumando contra el balcón:

-No es buen momento-dije mientras notaba como pasaba del cabreo a las ganas de llorar.

-Lo sé-me cogió suavemente y me sentó en la cama con una delicadeza extrema-. Lo vi. No a posta, pero...

-Vale-dije mientras mis ojos se anegaban. 

Soportó pacientemente mis sollozos desconsolados abrazándome. Una parte de mí estaba que no cabía en si de gozo al ver que Kaleb me estaba abrazando. La otra me odiaba por llorar delante de él. Y una parte pequeñísima se preguntaba por qué siempre irradiaba tanto calor:

-No puedo soportarlo más-dije al tranquilizarme-. Ella viene aquí cada mil años a decirme que un día volveré a casa, pero llevo aquí diez años y aún no he vuelto, no lo haré nunca. Soy...-la palabra resbaló por mi garganta tan dolorosa como un cuchillo- inutil. 

-No, no lo eres-respiré profundamente para controlar el hipo. Mi cuarto olía a humo de tabaco y a menta fresca-. Estás enferma.

-No me digas-ironicé con una mueca de dolor.

-Alice, ¿quieres arreglar esto?

-¿El que?-pregunté con curiosidad.

-A ti. 

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Miré con ternura al pequeño bebé que tenía entre los brazos. La genética es extraña, y cuando se trata de demonios se termina de lucir: la pequeña había nacido con la piel de su madre y los ojos azul zafiro. Era impresionante mirarlo:

-¿Dawn está bien?-Catherine asomó por la puerta mientras yo acunaba a la pequeña. Se notaba que estaba preocupada.

-James está peor que ella. Pero no te quedes ahí-le hice un sitió apartando unos papeles que estaban encima de una silla-. Siéntate, estás en tu casa. ¿Querías ver a Dawn?

-Si es posible...

-Bueno, creo que sería mejor dejarla descansar hoy-la joven observaba al bebé con curiosidad- ¿Quieres cojerla?-se encogió de hombros, así que la coloqué con cuidado en sus brazos-. Se llama Lillyth, al final. 

-Vaya-vi como sonreía a la pequeña, que estaba dormida- ¿Por qué le dolió a Dawn? Tenía entendido que a los súcubos...

-Catherine, no te esfuerces por ocultarlo-puse su mano en el hombro-. No es un súcubo. ¿Quién lo sabe?

-Yo y Kaleb-estaba cabizbaja-. Ella no quiso decirlo porque... Bueno, la violaron cuando era humana y Kaleb la convirtió cuando estaba a punto de morirse. 

-Vaya-moví la cabeza de un lado a otro-. Ahora entiendo muchas cosas-suspiré-. Catherine, un bebé humano creciendo en el cuerpo de uno de los nuestros es poco menos que un parásito.

-Espera, ¿Lillyth es...?

-Humana-asentí solemnemente-. Fue concebida de padre humano y madre humana. 

-Oh Dios-se llevó una mano a la boca, conmocionada- ¿Lo sabe Dawn?

-No he visto oportuno decirselo, está agotada ahora-la miré con una ceja arqueada- ¿A que viene tanta preocupación?

-¿Cómo vamos a tenerla aquí siendo humana?-las lágrimas le rodaban por las mejillas, y le dediqué una triste sonrisa-. No es gracioso... Es tan pequeña...

-Catherine, no sufras por ella-suspiré, cerré los ojos y anduve unos cuantos pasos-. La tendremos aquí.

-Oh. Eso es...-ella me miró con la niña en brazos, dormida y ausente-. Eso va a...

-Lo sé.

Sabía que mi decisión de mantener aquí a una niña humana traería con toda seguridad controversia. Siempre que las cosas se pusiesen feas podría mandar a la niña y a la madre a un sitio lejos de aquí, durante unos años...:

-¿Y como vamos a hacer que sea de los nuestros?

-Cuando sea adulta, cuando tenga 18, 19 años, la pueden convertir... Su madre, James...

Catherine asintió. En ese momento la niña se despertó y empezó a bociferar. Corrí a la nevera y calenté un biberón que ya estaba preparado. Se lo entregué a Catherine y osbservé durante unos instantes como le daba de comer a la pequeña. Luego unos suaves toques con los nudillos en la puerta distrajeron mi atención:

-Adelante.

-Señora-James entró practicamente sin alzar la voz un decibelio-. Kaleb ha llegado y quiere hablar con usted. ¿Está Dawn despierta?

-No, pero aquí está... tu hija-señalé con la mano a Catherine y al bebé-. Disfruta de ella.

Salí de la estancia con paso firme y apresurado y llegué al recibidor en menos de cinco minutos. Mi hijo estaba sentado en el sofá ojeando una revista. En cuanto me oyó llegar se levantó:

-Kaleb-corrí hacia el y le abracé.

-¿Y-ya vale no?-le solté y ambos nos reímos- ¿Qué tal está Dawn?

-Cansada.

-¿Y el bebé?

-Es despierta como un lince y hermosa como un diamante-sonreí, cosa que hizo que Kaleb también sonriera-. Deberías ir a verla.

-Luego, antes tengo que...

-Sí, ya me lo dijo James-nos sentamos uno frente a otro en sofás paralelos- ¿Y bien?

-Quiero... ¿Que pasa con los enfermos humanos?-se miró las palmas de las manos.

-Normalmente suelen morir-crucé las piernas en señal de indiferencia.

-Quiero decir cuando los convertimos.

-No sé que decirte-entrecerré los ojos, pensativa-. No he convertido a humanos enfermos... Aunque todo depende de la enfermedad... Si es grave... Es más dificil que su cuerpo responda a la ponzoña de manera beneficiosa.

-¿Y cuantas probabilidades hay de ello?

-Bueno, Kaleb, no sabría que decirte, pero... Digamos que es como ir con un 17 en una partida de Blackjack-suspiré-. Puede pasar de todo. ¿A que viene todo eso?

-Creo que deberíamos saber más de lo que sabemos sobre humanos...-mi hijo no dejaba de mirarse las manos. 

-Cariño, si estás pensando en convertir a un enfermo por pena, es mejor dejarle morir como humano todo el tiempo que pueda vivir.

Mi hijo me miró con un deje de tristeza en los ojos. No soportaba verle así. Me recordaba tanto a su padre...:

-Kaleb, hay muchas probabilidades de que un humano muera si le conviertes. Se disparan si está enfermo.

-Pero, ¿y si no?

-Bueno...-apoyé dos dedos en la barbilla-. Puedes hacer una cosa.

-¿El qué?

-Científicamente se le conoce como prueba-y-adaptación, no es un método seguro de conversión sin muerte, pero en humanos enfermos es el más usado. Aunque te aviso que es más peligroso que hacerlo de golpe. Si algo sale mal...

La determinación que emanaba el cuerpo de mi hijo me asustó:

-Nada puede salir mal-aseguró con un rugido-. Nada va a salir mal. Hablame de la prueba esa. 

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-¿Estás segura de que aquí no viene nadie?

-Segurísima.

Noté un deje de temor en su voz, pero no dije nada. Arrastré la silla de ruedas con cuidado, aunque el crujir de las escaleras de madera me ponía los pelos de punta. No podía dejar de pensar en que la escalera se vendría a abajo. 

Aparté de un manotazo una telaraña al llegar al suelo. Busqué a tientas hasta dar con el interruptor de la luz:

-No lo recordaba tan sucio-susurró Alice.

Me rasqué la cabeza. El sótano estaba lleno de polvo, muebles cubiertos de un extraño plástico que parecía gris y arañas, podía casi oírlas entre las vigas y los huecos de las paredes y el suelo. 

Moví un poco un sofá y le quité aquel estúpido protector. Era de un horrible color verde y de terciopelo, pero estaba bastante limpio y no parecía a punto de derrumbarse o convertirse en polvo:

-¿Te parece bien aquí?

-¿Puedo elegir?-se levantó con cuidado y dio unos pasos hasta tumbarse de forma brusca en el sofá. Compuso una mueca de dolor-. Joder, ojalá pueda volver a andar yo sola. 

Me senté en una esquina y colocó su cabeza sobre mis rodillas. Casi podía oír como su corazón se esforzaba con cada latido, como la primera vez que la había visto, hacía ya dos meses en la verja de aquella maldita casa. El tiempo pasaba demasiado rápido. Aunque dentro de poco eso ya no sería un problema:

-No va a doler, no va a doler...

-Siempre duele. Un poco, al principio, y luego nada-tenía las manos temblorosas, pálidas y heladas-. No te agobies con eso, ¿vale?

-Vale-tragó saliva. Sabía que no iba a decirme lo asustada que estaba-. Solo al principio. Bueno, cuanto antes acabemos menos tiempo notarán que estamos desaparecidos. 

No pude menos que asentir. Me levanté con cuidado y me arrodille en frente del sofá, a la altura de su oreja. Le agarré la mano y ella estiró el cuello:

-Tranquila, ¿vale?-me acerqué hasta rozar la piel de su yugular con los labios-. Solo... será un... pinchazo-dije justo antes de morderla.

La sangré brotó a mares. No podía creer que estuviese tan dulce viniendo de una persona enferma. Sí que tenía un toque un poco amargo, pero eso no hacía más que perfeccionarla. Además, había algo que no acababa de percivir, quizás fuese por los medicamentos, pero notaba un ligero regusto a pastillas. 

Alice arqueó la espalda, pero la agarré del brazo para que no se moviese. Empezó a chillar, aunque no podía entenderla bien, concentrado como estaba en la sangre. Pero en seguida se calló. Relajó los músculos y me apretó la mano. Yo la aparté y empezó a agarrar el sofá hasta que escuché una especie de rasgado. Giró bruscamente la cabeza y gruñí:

-Tienes que estarte quieta, joder-dije después de tragar una gran cantidad de líquido. Noté como me manchaba la ropa al gotearme desde las comisuras de los labios. 

-Aún no has acabado-rugió ella sin separar la cara del sofá. Sonaba molesta porque hubiese parado. 

Miré la herida que le había hecho en el cuello. No paraba de salir sangre. Tenía que cerrarla o seguir bebiendo. Pero ya había tomado demasiado para ser la primera vez.

Lamí los dos agujeros hasta que dejaron de sangrar. Alice jadeaba sin mirarme directamente. Miré mi camisa, estaba hecha un asco. La verdad es que toda mi ropa estaba bastante perdida, pero no había traído nada para cambiarme.

Alice estaba demasiado limpia. De hecho, no se había manchado nada que no se pudiese tapar con la manta que habíamos traído:

-¿Te duele ahora?-pregunté.

-No-respondió en un susurro. Levantó la vista. Estaba demasiado blanca-. Solo un poco al principio.

-¿No te encuentras mal?-le tomé el pulso. Parecía latir incluso con más regularidad que antes- ¿No estás mareada ni tienes nauseas?

-Que no-sonrió y se incorporó en el sofá. Señalo un largo rasgazo que antes no había- ¿Eso lo hice yo?

-Probablemente-reí, pero con eso solo conseguí que se sonrojase-. Tranquila, todo esta llendo muy bien. Si esta semana no te sientes mal el lunes que viene podría volver a hacerlo. 

-Kaleb-se había tensado de repente.

-¿Te encuentras mal ahora?-miré atentamente cada parte de su cuerpo-. Oh, Dios, sabía que algo podia ir mal, no, no...

-Sh-me puso un dedo en los labios y enmudecí. De repente yo también pude oírlo.

Una respiración humana. 

Me abalancé hacia la puerta y la abrí violentamente. Aquella criada tan borde, María, estaba detrás con las facciones descompuestas:

-Cuanto hace que estás aquí-dije sin mirarla. Dio un paso hacia atrás- ¡¿CUANTO HACE QUE ESTÁS AQUÍ?!

-Y-y-yo-agarró con fuerza la escoba que llevaba en la mano-. Sabía que no eras de fíar, ahora mismo le dire al señor Ross que...

Le dí un puñetazo sonoro en la cabeza. Las manos me temblaban de rabia:

-¡Kaleb!-Alice estaba girada hacia la puerta. Las lágrimas le resvalaban por las mejillas- ¿Está muerta? ¿Está muerta?

Le tomé el pulso.

No había:

-A-Alice...

Regresar al índiceDisclaimer: All publicly recognizable characters and settings are the property of their respective owners. The original characters and plot are the property of the author. No money is being made from this work. No copyright infringement is intended.Esta historia archivada en https://www.fanfic.es/viewstory.php?sid=41681

Huesos de cristal. by Iwannabeinyourcontrol98

Alice ha vivido siempre bajo las dirección de su enfermedad. Lleva toda su corta vida creyéndo que, de hecho, ella no es más que un estorbo para todo el que

fanfic

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2020-02-12

 

Huesos de cristal. by Iwannabeinyourcontrol98

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