Antes del amanecer by AppleNinde

 

 

 

Antes del amanecer by AppleNinde
Summary:

Después del gran cataclismo y de la guerra mas sangrienta de todas, el mundo a cambiado. 

Una enorme muralla que va de polo a polo a dividido a nuestra tierra en dos partes.Un mundo moderno y un mundo que se quedo estancado entre la segunda guerra mundial y la dictadura Stalinista.

En este caos, ocho personas tan diferentes como complicadas se unirán con un solo fin: ser libres. 

Una novela de ciencia ficción inspirada en el antiguo muro de Berlín y otros hechos históricos.

Publicación semanal (todos los sábados)

 


Categories: ORIGINALES Characters: Ninguno
Generos: Accion/Aventura, Ciencia Ficción, Drama, Romance, Universo Alternativo
Advertencias: Ninguno
Challenges:
Series: Ninguno
Chapters: 76 Completed: No Word count: 250584 Read: 17011 Published: 04/11/2012 Updated: 12/07/2014
Summary:

Después del gran cataclismo y de la guerra mas sangrienta de todas, el mundo a cambiado. 

Una enorme muralla que va de polo a polo a dividido a nuestra tierra en dos partes.Un mundo moderno y un mundo que se quedo estancado entre la segunda guerra mundial y la dictadura Stalinista.

En este caos, ocho personas tan diferentes como complicadas se unirán con un solo fin: ser libres. 

Una novela de ciencia ficción inspirada en el antiguo muro de Berlín y otros hechos históricos.

Publicación semanal (todos los sábados)


Categories: ORIGINALES Characters: Ninguno
Generos: Accion/Aventura, Ciencia Ficción, Drama, Romance, Universo Alternativo
Advertencias: Ninguno
Challenges:
Series: Ninguno
Chapters: 76 Completed: No Word count: 250584 Read: 17011 Published: 04/11/2012 Updated: 12/07/2014 Hace mucho tiempo atrás... by AppleNinde
Author's Notes:

Pues estoy de vuelta, con una historia que hace mucho publique aquí pero nunca conclui. Esta vez, ya tiene final asi que publicare hasta el final. [No voy a decepcionarlos, otra vez] Ha cambiado un poco, así que espero leer sus comentarios, estare atenta a sus criticas.

 

Muchas gracias y disfruten de estos dos primeros capitulos.

Author's Notes:

Pues estoy de vuelta, con una historia que hace mucho publique aquí pero nunca conclui. Esta vez, ya tiene final asi que publicare hasta el final. [No voy a decepcionarlos, otra vez] Ha cambiado un poco, así que espero leer sus comentarios, estare atenta a sus criticas.

 

Muchas gracias y disfruten de estos dos primeros capitulos.

Después de una terrible crisis económica, el mundo fue testigo de los peores acontecimientos que se hayan visto en toda la historia de la humanidad. 
 
China convoco a una alianza entre los países asiáticos, quienes acordaron cerrar sus puertos aéreos, marítimos y terrestres, aislándose del resto del mundo, esperando conservar su estabilidad. 
 
En Estados Unidos, desesperados por sacar de la quiebra a su país se aprobaron planes económicos y se acordó cobrar los montos totales de los préstamos que habían hecho a otros países. Como consecuencia, estos países quienes también se encontraban en la misma inestabilidad, protestaron a la demanda de la ex potencia mundial e ignoraron su petición. 
 
En Europa, la situación financiera empeoro. La mayoría de sus bancos se declararon en quiebra y la industria estaba paralizada. A un año de la alianza asiática, Rusia se incorporó a está, dejando sin gas natural a la mitad del continente. Esa decisión haría que las fricciones entre los países de la Unión Europea crecieran rápidamente, terminando en su disolución meses más tarde. 
 
Para América Latina las cosas tampoco fueron sencillas. El presidente mexicano, aprovechándose de la incomoda situación que los Estados Unidos provoco; llamo a todos los países latinos a unirse y sublevarse en contra de las peticiones imperialistas de Estados Unidos. Este hecho, seria el detonador de la guerra que todos preveían pero se negaban a aceptar. 
 
El ambiente mundial era triste, tenso y prevalecía el miedo. Cada país luchaba contra dos enemigos: los invasores extranjeros y la escasez de alimento y agua. 
 
Y quizás fue la naturaleza quien no soporto el nivel de maldad que reinaba en su ambiente y decidió terminar con ello, pues los desastres naturales se desataron sin piedad. Como si fuera un castigo divino por la ambición y soberbia de los hombres, varios sismos sacudieron las regiones que se encontraban en las uniones de las placas tectónicas, desapareciendo poblaciones enteras en cuestión de minutos. Grandes sequías sacudieron al continente Africano y las regiones del Oriente, lo que ocasiono que la hambruna se elevara a índices nunca antes vistos. Tsunamis en las costas de los continentes, tornados en América del Norte, grandes taludes e inundaciones en América del Sur y Asia, las peores nevadas de la historia en Europa y como si eso no fuera suficiente, aun continuaba la gran guerra. 
 
Las grandes potencias militares, sacaron a relucir sus armamentos que a no eran las típicas pistolas ni ametralladoras; eran poderosas armas nucleares o bioquímicas, que desaparecieron varias ciudades en cuestión de semanas. 
 
Se echó al olvido la diplomacia y los esfuerzos de varias personas por buscar la paz y la conciliación fueron en vano. Los gobernantes estaban cegados por la ambición y su única meta era triunfar sobre los demás. 
 
Millones de muertos en todo el mundo, produjeron grandes epidemias de enfermedades nuevas o mutadas, que terminaron de aniquilar a los sobrevivientes. 
 
La guerra se expandió por todos los rincones del mundo, cada ser humano había experimentado el amargo trago de vivir en esa década de la historia mundial que todos querían olvidar. 
 
Pero un día los ejércitos detuvieron sus batallas, pues se percataron que ya no había más ejércitos que vencer. Los grandes dirigentes voltearon a ver a su mundo por primera vez en largo tiempo, sin aquella venda en los ojos y lo que observaron fue aterrador. Aquel lugar no se parecía nada a lo que un día fue llamado Tierra. Era una imagen triste y desoladora, grisácea con un fuerte olor a muerte. Fue entonces que el milagro que los sobrevivientes pidieron en sus plegaras sucedió, la guerra por fin termino. 
 
Los líderes de esos grandes países de los cuales ya solo quedaban ruinas; se reunieron en una cumbre para planear como rescatar a los sobrevivientes y reconstruir al mundo. 
 
Sería la única vez que se unirían con el único fin de salvar a la raza humana. Las personas enfermas y depresivas dejaron de preocuparse por su pasado. En esa larga tortura de ver morir a sus seres queridos, habían perdido la noción del tiempo, quienes eran y todo lo que una vez había sido suyo, solo era un fantasma en sus memorias; así que lo único que pedían era tranquilidad. Por otro lado, con el cuarenta por ciento de la población exterminada, la mayoría de los sobrevivientes eran niños y adolescentes, huérfanos sin esperanza. Los adultos habían fallecido en los grandes combates o por las enfermedades que terminaron con sus débiles cuerpos. La esperanza de vida apenas había alcanzado los treinta y cinco años, convirtiendo a los Estados en los padres de millones de niños y adolescentes que aceptarían lo que ellos dijeran sin replicar ninguna de sus decisiones. 
 
Ese fue el momento en el que los líderes vieron una oportunidad que revivió su ambición. El pueblo no quería saber nada de política, simplemente pedían que no volviese la guerra y esos ambiciosos hombres concederían sus peticiones. Aislados en Helsinki, los gobernantes decidieron dividir el globo terráqueo en dos partes en la llamada cuarta etapa de reconstrucción programada para el 2035. Usando como referente el muro de Berlín de 1961 se iniciaría la construcción de un muro que iría desde el polo norte hasta la Antártida. Rusia y el continente asiático se harían cargo de su población moribunda, pero no permitiría ninguna intromisión de los países americanos, principalmente de Estados Unidos; al que acusaban de ser el causante de todos los males en el mundo y a cambio, este nuevo régimen no invadiría al Occidental. Aceptado el convenio, se agregó una clausula mas, donde ambas regiones Oriente y Occidente desaparecerían aquella trágica década de la historia humana. Todos los archivos, pruebas, libros, vídeos y fotografías pasarían a ser archivos secretos exclusivos del gobierno y la milicia y en los libros de historia, en las líneas del tiempo quedaría plasmada como “la década del cataclismo” donde solo se hablarían de los desastres naturales que casi terminaron con la raza humana, pero no de la sangrienta guerra. Todos quedaron satisfechos, fue como un juego de ajedrez en el cual ningún civil fue participe y donde solo quedo como recuerdo el “Pacto de la Paz de 2024”. 
 
Firmado el convenio, los grandes ejércitos se encargaron de la construcción del gran muro al mismo tiempo que se empezó con la reorganización y reconstrucción de sus países. Se crearon órganos para regular que ambos lados respetasen las alianzas firmadas y Finlandia quería como un Estado neutral que velaría el pacto de la paz. 
 
En las décadas de la reconstrucción, las personas de ambos lados no tenían conocimiento de la existencia del muro, solo aquellas que vivían en los bordes de este pero ni ellos se atrevían a preguntar de su origen, disfrutaban de una tranquilidad utópica que temían perder. 
 
El tiempo paso lentamente para ambos hemisferios. Occidente rápidamente se modernizo. Grandes edificios que emulaban a las construcciones de los noventas, pero con detalles tecnológicos, decoraban las enormes ciudades ecológicas. Oriente en cambio vivía estancado en una época de la historia conocida como la guerra fría, con gobiernos “socialistas”, en los cuales solo se les proporcionaba lo suficiente para vivir. 
 
Pero a pesar del respeto tenso que tenían los hemisferios respecto a sus formas de organización, las rivalidades entre ellos volvieron. La ambición de los gobernantes de cada hemisferio era grande, pues del otro lado del muro tenía lo que ellos carecían. 
 
Los rumores de la existencia del muro, empezaron a correrse rápidamente entre las ciudades. Causo gran curiosidad saber porque había sido ocultado por tanto tiempo, porque tenía resguardo militar las veinticuatro horas. Las leyendas urbanas, no se hicieron esperar pues tenía que haber una manera de calmar a la población. En occidente se contaban que aquel que cruzaba el muro era llevado a las terribles cárceles como preso político y eran torturados hasta la locura, por ser considerados espías del gobierno. En cambio, en Oriente los mitos del lado Occidental siempre llevaban a la felicidad y por consecuencia a la libertad que ellos anhelaban. Pero aquellas historias no iban demasiado lejos. En el mundo occidental, se enseñó a amar al prójimo, se criaron personas con valores e intentaron crear “un mundo mejor” un slogan que la mayoría del tiempo funcionaba. 
 
La armonía de Occidente se vería destruida el día que un habitante de Oriente milagrosamente logro cruzar el muro y escapar a Occidente. Aquel hombre contaría de todas las atrocidades que se vivían del otro lado, perturbando a un mundo donde no había cabida para las injusticias. Los occidentales empezaron a protestar por la libertad de los orientales y la caída de su injusto gobierno. 
 
Ese fue el momento clave que los gobernantes Occidentales que estuvieron esperando para planear la caída de las cabezas Orientales.Regresar al índiceEl camino hacia la libertad by AppleNinde

El muro

 

 

 


—Siempre ha estado ahí—se decía a si misma Svetlana Weigel mientras miraba el muro que estaba pintado de color azul claro, como queriéndose perder entre el panorama.


Durante sus dieciséis años de existencia diariamente lo había contemplado. Cada mañana al despertar, cuando salía rumbo al colegio o regresaba de él, siempre estaba esa enorme construcción de concreto, inmutable, perpetua, aferrada a cubrir un secreto. ¿Acaso le quería decir algo? , se preguntó. La mayoría del tiempo, Svetlana se la pasaba imaginando como era  vivir  en el mundo al otro lado de la pared. Ella conocía un poco a ese enigmático lugar, desde su recamara que estaba en el tercer piso podía observar la ciudad e Berlín Occidental así que su mente prácticamente vivía en ese Berlín y su cuerpo en su recamara del otro lado. Sentía mucha envidia cuando veía a las niñas correr o jugar por las calles de Occidente con unas enormes sonrisas en sus rostros, tan libres; mientras que ella nunca podría hacer eso pues tenía que seguir el régimen comunista-socialista que reinaba en su país.  ¿Por qué si eran alemanes tenían que estar separados? ¿Por qué fue su país y no otro el que eligieron dividir? , se cuestionó con frustración. Al pasar frente a una casa de color gris, que tenía  una cinta amarilla de seguridad que impedía el paso por esa zona lanzo un suspiro. En la banqueta estaba dibujada con tiza la silueta del joven que se  había suicidado aventándose desde la azotea, con la ligera esperanza de caer en el lado Occidental y sobrevivir para ser libre. Aquella manera de morir  se había puesto de moda entre los adolescentes. El joven fallecido lo había hecho por no querer enrolarse en el ejército. Ella no pudo evitar preguntarse quién sería el siguiente en suicidarse de esa forma, era un pensamiento frio pero lo más apegado a su realidad. 

 


Finalmente llego a su casa. Era una casona de tres pisos, con una fachada muy vieja de color ocre. Daba un aspecto triste, pero así era casi todas las casas de Berlín porque en ese hemisferio “todos eran iguales” y por eso las casas tenían el mismo color. Al entrar a su hogar se percató de la soledad que se sentía como siempre no había nadie. Desde pequeña estuvo acostumbrada a estar sola. Sus padres tenían horarios de trabajo de dieciséis horas diarias, aunque lo más probable era que en ese momento, su madre y su hermana mayor  Katya se encontraran en la zona restringida. Desde que se había formalizado el compromiso de su hermana, pasaban mucho tiempo en ese lugar “afinando los detalles de la boda”. Antes la soledad no se sentía pues su hermano Yerik estaba con ella por las tardes, pero desde que se había enrolado en el ejército  Svetlana tuvo que aprender a vivir de nuevo en total soledad. Pensándolo bien, ella siempre había estado sola. Si bien tenía unas cuantas compañeras en el colegio no podía considerarlas sus amigas. De hecho dejo de hacer amigos y encariñarse con las personas desde que su más allegada amiga Gerlinde, se suicidó por no querer casarse con uno de los pocos-y por tanto-viejo comerciante.  Su pérdida le había dolido tanto, que decidió no hacer más amistades. Su clase que hacía unos meses era de sesenta y cinco alumnos habían disminuido  dramáticamente a cincuenta.


Con desgano entro a la cocina, sobre la mesa había una nota de su madre. La tomo para leerla:


 “Te deje comida en el refrigerador. Llegaremos tarde”


Suspiro sin mucho ánimo e hizo bolita el papel. Dejo su mochila sobre  la mesa y se acercó al refrigerador. Saco la comida fría y la llevo al fregadero, donde se deshizo de ella.  La comida que hacia su madre era realmente insípida, le producía nauseas; así que prefería no comerla. Hecho esto, se acercó a la alacena y saco del fondo una caja de galletas. Como ella era la que se encargaba de la limpieza de la casa, nadie se daba cuenta de la existencia de sus dulces y galletas que compraba en el mercado negro con sus ahorros. Los dulces no estaban permitidos en casa, pero como ellos no le prestaban atención, no se daban cuenta que ella los comía. Tomo de nuevo su mochila y subió lentamente  las escaleras, degustando de sus galletas de fresa dirigiéndose a su recamara. Aunque a primera vista su casa aparentaba ser grande, no lo era. En realidad era muy estrecha y vieja. Los escalones crujían cuando alguien los pisaba y era un ruido que la irritaba con facilidad  así que los subía rápidamente. Su habitación era la última de toda la casa, se encontraba al final del pasillo del tercer piso. “La recamara olvidada” como solían llamarle sus hermanos, se preguntaba si sus padres alguna vez la quisieron y si lo hacían, no la querían mucho pues esa habitación era la más fría de la  vivienda y ellos jamás  le habían dado autorización de usar el calefactor para darse un poco de calor en invierno.

 


Su pequeña recamara, era de color rosa palo con  muebles desgastados de caoba y una pequeña cama pegada a la orilla junto  a una ventana de mediano tamaño.  Pero lo que más le gustaba de su habitación era la delgada puerta café que estaba justo al lado del closet, ya que detrás de ella había una escalera que llevaba hacia la azotea su lugar favorito en todo el mundo.  Le gustaba sentarse y contemplar los dos Berlines al mismo tiempo pues eran muy contrastantes o mirar hacia el cielo. Las estrellas y el cosmos en general era su tema favorito, así que pasaba largas horas mirando el cielo nocturno.  Cuando bajaba a dormir, se recostaba mirando a través de la ventana donde tenía una vista adorable. Una enorme residencia de cuatro pisos en color beige se elevaba sobre el muro. Era la casa de sus sueños que le daba una sensación de calidez inigualable y una malsana angustia  al saber que solo dos enormes calles, dos ejércitos y un muro la separaban de su lugar de ensueños. Lo más triste de todo era que esa casa parecía estar abandonada. Durante el tiempo que había estado viviendo ahí, jamás había visto a alguien habitarla; aunque sus dueños siempre tenían personas a su servicio cuidando que la casa se mantuviera tan hermosa como ella la conocía.


Suponía que la zona de enfrente era la zona más rica de Berlín. Las calles de ese vecindario siempre estaban limpias, las señoras risueñas y bien vestidas cambian por ellas, los niños jugaban divertidos, había autos muy elegantes y por supuesto los militares impecables  que parecían ser amables y  cuidaban de la seguridad de sus habitantes. Observar esa residencia y el ambiente alegre que la rodeaba, le daba la esperanza de que tal vez un día ella pudiese ser libre y vivir en un hermoso lugar como ese.


Después de sentarse a hacer los deberes escolares-que le parecían totalmente ilógicos sabiendo el destino que le depararía-, subió al techo de su casa. Llego justo antes del atardecer, que era lo que más le gustaba contemplar porque solo a esa hora podías ver de una forma más personal al Sol, una de sus estrellas favoritas. Luego dirigió su vista a una pareja occidental que caminaba  tranquilamente por la calle frente al muro. Lanzo un suspiro triste, verlos le recordó que ella nunca había tenido novio, ni si quiera un pretendiente y no sabía el motivo. Ella no era fea, pensó, tenía unos grandes ojos negros que contrastaban con su piel pálida, tenía una nariz pequeña y respingada y labios un poco carnosos. Su cabello ondulado de color negro le llegaba a la cintura. Era muy delgada eso se debía a que casi nunca comía y cuando lo hacía solo comía galletas.  No era muy alta y tampoco tenía un cuerpo bellísimo, era normal ¿no? Pensó que seguramente a los chicos les parecía una chica aborrecible pues su aspecto  era el de una persona enfermiza y moribunda.

 


Pero ni ser tan fea como pensaba, la salvaba de su destino. Un terrible destino al que le tenía más miedo que a su propia muerte. Antes de  cumplir dieciocho- aunque faltaba más de un año para eso, pues apenas cumpliría diecisiete-su padre le presentaría a un hombre, preferentemente un soldado y después de un incómodo noviazgo la terminarían casando. Aquella tradición la hacía sentir que vivía en un mundo estancado y primitivo donde ella carecía del derecho de elección, por esa razón hacía tiempo atrás había dejado de lado sus aspiraciones de ser alguien en la vida, pues su fin seria ser una simple ama de casa y con algún oficio  como costurera o cocinera de alguna empresa del gobierno. ¿Qué podía pasarle de maravilloso en su patética vida como para recuperar sus ilusiones?, se preguntó pero ni si quiera intento responderla de manera positiva pues por más que lo intentara no había nada positivo en su futuro.  En ese momento salió de sus negativos pensamientos al escuchar la sirena de la ambulancia, que en unos segundos se perdió entre los demás sonidos de la ciudad.  Alguien se había suicidado, no existían otra clase de accidentes en Berlín, más que los laborales y esas ya no eran horas de trabajo. Fue entonces cuando miro hacia abajo,  se encontraba a una gran altura y si se tiraba del techo, ella si caería al otro lado del muro  pues la separación entre las calles no era tan larga como en otros lados de la ciudad y eso se debía a que el muro no seguía una línea recta y perfecta.  Movió un pie y luego el otro por el borde del techo. ¿Era el destino el que le estaba diciendo que terminara de una vez con su vida? , se cuestionó con la mirada fija en la calle de abajo, se quedó varios minutos pensando en si tenía que tomar las agallas para  suicidarse, pero algo dentro de ella se lo impidió.


—No—dijo en voz alta—, ¿Qué culpa tienen los occidentales de ver mi horrible cara después del impacto? ¡arruinaría sus perfectas vidas!—exclamo con una sonrisa tristeza, para después ponerse de pie y bajar del techo. Ya era hora de dormir y dejar de pensar estupideces, como ella les llamaba a sus más profundos deseos. 

End Notes:

Gracias y nos vemos la proxima semana.

End Notes:

Gracias y nos vemos la proxima semana.

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Author's Notes:

Hola, pues nada muchas gracias por sus visitas. Se que por ahora el inicio va un poco lento, pero mejoraran las cosas. Lo prometo.

Un beso y nos vemos la proxima semana. 

Author's Notes:

Hola, pues nada muchas gracias por sus visitas. Se que por ahora el inicio va un poco lento, pero mejoraran las cosas. Lo prometo.

Un beso y nos vemos la proxima semana. 

—Tranquilo, te encantara este lugar—menciono una mujer rubia de grandes ojos verdes, a su pelinegro compañero de viaje. Él desvió su vista de la ventana del auto para mirarla de manera comprensiva, era increíble cómo se estaba esforzando por hacer su viaje y mudanza más agradable.

 


—Es espero, mamá—suspiro tomando su delicada mano—. Pero es muy diferente a Nueva York, lo veas por donde lo veas.


—¡Oh, Blake!—exclamo riendo y estrechando su mano con firmeza—sé que es diferente, todas las ciudades lo son, pero Berlín tiene un aura especial que nunca encontraras en otro lugar y no puedes quejarte, aquí está el mejor conservatorio de música en el mundo—él sonrió de medio lado, dándole la razón— . Y lo más importante, estaremos cerca de tu padre y tu hermano, ¿no los echas de menos? —le pregunto angustiada por no ver una respuesta positiva de su parte. En parte Blake tenía grandes motivos para no aceptar la mudanza, pues la única justificación que encontraba para abandonar su vieja y tranquila vida, por una nueva en un lugar que le era tan ajeno era que sus decisiones dependían-vergonzosamente-de la vida política de su padre. Sin embargo, el estar más cerca de su padre y su hermano, también era un alivio para todos.


—Sí, mucho—respondió—. No te preocupes por mi mamá, estaré bien. Solo necesito aclimatarme  y acostumbrarme, no debe ser tan difícil—. Anneliese, sonrió abiertamente. Esa era la clase de respuesta que estuvo esperando en catorce horas de viaje y se sentía satisfecha. En cambio, Blake no estaba tan seguro de lograr lo que le había dicho pero ver un poco de tranquilidad en el rostro de su progenitora, era suficiente por el momento. El resto del camino se quedaron en silencio.


El joven trataba de distraerse mirando por la ventana del lujoso auto que los escoltaba hacia su nuevo hogar. Estaba muy nervioso por mudarse a Berlín y sonaba como una tontería, pero no lo era. Aunque era alemán de nacimiento, nunca había vivido en Alemania. Su padre, el Ministro de Defensa Alemán: General Otto Lütke; había sido transferido a Estados Unidos cuando él nació, pero en su treceavo cumpleaños, Otto fue requerido de nuevo en Alemania. El General, era una de las doce personas más importantes de la política del mundo Occidental; entre las múltiples tareas que tenía a su cargo ser el presidente del Consejo de Seguridad del Parlamento de los Países Hermanos, acompañar activamente al Presidente Alemán en sus viajes al extranjero y atender el Ministerio de Defensa de su país. Era incuestionable el patriotismo nato de Otto, una persona que con mucho esfuerzo y dedicación se había ganado todas sus condecoraciones y grados.


Su madre, la retira Capitán Anneliese Lütke, decidió quedarse en Nueva York con sus hijos para que terminaran sus estudios primarios tranquilamente, pues en ese momento no era seguro que ellos vivieran en Berlín, ya que eran blancos de varios grupos contrarios al sistema. Un par de años más tarde, su hermano mayor Maximilian Lütke, decidiría enrolarse en el ejército y tomo un vuelo de regreso a su tierra natal. Aunque nunca lo expresara, Blake le tenía una gran admiración a Max, quien se desempeñaba como Mayor de su batallón. Al pelinegro siempre le había parecido curioso el que personas tan jóvenes adquirieran puestos tan altos en el gobierno y la milicia, pero eso tenía su origen en el desastre demográfico mundial. Luego de la época del cataclismo, al mundo le estaba costando recuperar el nivel de crecimiento de la población, porque las parejas tenían miedo de engendrar muchos hijos y tener que hacerlos pasar por una guerra, tal como había pasado con sus antecesores. Era muy común que las parejas tuvieran solo un hijo, ver una familia con dos o tres hijos era muy extraño. Los gobiernos trataban de incentivar a las parejas para que tuvieran más de tres niños con becas completas, pensiones, facilidades de crédito, pero no lograban el efecto esperado. Como consecuencia, muchas de las razas del antiguo mundo había o estaban desapareciendo.

 


La nueva estructura social que se creó luego del mal llamado cataclismo, permitía la vida laboral desde los quince años, lo que ocasionaba que los mayores se jubilaran muy jóvenes y estos a su vez, tuvieran muchas más oportunidades laborales.


Los pensamientos de Blake se disiparon, cuando sus ojos contemplaron la imponente construcción que obstruía su panorama. Por primera vez en su vida se encontraba con aquel famoso muro y como había leído en una descripción de algún boletín de su conservatorio, era una estructura deprimente. Sintió un vacío en el estómago, pues la sencillez de la construcción, contrastaba con la bella ciudad restaurada. Tan consternado estaba por el muro, que no noto cuando el auto aparco justo delante de este y su madre descendió. Cuando se giró y vio la puerta abierta, trago saliva con miedo, inhalo profundo y siguió a Anneliese. Apenas había puesto un pie sobre el concreto, cuando escucho que lo llamaban:


—¡Blake, hijo!—exclamo una gruesa voz, el joven inmediatamente dirigió su mirada hacia el hombre de su misma estatura, pero de complexión robusta, una peculiar nariz chueca y pequeños ojos azules que lo observaban con una ternura rara vez vista en un hombre tan duro como él.


—¡Papá!—lo saludo, sonriéndole mientras se acercaba a él para darle un fuerte abrazo.


—Qué bueno que estés aquí—le susurro con alegría, estrujándolo fuertemente para después soltarlo. Blake sonrió, no tenía nada que decir—. ¡Vamos! Pasen, espero que les guste la casa—señalo el General. Blake se detuvo un momento para observar su nueva residencia, una casa de cuatro pisos, color beige, con molduras blancas y grandes ventanales. Pensó que era hermosa, pues nunca antes había vivido en un lugar tan grande, se había acostumbrado a su pequeño departamento cerca del Parque Conmemorativo Central. Siguió a sus padres hasta el interior y al dar un paso dentro se encontró con una cómica escena que le robo varias carcajadas. Su madre tenía aprisionado entre sus brazos a un corpulento joven enfundado en su traje militar color verde:


—¡Mama!—exclamo el muchacho casi sin voz.


—¡Qué grande y guapo estas!—decía Anneliese con emoción. Le dio dos sonoros besos en cada mejilla y finalmente lo soltó—Blake, ven a saludar a tu hermano—le ordeno. El pelinegro asintió con la cabeza. Cualquiera que los conociera dudaría que eran hermanos, pues Max era castaño de ojos celestes, robusto y un poco más bajito que Blake, por lo que físicamente no tenían ningún parecido.


—¡Hermanito! Vaya que has crecido en estos años—comento el castaño con una sonrisa sarcástica dándole un fuerte abrazo.


—Max, que gusto verte otra vez—dijo aceptando el abrazo con una tímida sonrisa. Aunque no fueran más expresivos, los dos estaban muy contentos. Habían pasado cerca de cinco años desde la última vez que se habían visto en persona, aunque mantenían comunicación por e-mails y llamadas, sin embargo eso no se sentía tan real como tenerlo de frente.

 


La reunión familiar continúo con una comida. Anneliese y Blake escuchaban atentamente a Otto que hablaba de las últimas noticias que circulaban en el gobierno. Durante todo ese tiempo, Blake se sintió fuera de lugar y paso el rato jugando con la comida en silencio. No era porque estuviera aburrido, en realidad se sentía muy frustrado. En la mesa todos eran militares menos él y eso lo avergonzaba. Blake era conocido por ser la oveja negra de la familia Lütke, pues todos sus ancestros-al menos los que él conocía-tenían una carrera militar y habían hecho grandes cosas en el ejército, la fuerza área o la marina, todos menos él. Aunque el pelinegro intento enrolarse al ejército, fue rechazado inmediatamente por una enfermedad que lo aquejaba desde que tenía memoria. Pensó que su padre estaría desilusionado por haber fallado, pero Otto era un hombre benevolente y no se molestó en lo absoluto con hijo menor. Al contrario, lo reconforto pues él jamás espero que Blake quisiera enrolarse en el ejército.


En cambio, Max estaba muy atento a cada palabra que su padre pronunciaba. El Ministro les estaba hablando de uno de sus más fieles hombres: el Teniente Coronel Braun, quien pronto seria transferido a su campo. El Mayor ansiaba conocerlo, pues Braun tenía una reputación que causaba escalofríos hasta el más duro de los soldados, pero no a Max, él estaba ansioso por conocerlo y terminar con su fama. Quizás Braun tenía un gran temperamento, pero nada se comparaba al carácter de un Lütke y menos si se trataba de Maximilian. Sin dudarlo dos veces, su mente empezó a maquinar un plan para pisotear el enorme ego del Teniente Braun.


Anneliese, observo los rostros de sus hijos. Mientras uno parecía estar planeando una travesura, el otro estaba muy avergonzado. Una sonrisa se dibujó en su rostro, definitivamente había echado de menos tener a su familia reunida. Pero ella no quería hacer sufrir más a su hijo menor y decidió darle un giro a la conversación, para que todos pudieran participar sin sentirse fuera de lugar, lo que hizo mucho más llevadera la tarde que pasaron juntos. Luego de que ambos militares tuvieron que regresar a sus labores, Blake y su madre comenzaron a instalarse en su casa. Recetas para Cookeo


El pelinegro eligió una habitación del segundo piso como su recamara, como aún se encontraba muy cansado por el largo viaje, solo dejo su maleta en la recamara y decidió darle un vistazo a la casa.


Tenía seis habitaciones, un estudio, un despacho, una enorme cocina, patio trasero y el que posiblemente sería uno de sus lugares favoritos, la sala que resguardaba el piano que su padre le dio como regalo de bienvenida.


Blake se acercó al piano negro de cola larga, lo recorrió delicadamente con la yema de sus finos dedos. Brillaba tanto que lo embelesaba, era un piano perfecto. Se sentó frente al instrumento, paso sutilmente sus dedos sobre las teclas sin dejar de mirarlas con ternura; aquello le producía una sensación extrasensorial que nadie más que él podría comprender.


Inmediatamente toco algunas notas de una canción muy conocida y querida para él, la había escrito para su ex novia, Angélique. Con cada nota que tocaba, le daba una punzada en el pecho. La echaba tanto de menos y la tristeza lo abruma al darse cuenta que nunca la volvería a ver. Angélique, era una chica que había conocido en la Escuela de Artes de Nueva York, donde estudiaba teatro. Era la persona más simple, mundana y despreocupada que hubiese conocido en su vida, pero cuando subía al escenario se transformaba de tal manera que nadie podía asegurar que se tratase de la misma persona. Eso fue lo que lo enamoro, se convirtió en su musa y casi enseguida iniciaron una relación muy pasional.

 


La última vez que la vio fue en el Parque C. Central, recordaba estar muy nervioso y triste por tener que comunicarle los planes de mudanza. Ella tranquilamente, escucho todo lo que Blake trato de decirle, pues las palabras apenas tenían un sentido lógico cuando salían de su boca. Angélique, no lo interrumpió en ningún momento, de hecho no parecía que la noticia le hubiese afectado en lo más mínimo. Cuando él termino de hablar, ella sonrió y le susurró al oído: “Cuídate”, le dio un beso en la mejilla y se fue. Blake, concluyo la pieza dando un largo y doloroso suspiro. Quisiera o no tenía que acostumbrarse a su nueva vida, tendría que empezar de cero por más difícil que pareciera. Se levantó del banquillo para seguir con el recorrido por la cálida sala. Sobre la chimenea estaban varias fotografías de sus abuelos, de Max y él cuando eran pequeños y otra más de sus padres cuando eran jóvenes. Tomo el portarretratos entre sus manos para mirarlo más de cerca. Sintió envidia del amor que se tenían sus progenitores, que a pesar de la distancia y de las muchas dificultades que tuvieron para poder estar juntos, no se dieron por vencidos y lograron su sueño de casarse y formar una familia. ¿Qué fue lo que logro mantener a ese amor vivo? , se preguntó. Quizás lo que ellos sintieron era esa clase de amor del que tanto había oído hablar y que Angélique nunca sintió por él como él lo sentía por ella. Frustrado, dejo la foto en su lugar y salió de la habitación. No quería seguir pensando en ella, pero en ese momento parecía que era lo más difícil de hacer. Estar enamorado era algo que dolía más que una enfermedad.

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Author's Notes:

Este capitulo va dedicado para la chica de cabello pelirrojo que una vez le dio su visto bueno a esta historia y que nunca dejo de creer en mis talentos. Cherry, donde quieras que estés nunca volveré a defraudarte hermanita.

Author's Notes:

Este capitulo va dedicado para la chica de cabello pelirrojo que una vez le dio su visto bueno a esta historia y que nunca dejo de creer en mis talentos. Cherry, donde quieras que estés nunca volveré a defraudarte hermanita.

—¡Mierda, alguien debería lanzarse una silla a la cabeza!—exclamo un joven rubio enfundado en un pulcro uniforme militar, Svetlana se rio.


—No son las luchas—comento conteniendo la risa, pues varias personas habían volteado a verlos—, es la honorable sala juvenil—le recordó con burla.


—Honorable mis…


—¡Para ya, Volker!—le interrumpió Svetlana risueña—, no querrás que tu padre se entere que estuviste de revoltoso en la sesión de los jueves—el joven refunfuño mientras se cruzaba de brazos. Ella sonrió, le encantaba verlo enfadado por las discusiones sin sentido que había siempre en la sala juvenil, una de las tres salas que conformaban la Honorable Asamblea Alemana.

 


—Te juro que no entiendo porque nos tienen aquí, podríamos estar haciendo cosas más importantes.


—Bueno—ella miro su reloj digital—, ya no falta mucho para poder irnos.


—Esta espera se me hará eterna, me estoy pudriendo de la aburrición algo de sangre no caería nada mal—comento para finalizar la conversación. Ella se rio, mientras las personas alrededor de ellos los miraban con impresión, pero ellos dirigían su vista al presídium de la sala.


Volker Heisenberg  era el General de Brigada más joven de Alemania, a sus veintiocho años había hecho todos los exámenes necesarios para llegar a ese grado y ese privilegio se debía gracias a su padre el Presidente Klaudius Heisenberg, dictador de Alemania del Este y quizás la persona más desconfiada de Oriente. El rubio de ojos chocolates, era un joven de carácter mandón y casi siempre de pocas palabras.  No gustaba de presumir de su grado o de su apellido y tenía muy pocos amigos, entre ellos Svetlana. Para todo el mundo, incluso para la propia joven le parecía curiosa su relación con él. Nunca había logrado entender porque a pesar de los once años de diferencia que había entre ellos, eran tan buenos amigos. Lo había conocido en su primera reunión en la Sala Juvenil cuando cumplió doce años. Sus hermanos la habían perdido entre la masa de jóvenes que entraban al recinto, se había asustado mucho con esa muchedumbre; pero el entonces Mayor la tomo de su mano y a partir de ese  momento se volvieron inseparables. A veces Volker más que un amigo parecía su propio padre, pues cuidaba de ella aún más que su propia familia.


Aunque pudiera parecer que sus padres se opondrían a esta peculiar amistad, no fue así. Para el padre de Svetlana fue como un rayo de esperanza, pues aparentemente Volker “pretendía” a la pelinegra  y si eso era cierto, se casarían en cuanto ella cumpliera la mayoría de edad y con ello ascenderían a ese pequeño grupo y restringido grupo social que siempre soñó. Teóricamente o al menos en los diccionarios y libros de historia e incluso en la propia constitución se decía que en el socialismo no existían las clases sociales, que todos los seres humanos eran iguales y por ende tenían la misma cantidad de todo. Pero como es evidente, si una persona podía ejercer un poder ilimitado no iba a desaprovechar la oportunidad de enriquecerse a costa de los demás y Oriente era el ejemplo perfecto.


Para Svetlana, Volker no era su pretendiente, él era su hermano mayor. Le tenía un amor fraternal infinito, quizás más que el que debía sentir por su propia familia y es que le resultaba imposible querer a esas personas a las que llamaba padres cuando solo las veía tres veces al día o a esos que se decían sus hermanos cuando  el protocolo lo exigía. Volker se había ganado el titulo de hermano, pues a pesar de que ningún vínculo sanguíneo los uniera, que ni si quiera formaran parte del mismo grupo social, la quería y la protegía sobre todas las cosas; incluso sobre su padre.


El rubio a pesar de ser hijo del  hombre con más poder en Alemania, siempre estuvo en contra del “socialismo hipócrita” como solía llamarlo. Él tenía que estar presidiendo a la sala juvenil, pero se opuso rotundamente a engendrar una carrera política, así que no tuvo otra opción más que  inscribirse en el ejército y dedicarse de lleno a la milicia. Pero aun estando en el ejército no le quitaba la obligación de asistir semanalmente a la sala juvenil y a la sala berlinesa cosa que le parecían la mayor pérdida de tiempo en la historia. 

 


Esa sesión era de lo más protocolaria, incluso se notaba el aburrimiento del presidente de la sala juvenil mientras leía las últimas líneas de su discurso.  Realmente no había un tema que pudiese ser de relevancia para discutir. En las últimas fechas, no había nada interesante de que charlar a nivel político, todos los jueves se oían mentiras tras mentiras para despistar la atención del pueblo. 


Finalmente, se escuchó el sonido de la campana que anunciaba el final de la sesión. Volker se puso de pie de un salto y tomo de la mano a Svetlana, que parecía sorprendida y dio unos torpes pasos esquivando los pies de los demás asistentes.


—¡Vamos, apresúrate!—le ordeno Volker corriendo  hacia la salida.


—¡Tranquilo! Me matare antes de llegar—suplico acelerada, pero él no logro escucharla. Después de tres agotadores minutos llegaron a la  explanada de las Salas Se detuvieron y finalmente soltó su mano. Ella tomo una gran bocanada de aire para recuperar el ritmo de su respiración.


—Tienes que avisarme cuando hagas eso—dijo entre suspiros.


—No te paso nada—le sonrió—. Sobrevivimos a otra sesión y merece dulces del mercado negro—ella le sonrió devuelta.


—Con eso seguro que te perdono—empezaron a caminar con dirección al lugar—¿Cómo estuvo esta semana?—pregunto Svetlana después de dar unos pasos.


—Lo de siempre, saltadores—respondió sin ánimos mientras ponía sus manos detrás de el—, mercancía robada, entrenamientos—lanzo un suspiro.


—¿Agitada entonces?


—No, normal. Creo que estoy perdiendo la sensibilidad—contesto un poco asustado por su respuesta.


—Ya veo—se mordió el labio preocupada.


—¿Y la tuya?


—Colegio, casa, colegio—él se rio.


—¿Qué tal el colegio?—inquirió con interés.


—No sé por qué sigues preguntando, creo que voy a suspender—el negó con la cabeza—. Ni se te ocurra decirme algo, sabes bien que ese papel no me servirá de nada—él se rio.


—No quiero una esposa descerebrada Lana—musito con risa, ella le siguió. Lana era la forma cariñosa en la que todos sus conocidos le llamaban.


—Mira no voy mal en las materias que realmente importan, tengo 3 de calificación.


—¡Qué inteligente!—le interrumpió con sarcasmo, ella le dio un ligero golpe en el brazo.


—y en las materias que no importan—siguió ignorándolo—tu sabes, cocina, administración del hogar, corte y confección  voy suspendiendo, tengo 4—el rubio negó con la cabeza.


—No eres una mujer digna de ser mi esposa—ella se rio.


—Seguro, General, pero lo has prometido o morirás de celos al verme casada con un flamante soldado ruso—el joven rubio se puso serio.

 


—Primero lo castro, a tu padre y luego te obligo a casarte conmigo—ella se rio.


—Eres encantador.


—No me parece gracioso.


—Tranquilo—siguió riendo—es una pequeña broma—lo noto muy tenso, así que dejo de reír y se aclaró la garganta—. Desviándome un poco del tema—dijo con seriedad—estas cordialmente invitado a la boda de Katya.


—¿Tan pronto se casa?—pregunto tratando de sonar más relajado.


—Si, en un par de meses pero tienes que ir arreglando tus permisos de transito será en Moscú—el asintió.


—Casa en Moscú para la familia Weigel—musito con una sonrisa sarcástica.


—¡Por fin!—él se rio por la fingida emoción de la pelinegra—aunque dicen que la boda será aún más esplendorosa que la nueva casa de papá.


—Imposible, la nuestra será aún mejor—negó rotundamente, ella se rio.


—Espero.


—Por supuesto que sí, le doy mi palabra de honor—ella sonrió y lo tomo del brazo.  Aunque en apariencia Lana parecía estar feliz, ella trataba de ocultar su tristeza. Desde aquella noche donde estuvo a punto de convertirse en una saltadora más de las estadísticas suicidas, no había dejado de pensar en ello. Estar sola la dejaba de pensar  sin límites y de manera utópica. Con el paso de los días la sensación de tener  esposas y grilletes se incrementó. Sentía una desquiciada presión en el pecho que no le permitía respirar y la tristeza parecía fluir  como la adrenalina por todo su cuerpo. Se sentía miserable, enferma, que no valía nada y pensaba en lo bueno que sería para todos el que ella se quitara la vida, incluso para ella sería bueno pues dejaría de sufrir y pasaría a ser como el aire, liviana, imperceptible , sin sentir algún tipo de dolor. Pero luego recordaba a Volker y eso la traía de vuelta a la Tierra. Él sentía una aversión por los  suicidas, no solo por los saltadores. Cualquier clase de suicida se convertía en su objeto de odio y lo que menos quería era hacerle daño.


 Aferrarse a su brazo era como si se aferrara a vivir y a sentirse querida. Volker noto un poco extraña a Svetlana, pero decidió no preguntarle. A veces pensaba que la asfixiaba con su lado sobre proteccionista, pero era algo que le nacía y no podía evitar hacer.  Después de unos minutos llegaron a la tienda y Volker compro una bolsa de los dulces favoritos de la pelinegra para animarla un poco.


Caminaron en silencio, comiendo en dirección hacia la casa de Lana. Pero al pasar por la calle del muro, encontraron marcada con tiza la silueta de un saltador.  mbos se quedaron callados frente al dibujo, mirándolo fijamente inmersos en sus pensamientos.


— Aun no entiendo—dijo Volker rompiendo el silencio, desviando su mirada hacia la  pelinegra que lo escuchaba pero seguía prendada en el dibujo.


—¿Qué no entiendes? —preguntó en voz baja.


—No entiendo por qué lo hacen, tienen toda una vida por delante—suspiro con rencor.


—Es que nunca lo entenderás Volker—musito rechinando los dientes. El rubio la miro sorprendido, ¿Estaba enfadada?, se preguntó con temor—. Cuando tienes tu vida planeada, cuando todo se vuelve monótono y te das cuenta que eres igual que una espora, solo quieres un poco de libertad, que tu voz sea escuchada y que le importes un poquito a alguien más y en este lugar, esa es la única forma de llegar a esa libertad—la pelinegra subió su mirada y lo miro a los ojos. El General sintió un escalofrió al observar sus ojos enrojecidos que reflejaban una tristeza profunda. La expresión de Volker se volvió dura, como cuando tenía que dar una orden a su batallón, la tomo con fuerza del brazo:

 


—¿Qué tratas de decirme Svetlana?—pregunto con enfado—¿Cómo sabes todo esto? —vocifero, pero ella desvió la mirada al suelo. La respiración del General se agito, estaba furioso—¿Intentaste suicidarte?—inquirió con incredulidad. Ella guardo silencio, exasperándolo todavía más—¡Responde!—le ordeno desesperado. Aquel grito, había entrado en seco a su cerebro. Hasta ese momento, no se había dado cuenta de lo que había hecho. Estaba tan impresionada por el dibujo, que pensó en voz alta y dejo salir aquel resentimiento que sentía. Su enfado con Volker, desapareció.


—Si, intente saltar hace unos días—confeso avergonzada. El rubio la soltó instantáneamente del brazo, estaba sorprendido y decepcionado. Lo último que imagino era que Svetlana sería una suicida, qué pensaría en querer quitarse la vida. Todos esos años, estuvo empeñado en tratar de mantenerla lejos de esos pensamientos, tratando de hacer su vida un poco más fácil y en ese instante comprobaba que sus esfuerzos habían sido en vano. ¿Cuándo fue que la perdió?, se preguntó mirándola con incredulidad. Cerro los ojos tratando de tranquilizarse, lo que menos debía hacer era enfurecerse así no resolvería el problema, solo lo empeoraría. Lana espero nerviosa, no se atrevía a mirarlo o hablar, tenía miedo y la vergüenza le impedía siquiera disculparse, pues sabia cuanto había hecho enojar al rubio.


—Me has decepcionado—musito con la voz bajita.


—Lo sé y me arrepiento—Volker la observo bien, ella estaba llorando. Otra de las muchas cosas que él no soportaba, era ver llorar a una mujer y si era Lana le dolía aún más. Se acercó a ella y la abrazo con fuerza. Alguna vez, una persona le dijo que la mejor manera de aliviar la tristeza de una persona era dándole un fuerte y cariñoso abrazo.


—Lo siento, de verdad perdóname. Sé que te desilusione pero—sorbió sus lágrimas—a veces pierdo el suelo. Me frustra la soledad, no podre más con ella—Volker la escucho sin dejar de abrazarla. Se sentía triste, incluso culpable porque ella se sintiera tan sola.


—No lo vuelvas a hacer—le susurro con dificultad—, no seas una cobarde más. Aun tienes mucho más por vivir—continuo con un poco más de soltura, no quería sonar muy frio, pero tampoco podía consolarla y ser cariñoso. Por más triste que se sintiera, lo que ella había hecho, no estaba bien ni era digno de alabarse—¿Serás capaz de dejarme aquí?—pregunto.


—No—respondió enseguida—, no lo volveré a hacer, Volker—ella respondió al abrazo. Los brazos de Volker le transmitían un cariño fraternal y sincero, que la hacían sentir protegida—. Fue muy estúpido lo que hice, pero estar sola solo me ha hecho sentir más vulnerable. Ya no quiero estar así.


—No estás sola, sé que no he podido estar tanto tiempo como quisiera contigo, pero sabes que estoy a tu lado—le consoló—. No vuelvas a hacerlo Lana, me aterra pensar que pueda pasarte algo—confeso un poco abrumado. Ella asintió separándose de él, para luego limpiarse las lágrimas con el dorso de su mano.

 


—No pasara de nuevo—le aseguro con una sonrisa, él se la devolvió un poco inseguro.


—Vamos—la tomo por los hombros—, será mejor que sigamos camino a casa—saco de su pantalón un pañuelo y se lo tendió. Ella lo acepto, aunque seguía cabizbaja. Volker decidió terminar con la tensión, contándole acerca de su cita con una bibliotecaria. A Lana le gustaba escuchar aquellos relatos, nunca había tenido la oportunidad de ver al General con una chica y cuando esos momentos surgían le hacían muy feliz.  El micro romance de Volker, empezó el día que el joven tuvo que supervisar la entrega de los nuevos paquetes de libros de Historia  autorizados por el gobierno en la Biblioteca Nacional. Tenía un par de semanas visitándola casi a diario, pero a pesar de eso no tomaba muy enserio el tener una relación. Esa actitud incomodaba a la pelinegra. Desde que ella había cumplido quince años, él dejo de tener novia, salía con algunas jóvenes pero con ninguna prosperaba la relación y eso se debía a que él quería seguir fingiendo que  pretendía a Lana. Tenía su lado bueno,  pues así evitaba que ella sufriera de situaciones incomodas con los pretendientes promiscuos que su padre le impusiera  en esos momentos en el que quería ejercer presión sobre Volker. Aunque su padre todavía no podía obligar a Volker a formalizar el compromiso pues tenía que esperar a que Svetlana cumpliera la mayoría de edad; si podía ejercer una sutil presión sobre el para que no se retractara, a nadie le convenía que eso pasara. Pero en momentos como ese Lana prefería que Volker dejara de fingir y decidiera tener una relación de verdad con alguna joven. Pero él se negaba haciendo que sus esfuerzos fueran en vano. Sin embargo, la pelinegra no perdía la esperanza de que algún día él se enamorara de esa forma tan profunda que aparentemente se había extinguido en Oriente.

End Notes:

Gracias por las lecturas, nos vemos la proxima semana :) 

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Gracias por las lecturas, nos vemos la proxima semana :) 

Regresar al índiceEl Teniente Coronel Braun by AppleNinde
Author's Notes:

Perdonen la demora, aquí está el capitulo...muchas gracias por leerme :) 

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Perdonen la demora, aquí está el capitulo...muchas gracias por leerme :) 

—¿Ya ha llegado el Teniente Braun al cuartel?—cuestiono Max con seriedad al joven cabo que se encontraba detrás de él.


—Afirmativo, Mayor. El Teniente Coronel Braun, está aquí, señor—respondió enseguida. Max, quien observaba el campo desde la ventana de su oficina, ubicada en el tercer piso del edificio central, sonrió de lado al escuchar esa respuesta.


—Cabo, puede retirarse—musito sin dejar de sonreír.


—¡Sí, señor!—el joven se despidió con el tradicional saludo y salió en un instante de la oficina. El castaño suspiro con un aire de superioridad, fascinado por saber que el Teniente ya estaba en su campo. Durante varios días estuvo esperando ansiosamente por ese momento y estaba seguro de que no lo desperdiciaría. Las noticias acerca de Imán Braun llegaban de todo el continente y es que en Occidente, existía la “Alianza Militar de las Naciones Amigas”, un programa de intercambios militares que permitía a los mejores elementos, con el voto de confianza de los jerarcas de la milicia de cada nación, viajar y ejercer funciones en otro país de Occidente por una temporada. Iman, era uno de los pocos militares que había obtenido ese privilegio, pues no era sencillo reunir todos los requisitos que se pedían. Cuando describían al Teniente lo hacían con frases como: “tiene una mano dura”, “su carácter es de los mil demonios”, “es la encarnación del diablo en la Tierra” y eso había generado una enorme curiosidad en él, pues además Braun formaba parte de los hombres de confianza del ministro Lütke, un lugar que ni si quiera él como su hijo, había alcanzado todavía; todos esos factores crearon la fama de Braun, que colmaba de miedo hasta al más valiente de los soldados. Sin embargo, Max creía que aquella confianza y preferencia de su progenitor, derivaba del origen de Braun, quien era hijo del presidente austriaco, Hugh Braun y por ello se encontraba en otra esfera de poder. Luego de que se firmara el tratado de 2024, Austria se había convertido en un país muy pequeño por lo que realizo varios convenios con Alemania para mantener su estabilidad, entre ellos la fusión de sus ejércitos para su defensa. Y fue por sus orígenes y sus privilegios que entre los soldados le habían apoderado como “el General sin grado” y le temían más que cualquier otro elemento, todos menos Max. Él se había propuesto terminar con su fama, había llegado a su campo y quizás no tenían el mismo grado, pero él era alemán de nacimiento y el Teniente austriaco, ambos estaban en territorio alemán así que él mandaba en ese lugar.

 


Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de la puerta abriéndose de golpe. Max se enfadó enseguida, giro en dirección a la puerta encolerizado: “¿Quién sé cree este imbécil para entrar sin presentarse?”, se preguntó apretando los puños. Ya iba a vociferar contra el soldado que hizo tal atrevimiento, cuando perdió toda la concentración al observar a una joven rubia enfundada en un impecable uniforme, que lo miraba de forma desafiante. Nunca antes la había visto en el campo y eso le sorprendía porque conocía a todas las mujeres del cuartel. La miro por un momento, su apariencia jovial le decía que era una novata y una bastante osada, porque ninguno se atrevía a presentarse de esa forma con sus superiores y mucho menos lo retaría con la mirada con sus grandes orbes azules. Max pensó que se trataba de otra mujer que pretendía ganarse el respeto de los hombres mostrando que no le tenía miedo, pero siempre causaba el efecto contrario:


—¿Quién diablos crees que eres para entrar de esa forma a mi oficina?—le pregunto alzando la voz, tratando de retomar su posición de Mayor y jefe del cuartel. La mujer se carcajeo enseguida:


—Soy la Teniente Coronel Iman Braun—se presentó y observo la transformación del rostro de Max, sin dejar de reírse. Él se sonrojo—y esta, es mi oficina—termino con decisión.


—¿Tú eres Braun?—pregunto incrédulo—¡imposible!—exclamo contrariado, siguiéndola con la mirada mientras ella lo inspeccionaba de arriba abajo. Max imaginaba a Braun como alguien de gran tamaño, voz gruesa y mala cara, no una mujer de apenas 1. 70 metros y con rostro angelical. Sus miradas se cruzaron nuevamente:

 


—Teniente Coronel Braun, grábeselo. Mi grado me costó trabajo, como para que una basura como tú—recalco con desprecio la última palabra—me rebaje a su nivel y desde ahora, no hablaras hasta que yo te pregunte algo—sus ojos estaban tan llenos de ira que intimidaron a Max profundamente, sin embargo por orgullo trato de aparentar que no era así. Ella camino pasando por su lado para sentarse frente al que solía ser el escritorio del Mayor. Max se mordió la mejilla izquierda para contener la rabia que sentía, tenía que respetar las ordenes de sus superiores:


—Preséntese, solado—le ordeno acomodándose en el sillón de cuero.


—Mayor Maximilian Lütke, Teniente Coronel Braun—respondió saludándola. Ella sonrió de lado.


—¿De verdad eres hijo de Lütke? Porque no tienes nada que ver con tu padre—le comento tratando de herirlo y lo logro, Max odiaba cuando lo comparaban con Otto porque siempre decepcionaba a todo aquel que lo conocía por no ser como su progenitor—. Bien Lütke, escucha desde hoy este es mi campo—le informó con altanería—y no aceptare que des una sola orden a mis hombres a menos que me hayas consultado antes, me doy cuenta que no han sido lo suficientemente severos contigo y te han consentido demasiado como para que te atrevas a gritarle a tu superior, pero no te preocupes, para eso estoy yo y desde hoy vas aprender cuál es tu lugar ¡en mi campo!—vocifero, mirándolo con menosprecio—, así que vaya acostumbrándose a mi manera de trabajar o pida su cambio al cuartel de señoritas ¿le quedo claro? —el castaño se quedó estupefacto, no podía pronunciar ni una palabra y seguir sosteniendo su pesada miranda, pues le estaba resultando molesto y denigrante—. No lo escucho responderme, Mayor ¿le han quedado claras mis órdenes?


—¡Si, Teniente Coronel!—exclamo lleno de furia.


—Excelente, ahora…


—¡Teniente Braun!—escucharon ambos la voz del General Lütke, quien entraba a la oficina con una enorme sonrisa interrumpiendo su vergonzosa charla. Max se giró para saludar al General, sintiendo un escalofrió recorrerle la columna vertebral.


—Ministro Lütke—contesto de forma amable, levantándose de la silla para saludarlo.


—Veo que ya ha conocido al Mayo, ¿la ha recibido bien?—cuestiono, aceptando el saludo y buscando con la mirada al joven que parecía contrariado por la situación.


—Encantadoramente, señor—le sonrió, también dirigiendo su mirada hacia Max, que estaba aún más sorprendido por el cambio de humor de Braun. Él esperaba que exhibiera su “mal comportamiento” ante su padre, pero no lo hizo y eso le daba muy mala espina.


—Es bueno saberlo. Mayor Lütke—su padre lo miro con seriedad—puede retirarse.


—Entendido—el joven dio unos pasos para salir de la oficina—, General, Teniente—se despidió evitando sus miradas. Ambos militares le asintieron con la cabeza para permitirle la retirada. Las palabras de su padre lo habían herido, el que le pidiera irse le demostraba a Iman que su padre no lo consideraba como un hombre de confianza y aquello se sentía en su boca como una amarga derrota llena de vergüenza. Salió de su antigua oficina dando un portazo. Estaba furioso que aquella joven lo hubiese hecho quedar como un idiota, nunca antes alguien lo había hecho sentir así y eso que estaba muy acostumbrado a al rudo trato del ejército. Sin embargo su verdadero pesar era que quien lo logro había sido una mujer. Camino hacia el comedor del campo, aquel lugar era lo bastante amplio para dar albergue a los quinientos elementos que vivían en el lugar. Tenía unas enormes mesas de madera café oscuro, que en aquel momento estaban llenas de soldados que disfrutaban de los alimentos. Max busco con la mirada a un soldado en especial, tardo unos segundos en localizarlo en una de las mesas del fondo, a lado de otro de sus colegas. Era su mejor amigo, el Capitán Andreas Strunz. Destacaba entre los demás por su cabello, que era un rubio tan claro que casi parecía blanco, tenía pequeños ojos azules, prominente barbilla, muy alto y con otros rasgos característicos de los escandinavos.  Llevaban siendo amigos por más de quince años y confiaba casi tanto en él como confiaba en Blake. Max se acercó al rubio que estaba entretenido comiendo en silencio, sin intervenir en la charla que sostenían los otros comensales. No es que se llevara mal con ellos, simplemente él era muy serio, prefería escuchar y guardar silencio. Max se sentó a su lado con violencia, pero eso no inmuto la tranquilidad del rubio, que ignoro el hecho:

 


—¿Tienes un mal día?—pregunto Andreas sin mirarlo, pues estaba ocupado cortando su trozo de carne.


—Horrible—respondió recargando sus codos sobre la mesa. Andreas, espero unos pocos segundos pues no necesitaba preguntarle el porqué de su mal día, el mismo se lo diría—. Conocí al “temible Teniente Braun”—le comento imitando la chillona voz de la mujer.


—¿Y cómo es?—inquirió curioso. Andreas esperaba que cuando Braun y Max se conocieran, su amigo saliera triunfador de la batalla de egos, no que estuviera enfadado.


—¡Es una chica!—exclamo, todo el comedor se quedó en silencio ante el alterado grito del Mayor.


—¿Cómo? ¿Una chica? No me jodas, Max—insistió el rubio que no creía lo que había oído. Todo el mundo sabía, por los rumores, que Braun era un gran hombre, de fuerte temperamento, casanova y temible, no que iba a ser una chica.


—Como lo oyes, Braun es una rubia, de ojo azul, supongo que muy buen cuerpo por el ejercicio—pensó un segundo en este último hecho y luego negó con la cabeza, no podía dejar que la lujuria lo controlara—, ¡es una chica!—repitió con desesperación.


—¿O sea que los rumores de que se robaba a las enfermeras, que había estado con más de trescientas chicas y todas esas cosas son una mentira?—pregunto Andreas desilusionado. Aunque le tuvieran miedo a Braun por su fama, también le tenían un poco de admiración por sus grandes hazañas-más por las sexuales- y con la noticia de que era una mujer, toda la admiración que le tenían se esfumo.


—¡Si, es una chica!—guardo silencio, mientras todos en el comedor lo observaban con decepción. Por el grueso tono de voz de Max, todos se habían enterado de la noticia—. A lo mejor es lesbiana o algo parecido, para estar en el ejército y no ser enfermera, seguro no es heterosexual—todos se rieron por el comentario. En Occidente eran muy pocas las mujeres que tenían un grado militar sin dedicarse a la medicina, no muchas se aventuraban a estudiar otra carrera fuera del área de salud, pues en apariencia ahí era más fácil que terminaran c

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